“Se nombra como oposición política lo que no es: se llama oposición política al insulto, a la calumnia, a la mentira”.
En Colombia se ha tergiversado, por desconocimiento o con intencionalidad, lo que es hacer oposición política. La banalidad del mal se aprecia de muchas formas. En los últimos años, por ejemplo, ha aumentado de manera preocupante el número de personas que creen estar haciendo oposición política, cuando en realidad recurren a discursos y prácticas que, desde cualquier punto de vista, son reprochables y dañinas para los procesos democráticos que nos esforzamos por construir como sociedad. Se nombra como oposición política lo que no es: se llama oposición política al insulto, a la calumnia, a la mentira.
Esos discursos o prácticas denigrantes y calumniosas provienen de diferentes fuentes: surgen de personas que ocupan cargos públicos de elección popular —como representantes a la cámara o senadores—, también de los periodistas que hacen parte de los grandes medios de comunicación, así como de influenciadores que han logrado una difusión considerable —aunque no significativa en términos de aprendizaje— de sus contenidos. Son esos discursos o prácticas las que forman finalmente la opinión pública. Su alcance es tal que modelan y determinan los puntos de vista de gran parte de la población, desde adultos y jóvenes, hasta los más chicos. Es así como se instalan en el corazón de nuestra sociedad el prejuicio, el sesgo político y, más aún, el odio entre ciudadanos de diferentes filiaciones o corrientes políticas. En este punto no se salva ningún lugar del espectro: desde la derecha, el centro y la izquierda han catapultado y posicionado figurines expertos en nada, pero especialistas (eso sí) del agravio, del engaño y de la incitación al odio. Y aunque es más evidente en los últimos años, esto sí que forma parte de nuestra historia patria: el sectarismo y la violencia política.
En todos los casos, sea cual sea la fuente de tales discursos y prácticas, hay que analizar y cuestionar. Todos debemos asumir responsabilidades a este respecto: los políticos, los grandes medios, los influenciadores y cualquier otro ciudadano. La primera tarea para no continuar con esta dinámica tan nociva es, pues, detenernos a pensar qué es propiamente la oposición política, en qué consiste esto de declararse en oposición y por qué es importante un buen ejercicio de la misma en el marco de una sociedad democrática.
Declararse en oposición o ser opositor es algo que se puede llevar a cabo en diferentes niveles, es decir, se puede ser opositor en la condición de ciudadano —común y corriente— que no está de acuerdo con lo que hace un gobierno determinado; o ejercer la oposición al nivel de la participación política organizada, esto es, a través de los partidos y movimientos. Ahora bien, hacer un análisis, sobre todo de este segundo nivel, podría ayudarnos a entender los puntos en los que se equivoca la oposición partidista y, ojalá, a identificar y evitar su mal ejemplo.
Si de lo que se trata, entonces, es de poner en tela de juicio la oposición partidista, un buen punto de partida para esta reflexión es la Constitución política de 1991, específicamente su artículo 112, en el cual se lee que: “Los partidos y movimientos políticos con personería jurídica que se declaren en oposición al Gobierno, podrán ejercer libremente la función crítica frente a este, y plantear y desarrollar alternativas políticas. Para estos efectos, se les garantizarán los siguientes derechos: el acceso a la información y a la documentación oficial, con las restricciones constitucionales y legales; el uso de los medios de comunicación social del Estado o en aquellos que hagan uso del espectro electromagnético de acuerdo con la representación obtenida en las elecciones para Congreso inmediatamente anteriores; la réplica en los mismos medios de comunicación”.
