El pasado sábado 25 de septiembre fui invitado a participar en el Congreso Internacional de Liberalismo Cultural organizado por la Fundación Libertad. La mesa en la que expuse se llamó “Recuperando banderas, las agendas que el liberalismo no resigna”.
En el anterior video puede observarse la mesa completa y a continuación el texto de mi exposición.
Presentación
¡Buenos días a todos! Nos convocan para conversar acerca de banderas que el liberalismo debe recuperar. Creo entonces que es pertinente contar acerca de algunos debates en los que participé en este último tiempo, que me parece que son relevantes para la temática de hoy.
Estos debates tienen que ver con tres temas, en donde la posición que tomamos muchos liberales suele confundirse con posiciones de izquierda, o bien con posiciones más cercanas con el autoproclamado lado progresista del espectro ideológico.
En concreto, los temas son:
- El matrimonio igualitario y la adopción homoparental,
- la legalización de las drogas,
- y el debate por la libre inmigración.
Entiendo a los confundidos
Lo primero que me gustaría decir es que no culpo a los desprevenidos por la confusión. Es decir, aquellos que por no estar completamente informados acerca de estos asuntos creen que por defender la libre entrada y salida de personas de un país somos “progres”, o quienes creen que defender la adopción de niños por parte de parejas conformadas por individuos del mismo sexo es ser de izquierda, tienen motivos concretos que los llevan a pensar así.
Para que sea bien claro para el público argentino, paso a dar ejemplos:
- La aprobación en 2010 del matrimonio igualitario en Argentina, que habilitó también la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo, fue el resultado de una iniciativa presentada por el diputado santafesino Eduardo Di Pollina, miembro, por supuesto, del Partido Socialista. Si uno mira qué piensa hoy Di Pollina, por ejemplo, puede dar con una nota reciente donde se explica que apoyó abiertamente la candidatura de Alberto Fernández a la presidencia. Cuando en 2010 se aprobó finalmente, los dos partidos que más apoyo le dieron al proyecto fueron la Coalición Cívica (84%), partido tradicionalmente socialdemócrata, y el Frente para la Victoria (54%), nada más ni nada menos que el de la entonces presidente Cristina Fernández de Kirchner.
- Respecto de la despenalización de las drogas, por ejemplo, en el año 2012 fue Aníbal Fernández el que presentó el proyecto de despenalización de la tenencia de marihuana para consumo personal. Hoy, es el mismo gobierno kirchnerista el que quiere ir a alguna forma de legalización mayor de toda la cadena de consumo y producción. Recientemente presentaron un proyecto para desarrollar la industria del cannabis medicinal y la industria del cáñamo. Ni Aníbal Fernández ni Matías Kulfas pueden considerarse remotamente cercanos al liberalismo.
- Si vamos al tema de la inmigración, tenemos que en 2018, por ejemplo, que el dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP): Juan Grabois, fue detenido por manifestarse a favor de la liberación de unos vendedores ambulantes de origen senegalés. Del otro lado del debate, y con expresiones de rechazo a la inmigración senegalesa (entre otras) estaba nada menos que Miguel Ángel Pichetto, dirigente histórico del peronismo que tardíamente se alió con Mauricio Macri, el líder “neoliberal”, para pelear por la presidencia en el año 2019.
Con este breve repaso histórico quiero decir que no culpo a los que sostienen que estas “banderas” o estas causas como la libertad para consumir sustancias, la libre inmigración o la igualdad de derechos para las minorías son “causas de izquierda”.
El problema, claro, es que quedarse con esa conclusión es quedarse sólo con una superficie: ver la cáscara de la nuez y ni siquiera molestarse en rascarla un poco más para conocer qué hay debajo.
Antes de seguir, que quede claro una cosa: incluso cuando claramente hay gente de izquierda que defiende todos estos temas, eso no quiere decir que desde otros lugares no se pueda pensar lo mismo.
En todo caso, será importante notar la contradicción de la izquierda en defender estas libertades o en defender la igualdad ante la ley, pero, posteriormente, oponerse a cualquier otra libertad –por ejemplo las libertades económicas– y a la igualdad ante la ley cuando piden redistribuir coactivamente el ingreso.
Inmigración y liberalismo
Repasemos un poco estos temas desde una perspectiva liberal. Pero primero, ¿Qué es una perspectiva liberal? Para resumir, es la perspectiva de una filosofía política que descansa en ciertos pilares, tres de los cuales son –siguiendo a Juan Ramón Rallo– el individualismo político, la igualdad jurídica y la libertad de asociación.
A la luz de estos principios, entonces, escribí en 2018 en defensa de la libre inmigración. Es que la libre inmigración no es otra cosa que un caso más de la libertad de asociación. Y no hay ningún motivo para anteponer a un nacional al extranjero.
Tocando un tema similar, Ayn Rand sostenía que:
“El racismo es la forma más baja, más burda y más primitiva de colectivismo. Es la noción de atribuirle significado moral, social o político al linaje genético de un hombre, la noción de que los rasgos intelectuales y de carácter de un hombre son producidos y transmitidos por la química interna de su cuerpo; lo que significa, en la práctica, que un hombre debe ser juzgado no por su propio carácter y sus acciones, sino por las características y las acciones de un colectivo de antepasados.”
