En ocasiones la vida te pone a prueba, y cuando menos lo esperas, surgen sorpresas, aquellas que te hacen fuerte pero primero te azotan contra el suelo ocasionando una terrible tristeza…
Ser madre es el sueño de algunas mujeres, y algunas tal vez tienen claro que no está dentro de sus objetivos de vida, pero ¿qué hacer cuando esto ocurre sin ser planeado? ¿Cuál es camino correcto? ¿Cuál es la decisión acertada? La respuesta se obtiene solo cuando lo vives en carne propia.
Cuando niña soñaba con cumplir mis metas profesionales y luego formar un “hogar”, de esos donde te casas y luego tienes hijos, y aunque se lea un poco tradicional, en realidad mi vida ha sido de todo menos tradicional.
Mis metas profesionales aún se encuentran en proceso, y legalmente ya soy una mujer separada, he tenido mis intentos para un segundo matrimonio y por si fuera poco, me han roto el corazón más de una vez. Pero todo esto no es ni la mitad de dolor, comparado con perder un hijo, si, es realmente la experiencia más frustrante y devastadora que una mujer pueda vivir.
Tener dudas, hacerse una prueba casera 3 veces y que todas salgan positivas, pensar que tal vez hay un error en todo esto, finalmente de solo un pinchazo darse cuenta que efectivamente estas embarazada, y no es precisamente de un hombre que sea tu esposo, ni tu novio de mucho tiempo, ni mucho menos de alguien con quien planearas vivir una experiencia así, sino de alguien que llegó a tu vida para hacerte poner los pies en la tierra y recordarte que “esta lección es solo tuya”.
Es allí en ese momento, cuando te das cuenta quien está contigo, quien te apoya, quien es feliz y a quien sencillamente le importa nada tu situación.
El proceso de la maternidad es sin duda algo inquietante, desafiante pero a la vez hermoso. Todos en algún momento sentimos que podríamos dar la vida por alguien que amamos, especialmente por aquellas personas más cercanas en nuestro núcleo familiar, pero cuando te enteras que dentro de ti empieza a crecer una vida o dos, es como ir con un vaso de cristal sostenido con tu mano hacia arriba en medio de un huracán, es tener la responsabilidad de cuidarte a ti misma para salvar la vida que llevas dentro, es convertir tu vida en un verdadero arcoíris, donde a veces el tono de los grises, abundan la mayoría de tus días…
Controlar las emociones es de las cosas más difíciles, y más cuando tu embarazo no es como de un cuento de hadas, intentar contener las lágrimas, sonreír a las personas cuando por dentro estas desmoronándote, pero a la vez recordando que serás la causante de traer al mundo una vida nueva, es casi como estar en una ruleta donde ganar depende solo de ti misma.
Y cuando justo lo has aceptado, y empiezas a vivir esta etapa con todo el amor y esperanza, llega la muerte, recordándote que algunas situaciones son lecciones de vida, y que no todo final está bajo tu control… perder un hijo es la experiencia más desgarradora que haya podido experimentar, es como caer al vacío y tener que salir con un laso que tú misma te has enviado para poder salir a la superficie, es casi preguntarte ¿estás preparada para vivir de verdad? Y aunque antes de pasar por esto, pensaba que no duele perder lo que nunca conociste, ahora puedo decir con toda certeza, que lo que duele no es perder lo que conozcas o no, sino perder lo que es tuyo, lo que construyes y lo que creas, y con todo el dolor que me haya podido causar está perdido, podría gritar a los cuatro vientos, que aún quiero ser madre, pero con la responsabilidad que lo requiere. Así que mujeres, el hecho de ser madres no puede convertirse en un acto egoísta de cumplir con un deseo, debe ser un acto que como consecuencia traiga felicidad, pero más que para nosotras, para esa vida que llega, hay que pensar en todo, desde el hogar que le brindaremos, hasta el mundo y la generación en donde les permitiremos crecer, vivir y soñar.
“Que la consecuencia de tus actos sean solo el inicio y no el final”