La moral del alma bella vs. Maquiavelo y Weber

Foto: El Colombiano

Es un serio error que las personas pertenecientes a un grupo político se autoproclamen buenas, decentes, virtuosas, sobre la base de sus propias afirmaciones y de su propia historia. ¿Si soy un hombre público, y aspiro a ser gobernante, no debería ser otro, o los miembros de otras instituciones diferentes a mi partido los/las que digan, si, ciertamente soy bueno? Pero Íngrid misma y su banda de apóstoles del bien, predicándonos todo el día la ética del Sermón de la Montaña, hay que decirlo: es algo bien desagradable.

En un sentido político es fastidioso tener que oír a una persona o a sus partidarios, poniéndose por encima de los demás, al nivel celestial de las almas bellas, predicando sobre lo que debemos hacer. En nuestras sociedades, aunque con un muy débil Estado de derecho y democracia, el poder ha sido y sigue siendo, el medio ineludible de la política. En la política y en el Estado de derecho existen instituciones encargadas de establecer si la acciones o las omisiones de un burócrata se ajustan o no al derecho, si su acto fue un delito o no; no dicen que fue un acto moralmente malo, infame. Afirmar si las acciones son correctas o incorrectas en un sentido moral no le corresponde a las instituciones del Estado. Pero tampoco le corresponden al hombre de bien. Si uno obra bien, calla y sigue su camino. Todo esto resulta de la confusión entre la moral y la política, confusión que predomina en los políticos del centro. Es un asunto complicado que hay que aclarar pues el genio o el demonio de la política vive en tensión interna con el dios del amor. Esto lo expusieron grandes teóricos de la política como Maquivelo y Max Weber y vale la pena confrontarlo en relación con el artículo: “La superioridad moral”, publicado por Jorge Giraldo el 10 de abril en El Colombiano.

Maquivelo no piensa que hay políticos decentes y políticos que no lo son. Ese es un punto de vista equivocado. Considera que se debe separar y diferenciar el ámbito de la ética del campo de la política, es decir, alejar los asuntos de la moral privada de los asuntos concernientes a la organización pública. Para Maquiavelo, mezclar las exigencias de la moral privada, contenidas en los valores de la moral cristiana y estoica del hombre bueno, con los valores que exige la acción política, conduce no sólo a la confusión, sino al fracaso en la política. Gobernar las sociedades a la luz de lo que en sentido de la moral privada se considera bueno, es decir, practicar en la política los valores de la liberalidad, la misericordia, el honor, la franqueza, la solidaridad, la religión, salva el alma del gobernante, pero conduce a la ruina de las sociedades. “Un príncipe no puede observar todo lo que hace que los hombres sean tenidos por buenos, ya que a menudo se ve forzado para conservar el Estado a obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión. Por eso tiene que contar con un ánimo dispuesto a moverse según los vientos de la fortuna y la variación de las circunstancias se lo exijan, y como ya dije antes, no alejarse del bien, si es posible, pero sabiendo entrar en el mal si es necesario”, escribe en El Príncipe.

Para Max Weber, política significa la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados, o dentro de un mismo Estado, y entre los distintos grupos que lo componen. Si se entra al terreno de la ética, dice Weber, debe ser una ética a la que corresponde determinar qué clase de hombre hay que ser para tener derecho a “poner la mano en la rueda de la historia”. Weber muestra sin empachos moralistas que el instinto de poder es una cualidad normal en la política. El problema es cuando se convierte en una pura embriaguez personal.

¿Cuál es, pues, la verdadera relación entre ética y política? Weber utiliza la ética del Sermón de la Montaña que es la ética absoluta, para cuestionar el moralismo en la política. “Se la acepta o se la rechaza por entero, este es precisamente su sentido; proceder de otro modo es trivializarla… esta ética es, así, una ética de la indignidad, salvo para los santos. Quiero decir con esto que, si se es en todo un santo, al menos intencionalmente, si se vive como vivieron Jesús, los Apóstoles, San Francisco de Asís, entonces esta ética sí está llena de sentido y sí es expresión de una alta dignidad, pero no así, si sucede lo contrario”.

La ética del Sermón de la Montaña nos ordena no resistir al mal con la fuerza, pero para el político lo que tiene validez es el mandato opuesto: has de resistir al mal con la fuerza, pues de lo contrario te haces responsable de su triunfo, escribe Weber. Así considero que se debe hablar de política con categorías políticas y el moralismo político es mejor dejarlo para los santos y su ética absoluta.

Francisco Cortés Rodas

Doctor en Filosofía, Universidad de Konstanz (Alemania), Filósofo y Magister en Filosofía, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Estancias postdoctorales en la Johann-Wolfgang-Goethe Universitat Frankfurt, en Columbia University, en la Universidad Libre de Berlín, becario del DAAD y de la Fundación Alexander von Humboldt. Profesor titular del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia.

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