La escuela comunitaria de Altos de la Torre – o como hacer realidad lo imposible –

Mientras subíamos al Asentamiento, Orlando y Paulino me iban contando cómo había surgido todo: un lote donado a la comunidad,  que contrario a lo que ocurrió en otros barrios, esta había decidido construir una escuela en vez de una iglesia como muchos habitantes  lo querían, “nosotros estamos salvados, lo que tenemos que hacer es dar educación para salvar nuestros niños”, me contaba Orlando que había sido su argumento contundente  para que allí se privilegiara la educación de los niños.

De la escuela de tablas con profesores improvisados que donaban su tiempo, pasaron a tres aulas con ladrillos  que les donó un político en plena campaña electoral; de ahí vino la época del control paramilitar en la zona,  eran los años de la desmovilización y,  la organización que prestaba el servicio educativo contratada por la Secretaría de Educación pagaba 50 millones al año  a los supuestos reinsertados por dar seguridad y coordinar “el proyecto de convivencia escolar” como lo llamaba Orlando entre risas, al sistema de miedo y represión contra los niños de la escuela.

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Altos de la Torre era una comunidad confinada bajo el poder de los grupos ilegales que recibían recursos económicos del programa de Paz y Convivencia de la Alcaldía de Medellín; gracias al acompañamiento de la Corporación Región y de la Personería de Derechos Humanos,  la Junta de  Vivienda del Asentamiento presentó ante la Secretaría de Educación una denuncia por  la desviación de los recursos y el pésimo servicio educativo prestado por  la entidad contratada, logrando que se diera por terminado el contrato.

Esta historia, contada entre chistes por Orlando y Paulino, aquella mañana lluviosa del jueves santo del 2005,  mientras subíamos al Asentamiento en búsqueda de una escuela,  que en caso de ellos aprobar, CEDECIS podría comenzar a dirigir apenas pasara la semana santa, me parecía más fruto de la alucinaciones de este par de hombres curtidos por la vida, por el desplazamiento, por las amenazas que de una realidad; no era posible que esto pasara a 20 minutos del edificio Coltejer bajo la más absoluta impunidad y hasta con el apoyo, para los ilegales,  de programas oficiales.

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Llegar a la flamante escuela fue más descorazonador que la historia que acababa de escuchar;  techos caídos,  pupitres en situación desastre, charcos de agua en los salones,  paredes de color irreconocible,  el patio de recreo era una zona de barro amarillo y los baños sin agua eran el resumen de todo lo que ahí pasaba.

Y como la vida también es la fuerza de los contrarios,  al panorama de miedo, de pobreza, de exclusión, se oponía  la valentía, la esperanza, la convicción en un futuro mejor para su Asentamiento de ese grupo de hombres y mujeres que pese a las amenazas, al sistema de terror impuesto por los grupos paramilitares, todos los días se levantaban con la convicción de que había que persistir en su solitaria lucha

Y gracias a Fabiola, Elvia, Stella, Gladys, Paulino, Orlando y otros tantos más de esos líderes que no claudicaron ante los poderes ilegales,  al apoyo del gobierno local y a la solidaridad infinita de organizaciones nacionales e internacionales Altos de la Torre pudo abrirse ante una ciudad que lo desconocía,  y al trabajo de las maestras que llegaron a orientar la escuela esta comunidad pudo emprender el camino de su inclusión en la ciudad.

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Posiblemente, quien suba hoy a Altos de la Torre y el Pacífico no logre percibir la profunda transformación que hay en este territorio: la escuela ya no es la escuela derruida, pero fuente de identidad comunitaria, que encontré en la primera visita,  sino una escuela digna para los niños; la llegada a las viviendas no es entre piedras y barro sino a través de senderos construidos en cemento,  después de  20 años de lucha a finales del año pasado por las canillas de las casas salió por fin la soñada agua potable.

Por eso ayer, que la Secretaría de Educación les  informaba que su escuela, la misma que ellos construyeron con madera, a partir de ese momento haría parte de una Institución Educativa oficial sentí una inmensa alegría, El Estado pasaba por fin del no se puede a reconocer los derechos a una educación pública  de una comunidad que siempre le apostó a la educación con la ilusión de que sus niños en un futuro no corrieran sus mismos destinos de dolor y desesperanza.

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Y sentí miedo de que los únicos protagonistas reconocidos de esta historia sean solamente los que se atrevieron a tomar la decisión y en esta ciudad de olvidos, se borre el camino de luchas, de sueños de ese grupo de hombres y mujeres que todo lo hicieron posible, que se olvide que en Altos del a Torre ha existido un auténtico proyecto educativo comunitario, que la Escuela ha sido su Parque Biblioteca, su UVA, su centro de integración barrial, su Explora, su centro de equidad de género, etc. Que como lo decía un niño en algún momento de esta historia, que su escuela era la mejor del mundo porque allí solo se daba amor.

El reto es del Estado: construir sobre lo construido, que las fórmulas preconcebidas sobre  los retos de la educación no pasen por encima de las identidades culturales, que la búsqueda de resultados no prive a los niños de sus sueños de ser felices, que la necesidad de la norma no le cierre las puertas a la organizaciones de la comunidad, que el miedo al que dirán no sea mas poderoso que la realidad

Oficializar en un asentamiento la escuela comunitaria  es un acto de justicia con sus pobladores, igual que merece todo el reconocimiento a quienes lo hicieron posible. Luchar por la equidad necesita acciones  valientes de este tipo.

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Nadie les ha regalado nada, todo ha sido su lucha constante, su fe en el poder de las comunidades por conquistar sus derechos; es una ciudad tan desigual son enorme los problemas y las luchas que siguen librando cada día, pero ya por lo menos se parecen a los otros barrios, ya tienen un sitio en la ciudad.

En seis meses agua potable y escuela pública, su vida está cambiando, no lo dudo. Aprender de esta historia le hace bien a esta ciudad de paradojas.

Gerardo Pérez H.

Y al final me dí cuenta que vivir con amor, con pasión y lleno de causas perdidas, valía la pena

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