La gran estafa detrás de los derechos sociales

Lamento darles una mala noticia: por más que estén incluidos en las Constituciones Políticas de nuestros países y por mucho que los ratifique la ONU o personajes como Gustavo Petro, no existen tales cosas como el derecho a la salud, a la educación o a la alimentación, ni a una vivienda digna; y podemos seguir enumerando un largo listado de “derechos” que no son verdaderos derechos, sino una gran estafa instalada y perpetuada por aquellos que pretenden hacernos creer que algunos merecen vivir a costa de otros.


Los derechos sociales surgen como demanda cuando comienza la oferta de bienes o servicios a los que un grupo desea acceder sin la necesidad de intercambiar algo a cambio de ellos. En el paleolítico, donde lo único que existían eran cavernas, harapos, palos, fuego y hombres tratando de sobrevivir, nadie saltaba a reclamar su derecho a la educación o a la salud o a una vivienda digna. La respuesta a semejante demanda hubiera sido un golpe en la cabeza.

En la actualidad, en cambio, contamos con todo tipo de profesionales, productos y servicios. Pero supongamos que en un pueblo alejado, ninguno de sus habitantes hubiera decidido ser médico o maestro. Si partimos de la base de que tenemos derecho a la educación y a la salud, ¿significa entonces que podemos obligar a algunos de sus habitantes a convertirse en maestros y médicos? ¿Significa que podemos obligar a algún maestro o médico de otro pueblo o ciudad a mudarse para educar y curar a sus habitantes? ¿Significa, en general, que los maestros y médicos están obligados a proveernos sus servicios sin importar si lo desean o no, o si les pagamos o no? Todos debemos desarrollar actividades productivas para poder pagar las cuentas y mantener nuestra vida. Decir que alguien está obligado a educarme, curarme o construirme una vivienda en contra de su voluntad o gratuitamente, es lo mismo que decir que estamos de acuerdo con la esclavitud.

Como es obvio que la esclavitud no funciona a largo plazo, se encontró el modo de disimularla. En vez de esclavizar a uno solo por completo, esclavizamos a todos un poquito, dividiendo la carga de mantener estos “derechos” en un mayor número de víctimas. ¿Cómo? Obligando a cada uno a renunciar a un porcentaje de lo que produce para poder satisfacer el “derecho” de alguien más. Y como los “derechos sociales” siempre se inflan, la renuncia cada vez debe ser mayor.

¿Alguna vez se preguntaron que pasaría si a partir de ahora el 100 % de la población dejara de producir y decidiera exigir sus “derechos sociales”? ¿Quién los proveería? Uno tiende a creer que es el Estado quien provee salud, educación o vivienda. Pero el Estado no produce nada, pues solo quita los recursos de quienes sí lo hacen.

Los llamados derechos sociales, para ser satisfechos, exigen necesariamente que alguien este dispuesto a ofrecer sus servicios gratuitos o que alguien este dispuesto a pagarlos por otro. Como nadie puede vivir del aire y nadie quiere pagar la vida ajena, hay solo un modo de poder satisfacer los derechos sociales: a punta de pistola.

Entonces ¿si no me alcanza para pagar un médico, significa que debo morir? ¿Si no me alcanza para pagar los estudios, significa que no podré educarme? ¿Si no me alcanza para un techo, significa que debo vivir a la intemperie? Por supuesto que hay situaciones límites como estas, donde hay personas que no pueden pagar lo mas básico, pero en general se dan en los sistemas donde la farsa de los derechos sociales (Cuba o Venezuela, por ejemplo) se ha impuesto por sobre los derechos individuales. En los países con mayor respeto por los derechos individuales se encuentran modos de resolver estas situaciones sin la intervención del Estado ni la necesidad de víctimas, gracias al respeto por la vida y la buena voluntad de la gente.

Ayudar a alguien en un caso de emergencia, curar a alguien sin recibir dinero a cambio o alimentar a alguien que está necesitado, son actos de generosidad que hay que agradecer. Pero nunca deberían ser imposiciones, que de no ser satisfechas, son merecedoras de castigo.

Los únicos derechos fundamentales que tenemos son el derecho a la vida, el derecho a la libertad (que incluye el derecho a la búsqueda de la felicidad) y el derecho a la propiedad.

El derecho a la vida no significa que alguien más deberá proveerla, sino que nadie deberá violarla. El derecho a la propiedad no significa que alguien deberá regalarnos una casa, sino que podremos ejercer nuestra libertad de acción para lograr una. Lo único que demandan estos derechos es respeto por los mismos derechos de los demás.

Como dijo alguna vez la gran filósofa Ayn Rand:

“Cualquier supuesto «derecho» de un hombre que necesite que sean violados los demás derechos de otro, no es ni puede ser un derecho.

Ningún hombre puede tener derecho a imponerle una obligación indeseada, un deber inmerecido o una servidumbre involuntaria a otro hombre.”

La pregunta que uno siempre tiene que hacerse para descubrir si se está frente a un verdadero derecho o frente a una estafa es ¿A costa de quién? ¿Requiere alguna víctima? Por eso, la próxima vez que se encuentre con un defensor de los derechos sociales, pregúntele directamente a quién planea sacrificar.


María Marty

Escritora, ensayista y guionista argentina, Licenciada en Comunicación Social de la Universidad del Salvador y egresada del Academic Center del Ayn Rand Institute. Columnista en diferentes medios y programas de radio.

Fundadora y CEO del Ayn Rand Center Latin America: organización independiente que tiene como misión fomentar una mayor conciencia, comprensión y aceptación de la filosofía objetivista en América Latina.

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