La defensa de una taza de café

Un buen café debe ser negro como el cuervo, amargo como una mala noticia, caliente como el aliento del fuego y dulce como un beso con los ojos cerrados.

El café es la contra a la prisa, es un aquí y ahora que te puede alegrar el día del mismo modo que el perfume de una flor.


Pasan muchas cosas mientras bebes un café. Conversas, sientes que el tiempo se detiene y puedes ser lo más ocioso e inútil posible para garabatear algunas ideas en la libreta de apuntes, leer un libro o escuchar un chisme potente en las mesas vecinas.

Estás en un cafetín, por el parque Lourdes, en Bogotá. Al lado hay un señor, calvo, barbado, de gafas. Tal vez sea un profesor universitario que asesora un proyecto de investigación de un estudiante. Le dice a un joven delgado, rubio y de ojos apagados que habría que hacer un rastreo del estado de arte de la poscultura, posvanguardismo, posimpresionismo y otras cantidades de palabras con el prefijo “pos”.

Con tantos “pos” pierdes el hilo de la conversación y piensas un poco en el uso de este prefijo. Una de las acepciones es “después de”. Y es acertada para muchos conocidos que disfrutan inventar palabras después de ya haberse inventado. Pero persisten en magnificar una importancia que no hay. Igual, sus puntos de vista son válidos porque son conversaciones de ocio. Por eso, en el fondo, celebras que personas cultas como algunos amigos o el supuesto profesor que ya se va, usen desmesuradamente el prefijo “pos” y lo vacíen de sentido. De esta forma puedes identificar a las personas con tiempo para conversar y que no les importa llegar, de urgencia, a algún lado.

Es inesperado lo que miras mientras tomas un café. La clave es estar lo más inútil posible. Sobre todo, ahora que el tiempo es un concepto inexistente en el ritmo acelerado de los días, la exigencia de un laburo y un seguro médico. Y por ganarte el pan de cada día olvidas los momentos de ocio y cada vez te pierdes más de vista.  Cuando lo que eres se vislumbra en la quietud, el ocio, la inutilidad. Además, podrás hacerte amigo del cuerpo y su sabiduría. Es decir, comer con hambre, dormir con sueño, beber con sed… sin forzar lo natural.  Y si empiezas a darte espacios, a ser lo más natural posible, tal vez dejes de ser un idiota que va en todas las direcciones a ninguna parte, complicado, confundido, obsesionado con lo que no es. Si bien para muchos el uso exagerado del tiempo libre es peligroso, también es más reconfortarle porque puedes observar, sentado y reposado, la maratón de idiotas.

Ya con tiempo aprendes a mirar las cosas simples, como tomarse una taza de café. Primero, verificas que esté caliente para tomarlo a sorbos. Si no, te jodes la lengua al engullirlo como una bebida azucarada. Nada más indignante que las bebidas azucaradas que fueron concebidas para hacerte más idiota, ansioso, imperativo y preocupado. En cambio, el café es la contra a la prisa, es un aquí y ahora que te puede alegrar el día del mismo modo que el perfume de una flor.

Un buen café se recomienda tomarlo sentado, con música a no muy alto volumen porque es la bebida que exalta la conversación y para conversar se parte del principio básico de la escucha. Y el que escucha tiene empatía. Además, el equilibrio del cuerpo está en el odio por lo que saber escuchar genera vínculos importantes como la amistad. Así que es importante estar cómodo. Acudir a lugares confortables como un kiosco o la casa de un amigo. Cuando se está bien acompañado, en un lugar agradable, entre tazas de café, entonces sucede el milagro de la conversación. Y los temas, sin importar su naturaleza, son el aliciente para que el café sea uno de los pocos rituales que te acerca al otro. Quizás, el único que persista al desenfreno de las nuevas tecnologías, a la frustración de no ser indispensable para nadie, a la victimización por temor a cambiar algo mortecino en tu interior.

Algo parecido ocurre en China con el té y en Argentina con el mate. Son bebidas de encuentro. Gracias a esto en ambos países los niños saben que tanto el mate como el té son legados culturales, de interacción y reconocimiento.

¡Ah, bendito café que te reúne con personas que también huyen de las ideas fijas y totalitarias! ¡Bienaventuradas sean las invitaciones a tomarse un café para que prevalezca el pretexto de conversar o resolver alguna treta emocional! ¡Bendito café que posibilita la costumbre de hablar con el compadre! ¡Benditas las excusas para acudir a una conversación que le robas a la rutina! ¡Bendito café porque propicia una sociedad un poquito más inútil!

Por último, un buen café debe ser negro como el cuervo, amargo como una mala noticia, caliente como el aliento del fuego y dulce como un beso con los ojos cerrados. Y debe beberse en cantidades reducidas, en un pocillo pequeño, a medio llenar y en dosis controladas. De igual manera, el vapor debe ser una flor gris azulosa que se abre en el aire. Con un buen café volverás a mirar a los ojos para conversar; a maravillarte con las tardes de lluvia, los vidrios empañados y los proyectos fecundos de cafetín. Sobre todo, dispondrás de tiempo para entregarte, lo más inútil posible, a largas conversaciones que oxigenan el corazón.


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Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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