La magia de aprender

“El que todo lo sabe, nada lo aprende”


Una de las grandes interrogantes que nos acompaña durante toda nuestra vida es: ¿A qué vinimos? ¿Cuál es la razón o el propósito de que estemos aquí? Estos cuestionamientos someten hasta al más escéptico de nosotros. El hecho es que estas preguntas pueden ser un disparador para miles de teorías y respuestas, sobre todo dentro del mundo de la metafísica, de hecho es principalmente para responder esta pregunta junto con la de “¿Qué hay después de la muerte?” que creamos las religiones.

Ahora, quizás la respuesta esté de forma muy clara delante de nuestros ojos, quizás no sea tan enigmática o subrealista. En un mundo que continúa sumergido dentro de la estructura industrial y utilitarista ser pragmático es una virtud. Por lo que siendo sumamente pragmático podemos responder a estas preguntas diciendo que estamos en este planeta, viviendo en este momento, con el propósito de aprender, nada más y nada menos.

Es que el ser humano nace con muy pocas herramientas en su haber, somos de las muy pocas especies que depende completamente de otros para su subsistencia hasta por lo menos los 10 años, realmente traemos muy poco de fábrica, nuestra falta de instinto en comparación con otras especies nos dejan muy indefensos en la naturaleza si no tenemos quien nos cuide y nos enseñe.

Podemos decir entonces que nuestra misión en esta vida, al menos si pretendemos subsistir, es aprender. Este mágico verbo se encuentra hoy en día, en mi opinión, un tanto menospreciado. Su relación inmediata con la actividad académica limita mucho su verdadero alcance. ¿Qué magia hay en el aprender? ¿Qué tanto hay para aprender? ¿Acaso debemos aprender a aprender?

Considero que en la vida cada día, cada minuto, cada segundo, se encuentra ahí la oportunidad de aprender.

Se puede aprender de un profesor, de una madre, de un médico, de una persona con muchos títulos; así como se puede aprender de un indigente, de un anciano, de un niño, de un perro, de un ave, de un árbol. De lo que sea.

Si uno está abierto a aprender, siempre podrá hacerlo y así crecer. Cada oportunidad que uno se permite aprovechar, y aprender, determina el aumento en su nivel de conciencia.

Pero para poder aprovechar esa oportunidad, para lograr estar abierto a aprender, es necesario derribar el ego, y escuchar, simplemente observar y apreciar lo que el otro le está aportando, sin la necesidad de omitir una opinión, un juicio o agregar algo.

Para lograr esa apertura al conocimiento, es necesario, primero, aceptar el hecho de que eres un ignorante. Negarle la entrada al ego, somos ignorantes, porque si analizamos la cantidad de conocimiento que se puede obtener sobre absolutamente todo, en proporción al que uno posee, no hay otra respuesta posible.

Si nos obstinamos con la idea de que sabemos mucho, de que sabemos más que el o lo otro que tenemos delante, nos cerramos, no somos menos valiosos por no saber, todo lo contrario, aceptar que no sabemos, nos permite aprender. El que todo lo sabe, nada lo aprende

Pero el hecho de ser un ignorante no es negativo, es hermoso, porque cada momento en el que uno aprende, cada momento en el que uno eleva su nivel de conciencia, enriquece su alma, y avanza. La circunstancia de ser ignorante, es lo que le aporta belleza al conocimiento, gracias a que soy ignorante, tengo la oportunidad de aprender, y de crecer.

Dándole una pequeña vuelta de tuerca a la famosa frase de Sócrates, sólo sé que no sé nada, podríamos afirmar que de lo único que podemos estar seguros, lo único que realmente sabemos, es que tenemos mucho por aprender.

Rodrigo Pereira

Soy un apasionado de la reflexión y de las ideas de quienes se han detenido, en este mundo que no para, a ver las cosas de una forma distinta. Mi formación en leyes me permitió cuestionarme más aún las reglas que nos impone la sociedad y cómo todo, absolutamente todo, es diferente dependiendo el punto de vista en el que nos situamos. Firme creyente de que el sabio es el que sabe que no sabe, aspiro cada día a estar un poco más seguro de que efectivamente no sé nada.

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