La noche de la mafia

Autor: José Miguel Arias

La madrugada del primero de diciembre, como ocurre siempre desde hace poco más de una década, fue en Medellín la más ruidosa y explosiva del año. Cuando el reloj marca la media noche, todas las comunas de la ciudad, sin excepción, comienzan a rugir y a brillar. La alborada marca el inicio del mes de diciembre, suponen algunos desprevenidos que la celebran. La realidad es que el origen de esta celebración es tan oscuro como peligrosos son sus fuegos artificiales y disparos al aire para decenas de niños y jóvenes y, al parecer, también para los animales domésticos y silvestres de la ciudad.

La madrugada del primero de diciembre es la fiesta de la mafia en Medellín, la celebración de la impunidad de los criminales. Es el momento del año en que todos los grupos ilegales confluyen para mostrar que esta ciudad, que se empeña en dejar su pasado violento atrás, sigue siendo de su dominio, que la ley que imponen desde La Alpujarra es desechable y que en realidad los que mandan son los que matan y cobran las vacunas. La alborada es prueba de una ciudad que habla de recuperación, renacimiento, cultura, educación e innovación, pero que sigue siendo manejada desde la clandestinidad por los carteles del narcotráfico.

Ser despertado por la tal alborada y escucharla sin ver sus luces desde la alcoba, se asemeja más a una balacera o las explosiones de las bombas que ponían los carteles que al comienzo de la temporada navideña. Los servicios de urgencias, estoy seguro, también se llenan de personas lesionadas, en su mayoría jóvenes y menores de edad, como si se reviviera la violencia de los ochentas y noventas. Es como si Medellín, una vez cada año, recordara la pesadilla que vivió en el pasado. La alborada es el culto a la herencia de Pablo Escobar y la demostración de la vitalidad de sus sucesores en el negocio de las drogas y el crimen.

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