Si reemplazamos racismo por nacionalismo, las conclusiones son las mismas. Estamos en una posición antiliberal que juzga al individuo no por sus méritos individuales, sino por su pertenencia a un colectivo accidental que no eligió.
Existen posiciones que sostienen que el Estado, al permitir que un extranjero ingrese en suelo nacional, está vulnerando el derecho de propiedad de los nacionales, como si se tratara de la propiedad de un barrio privado por parte de los asociados al consorcio.
Pero lo cierto es que quienes emigran a otro país –por lo general– buscan un trabajo, y lo consiguen, o van a estudiar, y estudian, casos todos estos en donde el individuo está entrando en una asociación libre y en un intercambio mutuamente beneficioso con el nacional.
¿Cuál es el argumento, entonces, para sostener que el gobierno debe interrumpir estas asociaciones? Ninguno. O, al menos, ninguno desde un punto de vista liberal. Los intercambios voluntarios, como escribí en 2017, benefician a ambas partes, y así como la venta de un café beneficia al comprador y al vendedor, sin importar su raza, religión, ni nacionalidad, lo mismo ocurre con el visitante, el estudiante o el inmigrante. Nada debe hacer el Estado con la inmigración y, citando un slogan de la izquierda que me parece muy atinado, concluyo que ningún ser humano es ilegal. Y agrego, siempre y cuando respete los derechos individuales de los demás.
Derechos LGBTI+
En el caso de las uniones civiles entre individuos del mismo sexo, no sólo estamos en un caso de asociación libre de la cual nadie puede opinar nada que pueda ser tomado más que como una mera opinión; también estamos en un caso de igualdad ante la ley. Es claro que, desde un punto de vista liberal, también es razonable suponer que el Estado no debe involucrarse en contratos privados. Si ese fuera el caso, entonces directamente no existiría el matrimonio civil como institución y todo el debate nunca se habría generado.
Ocurre, no obstante, que ese mundo no existe, pero que además tiene sentido histórico y práctico que no exista. El Estado regula los contratos, y el matrimonio es uno más de ellos, junto al cual vienen otros rituales y tradiciones históricas. Ahora bien, cuando es el Estado el que casa a las personas y ese mismo Estado le niega el casamiento a algún grupo de ciudadanos producto de su orientación sexual, entonces está rompiendo el principio de igualdad ante la ley.
Frente a esta, previo al año 2010, había dos categorías de ciudadanos: los heterosexuales, que podían casarse, heredar y adoptar con reconocimiento oficial, y los homosexuales, que podían vivir juntos, compartir exactamente el mismo amor que toda otra pareja del planeta, pero el Estado no los reconocería como un matrimonio.
Esto, desde un punto de vista liberal, no únicamente es moralmente reprochable, sino que constituye lisa y llanamente un acto de injusticia. En buena hora hubo legisladores socialistas que avanzaron en la modificación del código civil. Una pena que los liberales no hayan sido más efusivos en la defensa de esta igualdad jurídica.
Libertad para consumir sustancias
Por último y para no extenderme tanto, el consumo de drogas debería estar despenalizado. Y aquí no hay más que seguir a John Stuart Mill, que decía que:
“Ningún hombre puede, en buena lid, ser obligado a actuar o a abstenerse de hacerlo, porque de esa actuación o abstención haya de derivarse un bien para él, porque ello le ha de hacer más dichoso, o porque, en opinión de los demás, hacerlo sea prudente o justo. Éstas son buenas razones para discutir con él, para convencerle, o para suplicarle, pero no para obligarle o causarle daño alguno, si obra de modo diferente a nuestros deseos. Para que esta coacción fuese justificable, sería necesario que la conducta de este hombre tuviese por objeto el perjuicio de otro. Para aquello que no le atañe más que a él, su independencia es, de hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el individuo es soberano.”
Nuestra Constitución misma sostiene que “las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados.”
Así que nada debe hacer el gobierno interviniendo en las decisiones soberanas de los individuos. Y, en tal caso que ocurriera una agresión a terceros bajo los efectos de alguna droga, entonces podría evaluarse agravar la sanción, producto del uso de estimulantes, por ejemplo. Pero los liberales no somos paternalistas y tampoco creemos que el Estado sea un ente que tenga que bajar una línea acerca de “la recta forma de vivir”.
Para ir concluyendo, entiendo que algunos crean que sostener estas banderas sea algo de izquierda, porque algunos referentes de la izquierda las han sostenido en el pasado o lo hacen aún hoy. No obstante, la defensa de las libertades individuales, el rechazo del paternalismo estatal, la defensa de la libre asociación y el rechazo a la desigualdad ante la ley no son banderas de la izquierda, sino temas absolutamente comprendidos, estudiados y defendidos por el liberalismo.
Y si a alguno no le gusta, está en todo su derecho, pero que no venga a decir que se opone a todas estas banderas en nombre de un “verdadero liberalismo” o cosas por el estilo.
Este artículo apareció por primera vez en el sitio web oficial de Iván Carrino, y en nuestro portal aliado El Bastión.
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