“Si el consumo global de combustibles fósiles continúa creciendo a su ritmo actual, el contenido de CO2 atmosférico se duplicará en aproximadamente 50 años. Los modelos climáticos sugieren que el efecto invernadero resultante se verá magnificado en latitudes altas. El aumento calculado de la temperatura en latitudes de 80° Sur podría comenzar la desglaciación rápida de la Antártida Occidental, lo que llevaría a un aumento de 5 metros en el nivel del mar”
El párrafo anterior podría ser el encabezado de alguna página medioambientalista contemporánea, pero es en realidad, el resumen de un paper científico titulado: “la capa de hielo de la Antártida Occidental y el efecto invernadero producido por el CO2” texto publicado hace 40 años en la revista Nature, como resultado de una investigación realizada por el Instituto de Estudios Polares de la Universidad Estatal de Ohio, Columbus, en cabeza del glaciólogo John H. Mercer. Sus conclusiones más que precisas son latentes hoy en día, pues entre 1995 y 2018 se han producido dos desprendimientos de grandes bloques de hielo de la región occidental, producto del efecto invernadero.
El 12 de julio de 2017 se desprendió de la barrera de hielo noroccidental conocida como plataforma Larsen, un témpano de hielo o iceberg bautizado A68, que, según los científicos, tenía, en el momento de su fracturación unos 5,800 kilómetros cuadrados; una extensión aproximada a la del estado norteamericano de Delaware. Este acontecimiento prendió las alarmas entre la comunidad científica, quienes ya habían advertido sobre los efectos adversos del calentamiento global y del cambio climático. En tanto que, la comunidad internacional hizo oídos sordos.
La Antártida es un continente que en teoría no es de nadie, pero que en realidad es reclamado por al menos siete países entre los cuales se encuentran: Chile, Argentina, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Francia y Noruega. El polo sur fue conquistado por el explorador noruego Roald Amundsen en 1911 y desde entonces no han parado las reclamaciones de soberanía sobre su gélido territorio. El primero de diciembre de 1959 se firma en los Estados Unidos el Tratado Antártico que pretendió regular el acceso al polo sur y a los territorios de ultramar y que entró en vigor en 1961.
La plataforma Larsen se encuentra justo en la zona que reclaman Argentina, Chile y Reino Unido, y es la más cercana a la Isla Grande de Tierra del Fuego y al estrecho de Magallanes, lo que indica una posición geoestratégica considerable. Mientras los gobiernos ven como una oportunidad económica la región, dada la posibilidad de explotar recursos naturales y de circunnavegación entre continentes (en caso de que el deshielo siga avanzando), la comunidad científica se encuentra preocupada por el medio ambiente, el cambio climático y la biodiversidad de la zona.
Aunque parezca un continente deshabitado, la Antártida en sus catorce millones de kilómetros cuadrados alberga varias especies de pingüinos, una gran variedad de aves (Albatros, petreles, skuas, gaviotas, gaviotines y cormoranes) y en sus mares orcas, delfines, focas y elefantes marinos. En cuanto a la flora no hay grandes especies, pero si abundan los líquenes, hongos, algas y musgos.
Investigadores de la Universidad de Santiago de Chile, monitorean el comportamiento del deshielo en esta región y emiten constantes comunicados que advierten sobre el asunto a través de su perfil de twitter: @Antarcticacl. Este grupo de expertos registra entre otras cosas el nivel de ozono, la radiación solar, la temperatura, la acidez de los océanos y el estado del suelo antártico. En el informe de enero 30 de 2018, han advertido que en caso de derretirse las capas de hielo de Groenlandia y de la Antártica, el nivel del mar subiría hasta 65 metros, lo que implica que ciudades costeras como Cartagena, Miami, Barcelona, Ámsterdam, Bangkok, Tokio, Manila, Nueva York o Rio de Janeiro quedarían bajo el agua, esto sin contar un sinnúmero de islas tanto en el Océano Pacífico como en el Atlántico.
La próxima cumbre sobre el clima se realizará en Polonia en el 2018, en la cual se pretende afianzar y reglamentar el acuerdo de París, en ella se busca impedir que la temperatura del planeta suba 2° centígrados, dado que, según las mediciones científicas, dicho aumento implicaría no solo el deshielo de los casquetes polares, sino la desertificación de amplias zonas planetarias, lo que sin duda conllevará a problemas geopolíticos y crisis humanitarias por la escasez de agua y alimentos. Hoy día, ciudades como Ciudad del Cabo en Sudáfrica con casi 500.000 habitantes ya tiene serios problemas de desabastecimiento. Este aumento está marcado por la emisión de carbono y es desconcertante que siendo Estados Unidos el principal emisor, tenga un presidente tan obtuso frente al tema, dado que no solo niega el cambio climático, sino que anuncia que se retira del Acuerdo de París, lo que significa un retroceso en la lucha a favor del medio ambiente.
En este orden de ideas, si no se hace algo urgente, global e inmediato, se vislumbra un futuro desolador, marcado por la guerra, la hambruna y la escasez, cada día los océanos se llenan de basura, las especies de fauna y flora desaparecen a un ritmo frenético, las fuentes de agua se evaporan o se contaminan, las selvas y bosques se talan a un ritmo insostenible y la desigualdad social se convierte en algo cotidiano y ascendente. La prepotencia de los países desarrollados crea un sesgo incapaz de ver la realidad, el orgullo nacionalista impide al Homo sapiens sapiens razonar como especie, el capitalismo es un depredador de recursos que poco le importa la sostenibilidad. La política nacional e internacional se rige en términos de producción, deshumanizando la existencia. Las relaciones internacionales adquieren un tinte neorrealista donde prima la competitividad defensiva y agresiva, en este escenario caótico los derechos humanos cada vez encuentran menos acogida y más desprecio.
La voz de los científicos de la Antártida, al igual que las de los grupos ecologistas y humanistas es la voz que clama en el desierto, a la espera de que sus investigaciones y advertencias sean escuchadas por aquellos que detentan el poder. En las manos de los potentados está la opción de salvar la especie humana y la biota del planeta en general.