Se inicia en la Cámara la discusión del proyecto de Ley por la cual se expide el Plan Nacional de Desarrollo “Todos por un Nuevo País”, que debe regir el destino económico y social en los próximos cuatro años. De un voluminoso documento de cerca de 800 páginas que compiló las bases del plan y que recogía el anhelo de las regiones y los intereses de muchos sectores económicos y sociales, pasamos a uno de más de 100 páginas, que borró de un tajo gran parte del esfuerzo colectivo que el nuevo director del DNP quiso imprimirle.
Duro golpe a la participación que difícilmente se subsana en la vertiginosa y conflictiva carrera que debe cursar el proyecto en el legislativo. Y, a esa primera frustración, se deben añadir las supresiones y adiciones de artículos, cuya intencionalidad no siempre es explícita porque el presentado, introduce reformas que no se han podido aprobar en otras legislaturas. Es el caso de la salud, la educación, los sistemas de transporte, la política minera y otros más del sector rural que impactaran su porvenir.
Pero además lo presentado tiene un ordenamiento difuso y sin unidad de materia, cargado de los espejismos que venden los Diálogos de La Habana, que nos está enfilando hacia un modelo de desarrollo que ni el mismo DNP y menos el MADR, han evaluado, pero con resultados desastrosos en el hemisferio.
Siempre se han criticado los Planes de Desarrollo por convertirse, en una colcha de retazos que abarcan todo, amén de que cada uno inventa la rueda. Y este no es la excepción. En todos se mira para atrás, pero nunca para evaluar políticas y construir a partir de esta evaluación.
Es más, el país ni siquiera se toma la molestia de evaluar lo prometido en cada Plan. Hasta ahora no tenemos un análisis de qué pasó con el de “Prosperidad para todos”. Tampoco se hace sobre sus fundamentos. Basta repasar los títulos de los planes. Todos contienen, desde hace 40 años, los mismos ingredientes (“Para cerrar la brecha”; ”Plan de Integración Nacional”; “Cambio con equidad”; “Plan de economía social”; “El salto social”; “Cambio para construir la paz”; “Hacia un estado comunitario”; “Desarrollo para todos”; “Prosperidad para todos”; “Todos por un nuevo país”).
¿Por qué no hemos logrado esas visiones? ¿No tenemos suficiente Estado, o institucionalidad para materializarlos, o tenemos demasiada legislación? ¿Son metas inalcanzables? Esto debe llamarnos a la reflexión en razón a que todos buscan la inclusión, pero las brechas sociales parecen inmunes; todos buscan de alguna manera desarrollo territorial o integración, pero hoy encontramos un país desarticulado que no ha podido siquiera manejar la riqueza de las regalías –para no hablar del centralismo o el regionalismo–; y, para resumir, la paz es un anhelo de vieja data, pero no tenemos paz. La locomotora agropecuaria, que tanto nos motivó, no logró mover al sector más allá de mantener su precaria existencia.
Durante todo el Frente Nacional se abogó por alcanzar la meta del desarrollo a través de una visión colectiva rigurosamente planeada. La existencia misma del DNP así lo sugiere. Incluso, de las reformas que más enorgullecía a Álvaro Gomez en la Constitución del 91, era la exigencia de un Plan Nacional y de la Ley que lo hiciera obligatorio. La historia da cuenta que todo acabo en letra muerta. El país hace grandes esfuerzos, que a la final terminan en una variopinta colcha de retazos. Por ese camino seguiremos, de tumbo en tumbo, sin un horizonte claro, dilapidando las oportunidades del futuro.
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