“El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos…”, así es el inexorable camino de la vida. El implacable paso de los años, al que esta sociedad pareciera no acostumbrarse. Incluso, muchos evitan el tema, mientras otros desprecian los años, la experiencia, y la apariencia.
Este culto a la juventud nos ha llevado a ver la vejez como un fracaso. A excluir de manera implacable a las personas mayores. A restarle importancia a la sabiduría que da el paso del tiempo.
Envejecer, en esta sociedad moderna, se ha convertido en sinónimo de incapacidad, de pereza, de caprichos, de ideas retrógradas, de falta de creatividad.
Muchas personas mayores son abandonadas, maltratadas y subestimadas, incluso por sus propias familias. Y ni que decir en lo laboral. Hemos dejado de lado la importancia de la experiencia para que la ocupe la improvisación, y en no pocas ocasiones, la prepotencia del desconocimiento.
Si bien la juventud requiere de toda nuestra atención, de propiciarles oportunidades de vida, de educación, laborales, entretenimiento, para que su desarrollo, tanto personal como profesional y humano sean los insumos de una mejor sociedad, no podemos seguir rindiendo este dañino culto hacia unos en detrimento de los demás.
Mucho menos, si sabemos que inexorablemente los que hoy denigran del envejecimiento, mañana serán los excluidos.
El mundo envejece
En Colombia, según el estudio “Colombia envejece” de la Fundación Saldarriaga Concha, hay cerca de 5.2 millones de personas que tienen 60 años, es decir (10,8% del total de ciudadanos), y se calcula que para el 2050 la cifra aumentará a 14,1 millones.
Actualmente, mientras la esperanza de vida aumentó, la natalidad descendió. Para 2050, se espera que en el mundo existan cerca de 2.000 millones de personas con promedio entre los 60; y 434 millones de personas con 80 años. Y, además, un 80% de estas personas vivirán en países de ingresos bajos y medios. Un panorama poco alentador y que obliga a pensar cómo vamos a resolver la pobreza de los mayores, entre las cuales podrá estar usted que tiene 40 o 50 años o más. Y si está entre los 30, y un poquito más, no se excluya, además, porque en su entorno cercano están sus padres, tus tíos, sus abuelos y muchas otras personas más.
¿Si la natalidad disminuye, y la longevidad aumenta, cómo nos vamos a preparar para garantizar la productividad de la ciudad y del país? ¿Quién se encargará de sostener económicamente este país, esta ciudad?
Según datos de Naciones Unidas, Francia tuvo que disponer de 150 años para enfrentar el incremento de la población mayor de 60 años. Y hoy el reto que nos impone este vertiginoso avance de los años, es un plazo de tan solo 20 años para resolver el envejecimiento del mundo.
En este mes de agosto, dedicado a las personas mayores, la reflexión debe estar puesta en el respeto y la valoración por quienes, a lo largo de su recorrido, a través de los años, cuentan con un saber, una experiencia, una forma de ver la vida distinta y una capacidad de sorprenderse e incluso de ajustarse a las nuevas maneras de vivir.
Vivimos en un mundo lleno de estereotipos que valoran más la belleza que el saber. Sin embargo, está comprobado que los seres humanos que reportan en el mundo los niveles de vida más feliz son los mayores de 55 años. Pocos pierden el entusiasmo, la creatividad, los ánimos de conocer cosas nuevas y emprender nuevos proyectos. Porque en el ocaso de la vida, también es posible empezar de nuevo.
El aumento en la esperanza de vida pudiera significar una vida laboral más productiva y traer oportunidades económicas más alentadoras, tanto para las personas mayores, sus familias, como para la sociedad. Es por esto que nos corresponde primordialmente, revisar los sistemas de salud, de educación, de inserción laboral, de entretenimiento, recreación y emprendimiento, para garantizar que esta población tenga unas condiciones de vida digna.
Es necesario que las políticas públicas, la dirigencia política, la empresa privada, el estado, y la sociedad en general, cambiemos el chip, y empecemos a transformar ese enfoque de vulnerabilidad, por uno centrado en las capacidades, que potencialice al ser humano, y garantice el respeto por sus derechos. Y, que, ante todo, permita poner al servicio de la ciudad, y del país, la sabiduría adquirida para construir un mundo más equitativo.
Solo si abrazamos nuestros años, y la de nuestras personas mayores, nos abrimos puertas y se las abriremos a las nuevas generaciones.
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