La difícil tarea de elegirnos a nosotros mismos

“(…) aunque sea muy difícil elegirse a uno mismo, el no hacerlo implica correr el riesgo de ser elegido por los otros. Y si ello llegase a ocurrir, tristemente, perderíamos el último acto político que nos queda”.


La siguiente pregunta no pretende generar un debate ni una reflexión abstracta, sino que quiere traer de vuelta las respuestas inconscientes de las profundidades a las que han sido enviadas por culpa del despotismo de la ratio: ¿es difícil elegirse a uno mismo hoy en día? A primera vista, esta pregunta puede parecer irrelevante frente a los percances del mundo que nos rodea, ya sean guerras, inestabilidades económicas o el show mediático del momento. Sobre todo, porque elegirse a uno mismo suele estar reducido a una etapa juvenil, asociada a una indisposición hacia el orden establecido o una rebeldía contra las expectativas sociales. Este orden, entendido como nacer, crecer, reproducirse y morir, que a menudo ignora nuestra forma de ver y sentir el mundo en su mayoría. Por ello reflexionar sobre uno mismo es comúnmente malinterpretado como egocentrismo y se suele acallar a quienes se atreven a hacerlo. Frases como «el mundo no gira alrededor tuyo» o «la vida no se centra en ti» son lanzadas sin tregua para minimizar estas actitudes, cortando las alas a quienes nacieron con la capacidad de soñar.

Elegirse a uno mismo puede sonar como individualismo excesivo, falta de empatía o un acto de soberbia, pero les aseguro que es todo lo contrario. No implica descalificar a los demás ni ser arrogante, de hecho, escapa a estas actitudes.

Reconocemos que no podemos vivir los unos sin los otros. Cada día elegimos a los demás para validar la existencia del mundo, para afirmar que las cosas existen y que se nos manifiestan. Comúnmente solemos escogerlos por encima de nosotros mismos porque creemos que ellos no dudan tanto como nosotros. Es extraño, pero los demás se nos aparecen como reales y ciertos, mientras que nosotros vivimos en constante duda y crisis. Tardamos mucho en darnos cuenta que esta tendencia es un error.

Elegirse a uno mismo no tiene nada que ver con el egocentrismo y eso guarda una extrañeza que intentaré explicar. Cuando reconocemos nuestra propia existencia, necesidades y obsesiones, les damos un lugar en el mundo. Es un ejercicio de autoconciencia que nos lleva a preguntarnos quiénes somos y qué queremos. Al elegirnos afirmamos nuestra presencia y valía sin depender de la validación externa que a menudo nos condiciona y limita. Al mismo tiempo se encuentra un lugar donde se puede existir con los otros.

¿Por qué nos cuesta tanto? Esta limitación surge porque el mundo se nos presenta como algo compuesto, como si un orden superior se posara sobre nosotros dictando cómo debemos ser, actuar y sentir. Seguimos normas y moldes preestablecidos, pero cada uno de nosotros posee una perspectiva única que no suele mostrarse. Husserl decía: “cada uno ve las cosas desde diferentes perspectivas y recibe de la realidad diferentes apariencias”. Al elegirse a uno mismo, reivindicamos esa singularidad con la que se nos abre el mundo.

Al reivindicar nuestra mirada podemos comprender que el mundo no es algo dado y completo, sino que lo construimos a través de nuestras percepciones y experiencias. Lo que consideramos mundo completo y fijo es solo una parte de la realidad, una interpretación nuestra de lo que es. Los demás también sufren lo mismo, e incluso se nos presentan a través de esa experiencia sensible. Experiencia cuya validez no deberíamos aceptar completamente. Esa reivindicación de la mirada nos aclara algo: el mundo no es un ente fijo, sino un fenómeno del ser. No nos controla ni obliga a nada, somos nosotros quienes le damos esa cualidad.

Que nos elijamos a nosotros mismos, reconociendo nuestra subjetividad y entendiendo que nuestra vida y existencia son únicas, no significa que rechacemos la realidad. Significa que uno debe asumir la realidad desde el lugar donde le corresponde. Quizá sea un paso gigantesco hacia a la armonía que sentimos carente en la existencia, con los objetos y con los demás.

Pero, entonces, ¿por qué es tan difícil elegirnos a nosotros mismos? La respuesta es sencilla: nos cuesta tomar posición ante todas las exigencias externas, que en su mayoría se forman por nuestras expectativas. Esa toma de posición, que en las más de las veces va acompañada de una duda fehaciente, es también exponerse al mundo. Y en esa exposición es donde más débil nos sentimos. Por ello, aunque sea muy difícil elegirse a uno mismo, el no hacerlo implica correr el riesgo de ser elegido por los otros. Y si ello llegase a ocurrir, tristemente, perderíamos el último acto político que nos queda.

Juan Camilo Parra Avila

Soy filósofo de la Universidad Industrial de Santander, escritor y gestor cultural en El Cocuy, Boyacá. Director de la editorial independiente Espeletia Ediciones y representante legal de Los Eudaimones, empresa filosófica y cultura.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.