Hace algunas semanas me referí positivamente a la iniciativa de la industria láctea de abrir un debate amplio sobre el tema recurrente del precio al productor, el cual, obviamente, la industria presiona a la baja, mientras el ganadero aspira a un ingreso justo que compense sus costos y su esfuerzo. Pensaba yo en una posición de cadena, incorporando al Gobierno, no solo como árbitro, sino con responsabilidades específicas, tanto en el desarrollo de una política láctea, muchas veces intentada y muchas frustrada, como en la generación de condiciones para el desarrollo rural. No se puede olvidar, por ejemplo, que en el costo del transporte, que siempre ha sido parte de la discordia, tiene alta incidencia la desastrosa condición de la red vial terciaria, como no se puede olvidar el alto costo de la energía que consumen los tanques de frío.
El debate se está dando en el Consejo Nacional Lácteo, pero ha cambiado al conocerse un estudio de Fedesarrollo “ad hoc”, pagado por la industria para sustentar, o mejor, tratar de imponer sus intereses. La propuesta se parece al negocio de sándwiches de jamón y queso entre un marranito y una vaca, en el que esta última, por supuesto, está muy interesada porque en su aporte no le va la vida, como sí al marranito. Pues bien, en este negocio que la industria propone es la vaca –los productores de leche – la que tiene comprometida su subsistencia.
Con el compromiso de comprar la totalidad de la producción, que hoy es del orden de los 6.500 millones de litros, la industria muestra su interés en exportar el 10% de ese volumen, lo que equivale a ventas externas anuales del orden de 80.000 toneladas de leche en polvo, lo cual, en principio, suena muy bien.
El secreto está en quién pone el jamón para el sándwich. Como el precio que arrastra la cadena no es competitivo, el industrial exportador necesita compensar la diferencia entre aquel que cubre cómodamente sus costos y utilidades, y el menor precio al que puede vender en los mercados. ¿De dónde saldrá el dinero para cubrirle esa diferencia? Pues del ganadero, que recibirá un precio a pérdida –Precio Competitivo de Exportación– para ese porcentaje de su producción.
Sencillamente, como con el marranito del cuento, la industria pretende que los ganaderos regalemos el 10% de nuestro esfuerzo para alimentar un Fondo de Promoción de Exportaciones, FOPEL, con la promesa de que, generosamente, nos comprará toda la producción, sin aclarar cómo pasarán de acopiar menos del 50% de la oferta de leche fresca a comprar la totalidad, lo que significa más de 9 millones de litros diarios adicionales.
Pero si la plata de FOPEL no alcanza, está el Fondo de Estabilización de Precios y, como si fuera poco, también un Fondo de Apoyo Lechero, FAL, que saldría de desbaratar el actual Fondo Nacional del Ganado, cuyos recursos, aportados por los ganaderos, tendrían que destinarse en un 50%, adivinen a qué; pues al fomento de las exportaciones de los industriales.
Y si la plata tampoco alcanza, sería el Presupuesto Nacional el que ponga la diferencia. Mejor dicho: productores, parafiscalidad ganadera y Gobierno, todos, a trabajar para la industria. ¡Fácil!
No señores. Hay que ser serios. Una vez más, invito al Ministro Iragorri a liderar ese debate, pero con un criterio de cadena, de gana-gana, y no de sándwich de jamón y queso.
Nota bene. Cómo no manifestar rechazo a la barbarie de las Farc. Cómo no dudar de su voluntad de paz. Nuestra solidaridad con las familias de los héroes caídos.
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