La tecnología usada en la búsqueda de nuevos yacimientos submarinos de gas y petróleo es la responsable de la muerte de un centenar de delfines de cabeza de melón en las costas de Madagascar en verano de 2008, ha concluido un estudio científico publicado hace unos días por la Comisión Ballenera Internacional, IWC (International Whaling Comission).
Según la investigación, la petrolera ExxonMobil usó un tipo de sónar de alta frecuencia para cartografiar el fondo marino en el Índico que interfirió los sistemas de orientación y comunicación de los cetáceos. El sonido los hostigó hasta el punto de hacerles abandonar su hábitat en mar abierto y buscar refugio en aguas menos profundas.
El uso de ecosondeos de alta frecuencia se ha convertido en uno de los mayores obstáculos para la protección de los mamíferos marinos, dice Michael Jasny, analista del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales, de Estados Unidos.
Ésta práctica se suma así a otros métodos ya denunciados por los grupos de protección de defensa medioambiental, como las inspecciones sísmicas, los sónar de largo alcance o el tránsito de barcos por las zonas de concentración de ballenas y delfines.
El ecosónar de ExxonMobile puede ser oído por los delfines en un área de cientos de kilómetros cuadrados, y el problema es que no existe control alguno sobre el uso de estos aparatos.
Resulta inevitable pensar en la cantidad de casos de ballenas y delfines varados en masa a lo largo y ancho del planeta para los cuales no existe ninguna explicación concreta. Uno de los más recientes tuvo lugar en Islandia el pasado 7 de septiembre, poco días después de que otro grupo de ballenas arribaran a las costas del norte de Escocia.
Según la información, es más que probable que la causa de ambos episodios esté en las inspecciones sísmicas llevadas a cabo en el Atlántico Norte, pues tales actuaciones se caracterizan por provocar el caos en los grupos afectados y condiciones de pánico en los animales, que es lo que los biólogos observaron, tanto en Escocia como en Islandia.
La técnica siempre tuvo como objetivo principal servir al hombre pero, ya en 1958, la filósofa Hanna Arendt se preguntaba, en su libro La condición humana, no ya quién sirve realmente a quién, sino si el desarrollo tecnológico no habría comenzado a dominar e incluso a destruir el mundo.
El fracaso de esta autodenominada era del progreso está en haberse orientado hacia la vida del hombre como dominador y no como integrante del mundo: “hemos hallado una manera de actuar sobre la Tierra y en la naturaleza terrestre como si dispusiéramos de ella desde el exterior”, decía Arendt, y ello no parecía tener importancia cuando las intervenciones sobre la naturaleza se ejercían a un ritmo que permitía su regeneración.
Más de medio siglo después de la pregunta de Arendt, la tecnología ha superado con creces la capacidad de recuperación de la naturaleza.
El ecólogo Jaume Terradas, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, acuñó en su día el denominado “síndrome de Faetón“ para describir la situación en que nos encontramos actualmente: Faetón quiso conducir el carro del Sol confiando en su fuerza y juventud, pero los caballos se desbocaron y el hijo de Febo perdió el control, de modo que el carro solar comenzó a incendiar los territorios por los que pasaba.
La naturaleza responde al comportamiento de los sistemas dinámicos complejos, lo que se más comúnmente se conoce como “efecto mariposa”: en condiciones iniciales de un determinado sistema natural, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas totalmente diferentes e inesperadas.
En los años noventa, el águila calva de América del Norte estuvo al borde de la extinción por culpa de la caza de ballenas, en un enredo planetario que afectaba a varias especies animales.
Dos décadas después, el mayor enemigo de los cetáceos no es el ballenero, sino la tecnología al servicio de la exploración petrolera, cuyos efectos a largo plazo se ignoran pero sin cuyo éxito a corto no es viable el actual ritmo de vida de las sociedades desarrolladas, que entienden la existencia en términos de consumo y no de cobertura de necesidades.
¿Dónde está el límite entre necesidad y capricho? Ya Ortega y Gasset se hizo esta pregunta en Meditación de la técnica, a la que se refería como “la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades”. El problema, diría Ortega, es determinar cuáles son las necesidades elementales y cuáles las superfluas.
En un ser cuyo fin no es estar en el mundo, sino estar bien a pesar del mundo, habría que preguntarse dónde está el límite entre necesidad y desvarío, si es que acaso sigue existiendo.
El de Faetón acabó con su muerte. Zeus tuvo que fulminar el carro solar para evitar que la catástrofe fuese a más…
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