En dicho artículo se establece, por un lado, lo que pueden hacer los partidos o movimientos políticos que se declaren en oposición y, por otro lado, los derechos y garantías de las que gozan. Pero lo que no está del todo claro allí es lo siguiente: ¿Qué se entiende por «declararse en oposición política»? Hay otros recursos jurídicos, además de la Constitución, que sirven al propósito de comprender este asunto. Un ejemplo es la sentencia SU073/21, emitida por la Corte Constitucional. Lo interesante de este recurso es que nos ayuda a entender el tema de la oposición política en estrecha relación con otros conceptos como el de partido político, régimen democrático y pluralismo político. Veamos:
La Corte Constitucional nos indica que los partidos políticos son instituciones fundadas en ideologías, que deben servir como espacios de formación y activismo político, mediante los cuales sus miembros puedan acceder a cargos públicos participando o compitiendo periódicamente en elecciones. Todo lo anterior convierte a los partidos políticos en instituciones fundamentales para una democracia o, como lo llama la Corte, para un régimen democrático. Son fundamentales o importantes porque expresan un elemento o característica esencial para la existencia de una democracia. ¿Cuál? El pluralismo político. Es decir, una forma de reconocer y validar que en una sociedad existen múltiples maneras de pensar, valorar y opinar sobre los asuntos comunes, sobre aquellas cuestiones que nos interesan como comunidad política.
Al analizar con cuidado lo que dice la sentencia, la definición de lo que es propiamente la oposición política se deriva de una función que tienen los partidos o movimientos políticos en una sociedad democrática: los partidos políticos “(…) son instituciones encargadas de garantizar el control al gobierno, en los términos de evaluación y ejercicio de la crítica al gobierno”. Lo que es la descripción de una función puede desplazarse al ámbito de la definición y, de esa manera, habremos llegado al punto central: la oposición política es una postura crítica de control y fiscalización de los asuntos públicos que asumen los grupos políticos enfrentados al gobierno. Además, implica la proposición de una o varias formas alternativas para el manejo o trámite de los asuntos que nos interesan como comunidad.
Así las cosas, la oposición es, al mismo tiempo, análisis crítico, valoración y proposición. No la desinformación, no las ofensas, no la incitación al odio y a la destrucción institucional. Esa, claramente, no es la función constitucional que le corresponde a los miembros de un partido o movimiento político que se declare en oposición en el seno de un sistema político democrático. Los honorables representantes de los partidos de oposición deberían tener esto claro. Sin embargo, ellos prefieren la desinformación. Intencionalmente han buscado con mucho afán que el público no sepa, que no conozca, que no entienda, que repita mentiras hasta asumirlas como una verdad, que su opinión no sea autónoma. Desde las altas esfera de la política nacional se han empeñado en desinformar, insultar y calumniar con el único propósito de agudizar las falencias y la crisis de un modelo democrático ya de por sí maltrecho. Y lo han logrado.
Hasta aquí ha habido posiblemente suficiente ilustración sobre lo que debemos concebir y ejercer como oposición política en los diferentes niveles; hasta aquí probablemente ya tenemos una idea más o menos clara de que el agravio, el engaño y el odio no tienen nada que ver con esa postura. No obstante, lo que aquí ha sido abordado haciendo uso de algunas ideas y conceptos políticos y jurídicos básicos, puede enriquecerse más si efectuamos una última contribución, esta vez de la mano de la filosofía con respecto al concepto de crítica. Al final de un texto titulado ´La función social de la filosofía` (1940), el filósofo alemán Max Horkheimer afirmaba que:
“En la filosofía, a diferencia de la economía y la política, crítica no significa la condena de una cosa cualquiera, ni el maldecir contra esta o aquella medida; tampoco la simple negación o el rechazo. (…) Lo que nosotros entendemos por crítica es el “esfuerzo intelectual”, y en definitiva, práctico por no aceptar sin reflexión y por simple hábito las ideas, los modos de actuar y las relaciones sociales dominantes; el esfuerzo por armonizar, entre sí y con las ideas y metas de la época, los sectores aislados de la vida social; por deducirlos genéticamente; por separar uno del otro el fenómeno y la esencia; por investigar los fundamentos de las cosas, en una palabra: por conocerlas de manera efectivamente real”.
En ultimas instancia, ¿Qué tal si, a partir de una entrañable relación con los preceptos de nuestra constitución, la filosofía y la política, nos inquietamos —a la vez que nos resistimos— a la banalización del discurso y sus terribles consecuencias?
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