La paradoja de los límites del cuerpo

Son interesantes los límites que desconocemos acerca del alcance del cuerpo. Estamos en la capacidad de suponer que nuestras fuerzas llegarán hasta cierto punto, pues nuestra experiencia ha indicado que más que eso no podemos hacer. Estamos en la capacidad de suponer cuánto dolor podemos soportar antes de desfallecer o sufrir daños irreparables. Suponemos incluso que gustamos más del frío que del calor, puesto que el primero es menos desesperante que el segundo. Escogemos lugares para estar, de acuerdo al grado de comodidad que tendremos en determinado frío o calor.

La cotidianidad se nos convierte en una serie de elecciones totalmente deliberadas, que se hallan delimitadas por nuestros supuestos acerca de los límites del cuerpo. Solo hacemos aquello hasta donde la fuerza alcance, el dolor permita y la desesperación climática asevere.

Sucede también, no obstante, que para tener claridad del límite, este habría de ser superado en un punto para indicar la incapacidad que el cuerpo tiene de actuar bajo esas circunstancias. Ese punto «ilimitado», por fuera de todo límite, tendría que haber sido experimentado sensiblemente para ofrecernos claridad acerca de los límites a los que el mismo cuerpo puede llegar.

Así, el no obstante que indiqué con anterioridad es, indiscutiblemente, la manifestación de una paradoja que se inscribe intachablemente en toda consideración acerca de la posibilidad de límites corporales. El límite del cuerpo nos es, claramente, desconocido. La elección de «zonas de confort» o «zonas de comodidad» es, básicamente, la determinación deliberada de escenarios deseados, no tanto porque se hallen en el límite del cuerpo, cuanto porque se hallan lo suficientemente lejos de este para no correr riesgo alguno. Empero, como el propio límite es desconocido, la «zonas de comodidad» es un supuesto de lejanía frente a punto cuya ubicación es desconocida.

Regimos nuestra vida por líneas no trazadas. Caminamos por senderos y nos detenemos en medio de la nada, aún cuando faltan cientos de kilómetros (o unos cuantos metros, o varios cientos de miles, no sabemos) para que este halle su fin. Nuestros gustos no son cosa diferente a la elección ignorante de nuestros límites. El hombre, ante este escenario, levanta su tienda en medio de la nada, cerca a fuentes de agua y alimento suficientes para mantener su animalidad. Cada vez que decide mover su tienda, es porque una distancia más prolongada del sendero se ha abierto ante sus ojos. Casi siempre por terceros, pocas veces por sí mismo.

El hombre, caminando sin meta, solo cree sí mismo. El hombre, caminando sin meta, camina por caminos que no ha trazado.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-d-a.akamaihd.net/hphotos-ak-prn1/t1/1488896_10202086754224487_208028205_n.jpg[/author_image] [author_info]Andrés Felipe Tobón Villada Politólogo de la Universidad EAFIT y actual candidato a la Maestría en Estudios Humanísticos de la misma Universidad. Ha publicado en revistas académicas locales como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y en revistas indexadas internacionales como Razón Española. Asimismo, participó en la creación del cuarto tomo del Diccionario crítico de Juristas Españoles, Portugueses y Latinoamericanos (Hispánicos, Brasileños, Quebequenses y restantes francófonos) de la Universidad de Málaga. Actualmente se desempeña como docente y consultor analista en la Universidad EAFIT. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]

 

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