En Colombia y en la mayor parte de lo que, hoy por hoy conocemos como Occidente, se acerca la celebración del Gay Pride u Orgullo LGBTI (aunque el 28 de junio se lleva a cabo la conmemoración oficial). A pesar de ser abiertamente gay, siempre he manifestado una fuerte crítica en contra de dicha festividad y de los movimientos que se encuentran detrás de ella; esto, esencialmente por su naturaleza colectivista. Por otra parte, alguien como yo se mueve dentro de los círculos de la derecha en virtud del componente político-económico, ya que creo en el libre mercado y creo en un orden libre integral; creo además, que la libertad económica es primordial para anhelar y trabajar en pro de una sociedad libre, porque es la libertad que, en general, todos los seres humanos queremos: la libertad de participar en el mercado con quienes se desee y en los términos que las partes establezcan. No obstante, es innegable que la derecha tal cual se encuentra concebida en estos tiempos, se queda atrás en temas como la equidad de género y la diversidad sexual, y se los entrega en “bandeja de plata” a la izquierda progresista; aunado al hecho que, con su discurso, espanta a los gais, a la población trans y a todos aquellos que tenemos gustos y preferencias distintos al straight (heterosexual).
En la primera parte de esta entrega, expliqué que uno de los grandes problemas de la derecha en nuestro país y en casi toda la región consiste en que esta es más ultraconservadora que liberal, por lo menos en los componentes moral, íntimo y valórico ¡Craso error! Adicional a ello, algo en lo que me da la razón la misma historia y los hechos, es que jamás ha defendido nada así como un proyecto de Estado mínimo o de Gobierno limitado, y tampoco la priorización de la economía por sobre la política; la derecha de nuestro país representada en partidos como Conservador, Cambio Radical y Centro Democrático, siempre ha creído en un Estado a favor de los más necesitados y en la inserción de la economía dentro de un programa más amplio. Colectivismo puro y duro.
La libertad económica: el punto de partida
Evidentemente, la derecha no ha hecho una defensa digna del libre mercado. En los últimos treinta años, y tras el fracaso que constituyó lo acordado en el Consenso de Washington, es claro que no ha hecho una defensa argumentativa, valiéndose por supuesto de gráficos y otros datos, de la moralidad por la que es bueno defender un sistema económico justificado en el libre mercado.
Y no, no es que la libertad económica se encuentre por encima de las demás libertades que nos competen como individuos. La libertad económica es como una especie de rayado de cancha; no es que sea superior: es que es la base, porque es ahí por donde se empieza a construir un proyecto de vida. La libertad económica representa las decisiones cotidianas o las decisiones que, en términos generales, le corresponden al mercado. Los liberales entendemos que esta es la plataforma por el cual se debe entrar, y desde ahí es que uno va construyendo las demás libertades, es decir, mi proyecto de vida personal. Seamos honestos, y por más materialista que esto pueda resultarle a muchos idealistas de sistemas político-económicos opuestos al capitalismo, es que en la vida si uno no tiene recursos económicos, ¡no es nadie!
Felipe Schwember, a través de una columna publicada en el portal chileno Diario Financiero, sostiene que “la derecha economicista no existe”. Pese a que lo que dice, lo dice desde el contexto de su nación, aplica perfectamente para el caso Colombia. El argumento central de Schwember es que no es cierto que el liberalismo económico que se le atribuye a la derecha, conceda a los factores económicos primacía por sobre los de cualquier otro tipo. En este sentido, agrega que ese “liberalismo” no le asigna a la economía más importancia que, por ejemplo, el socialismo. Sin duda tiene razón.
Asimismo, también es un mito que la derecha de los últimos años, especialmente la de los dos Gobiernos de “los que dijo Uribe”, haya sido “neoliberal”, mucho menos minarquista. Juan Manuel Santos e Iván Duque no solo aumentaron ostensiblemente el tamaño del Estado –por ejemplo, mediante la creación de ministerios inútiles–, sino que también impulsaron una gran cantidad de políticas sociales que encaminaron su política al Estado de bienestar, mismo que, vehemente, defiende la izquierda. Si nos detenemos a escuchar en detalle los discursos de todos nuestros políticos, tanto los de “derecha” como los de izquierda, todos quieren ganarse el galardón del que más subsidió y protegió a los pobres, como si estos fueran idiotas incapaces de salir adelante por sus propios medios.
La verdad, como ya lo ha dicho mi amiga: la gran María Marty, el asistencialismo lejos de ser un triunfo, es más bien, una fehaciente demostración del fracaso de su razón de ser: la evidencia absoluta de que no se ha sabido generar un sistema que permita a la gente salir de la pobreza y la dependencia, para que estos puedan pararse en sus propios pies. Si así fuera, un Gobierno exitoso diría: “Acabamos con todos los planes sociales y servicios públicos. Ya nadie los necesita. Todo ciudadano está ahora en condiciones de pagar por los productos y servicios que necesitan y desean para su vida”.
La libertad individual: lo que sigue
Inexcusablemente, la derecha es retrógrada en el componente íntimo-moral; lo es en temas de aborto, de orientación sexual y de familia. La derecha tiene cero empatía con gais, lesbianas, personas trans y otras personas con sexualidad diversa. Y, lo que digo, no lo hago apegado al discurso progresista que se vale de esta palabra, cuya semántica ha sido tan prostituida, sino que, lo hago basándome en lo que dicho término realmente significa. La izquierda, no compartiendo yo su proyecto político-económico, tiene una empatía espectacular en estos temas, oportunista desde luego, puesto que, como ya lo expuse en otra columna llamada Liberalismo Rosa, históricamente no le ha dado un respaldo sincero a los míos. Lo anterior, es desilusionante para mí que milito dentro de la derecha. Incluso, muchos aún me miran como si fuera un enfermo mental, porque todavía consideran que los gais lo somos y que en el camino “podemos corregirnos”.
Lo curioso, es que la derecha goza de gran potencial para poder comenzar a incluir poblaciones que, desde hace mucho, han sido marginadas, mancilladas y discriminadas (mujeres, negros e indígenas, por mencionar algunas). Propuestas como la plena desestatización de las uniones civiles y la adopción, y la oposición a imponer la equidad de género en instituciones tanto públicas como privadas, le permitirían a la derecha despuntar y poder dar cabida a un programa político erigido sobre el liberalismo clásico en todos los sentidos.
En conclusión
Defender la libertad implica combatir en todo campo que lo demande: desde el académico, pasando por el empresarial, hasta el militar y el político e, indudablemente, el individual ¡Basta YA de la derecha cavernaria y colectivista! Urge un proyecto político que nos permita a todos poder vivir nuestra vida de la forma que nos plazca, mientras no le hagamos daño a nadie.
[…] suicidio, y demás). Fuera de que esta derecha no ha hecho una defensa digna del libre mercado (Toro, 2021c), se atribuye la obligación y el deber de establecer su proyecto político sobre un horizonte en el […]