Quiero valerme de estas líneas para poner en palabras el repudio que me suscita el discurso de la guerra como motor de desarrollo o prolongación de la política misma. Todo argumento, desde los conquistadores del mundo antiguo hasta Clausewitz y Tilly, hoy más que nunca, me resulta vacío e innecesario. Me resisto a validar como desarrollo a todo aquello que tiene su origen en un río de sangre. La guerra no es arte; porque el arte es esperanza. La guerra no es discurso porque carece de palabras y de interlocutores. La guerra es la negación del derecho. Es lo que la humanidad se propuso superar después del zaperoco nazi y las explosiones en Hiroshima y Nagasaki (sobrevivientes justamente premiados con el Nóbel de paz). Se propuso erradicarla, pero sus actos tibios para denunciar al agresor están condicionados a muchos intereses que van más allá de la naturaleza objetiva por medio de la cual sea posible decir ¡Basta! Basta a Putin-Rusia. Pero no hay quien lo diga porque ellos tienen gas. Basta a Netanyahu-Israel. Pero no hay quien lo diga porque ellos son la bandera estadunidense en Oriente medio.
El 7 de octubre de 2023, Hamás dio un golpe al enemigo y despertó al Leviatán. Israel tiene derecho a defenderse. Tiene el legítimo derecho a responder al ataque, pero el DIH exige respetar a los civiles y a los veedores internacionales. Eso no tiene discusión. Es un mandato esencial de la sociedad que sobrevivió a la segunda guerra mundial. Pero no lo ha hecho. Y cada día ataca con más fuerza. A un año del ataque, hay judíos e israelíes que cuestionan las palabras y los actos de su líder. Su guerra es tan demencial que abrió, simultáneamente, otros frentes en dirección de El Líbano e Irán. La obsesión expansiva de su fuerza se ha salido de control. Los hombres de la guerra no tienen derecho a poner en vilo a los pueblos que representan. Los hombres de la guerra no tienen límites. Sus frentes bélicos se prenden como pólvora y el orden internacional asiste pasivo a una furia descontrolada que busca a sus víctimas debajo de los escombros.
He seguido con atención los discursos, los ataques y los resultados de la insensatez de esta guerra. Y debo decir que es un escenario desolador. No solo por el odio que hay en el corazón de los enemigos, sino por la pasividad del resto de la humanidad. La guerra como fondo de una sociedad acelerada por el mercado espacial, construir robots que hagan tareas domésticas, carros que se muevan sin piloto o definir la fidelidad de la pantalla del iPhone 16.
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