El ser humano a lo largo del tiempo ha experimentado una serie de cambios, en el que ha adaptado no sólo su cuerpo a las condiciones del ambiente mediante el proceso evolutivo, sino que además se ha ajustado a su entorno para facilitar sus tareas, planeando, transformando y realizando proyectos.
En este proceso de ajuste se destaca la primera revolución industrial, que se dio en el siglo XVIII, donde ocurrieron un conjunto de transformaciones, reemplazando la agricultura como principal fuente de riqueza por la industria, dándose apertura con la invención de la máquina de vapor, generando la industrialización de las fábricas, y con ello migrando las personas campo-ciudad, cambiando su esquema, reduciendo los salarios de los obreros antes campesinos, aumentando su horario laboral y desmejorando sus condiciones y vida social.
Es un periodo que deja grandes lecciones económicas, políticas y sociales, con el surgimiento de dos clases sociales, proletariado industrial y burguesía industrial, se generan una cantidad de desigualdades sociales por corregir, un sistema económico por replantear, y una política por orientar hacia la equidad, la normatividad y la justicia.
Posteriormente en el siglo XIX se da paso a la civilización de la metrópolis con la segunda revolución industrial como un fortalecimiento y perfeccionamiento de las tecnologías mecánicas, además de la electrificación de Thomas Alva Edison, la producción en serie de bienes y la invención del avión.
El perfil económico cambia para finales del siglo XX, donde la innovación tecnológica pasa a ser la principal fuente de riqueza, guiada por el conocimiento intelectual, que se convierte ahora en la fuente de avance de las industrias y los países, así empezamos a hablar de la tercera revolución industrial, la revolución de la computación, las telecomunicaciones y la automatización en la producción.
Estos cambios están dando lugar al inicio de una nueva época del desarrollo humano, una era donde el conocimiento, la ciencia y la investigación son fundamentales en el crecimiento y en los resultados económicos de los países, una nueva era que modificara radicalmente la forma en la que vivimos, una era que llamaremos cuarta revolución industrial.
Hasta ahora comienza y ya se vislumbra ser una revolución económica,física, digital y biológica, con un alto sistema de impacto mundial, donde el acceso al conocimiento es ilimitado y está al alcance de todos, además es creciente en campos como la inteligencia artificial, el internet, la robótica y la impresión 3D.
Económicamente tiene el potencial de aumentar los ingresos de la población mundial, mediante la apertura de nuevos mercados, disminución en costos de insumos y aumento de la productividad, que debería repercutir en mejores condiciones para toda la población, pero si no se cumpliera el deber ser, podría representar un aumento en las brechas sociales con la mala distribución de la riqueza, al tiempo que se sustituye la mano de obra en la producción y no se generan nuevos puestos de trabajo.
Por eso para Klaus Schwab (2016), director del foro económico mundial “sin una acción urgente y específica para organizar la transición y contar con trabajadores con la formación necesaria, los gobiernos tendrán que lidiar con más desempleo y más desigualdad”.
El impacto es creciente en todas las unidades productivas de la economía, y permeará la vida del ser humano en todas sus áreas. Desde la fábrica se podrán administrar los recursos con mayor eficiencia y sustentabilidad, desde una adecuada digitalización, capaz de adaptarse a las necesidades, a las que bien podría llamarse fábricas inteligentes.
Socioeconómicamente el orden cambiará, las relaciones fluirán en las plataformas digitales, y se multiplicaran rápidamente los nuevos negocios, además se agilizara y promoverá la investigación y el desarrollo. Al mismo tiempo se podrá disfrutar de un aumento en la seguridad, desde los aviones, la comida y la medicina, además de facilitar las tareas con casas y ciudades inteligentes, pero también implicando una serie de aspectos negativos, como la irrupción en la privacidad, el control desmedido de la información y la descentralización del poder político a manos de diferentes grupos de interés, que orientarían poco o nada políticas a favor de la mayor parte de la población, pero que en parte someterían la política a niveles de transparencia y eficiencia mayores.
Finalmente cabe preguntarse si el potencial de mayor ingreso de esta nueva revolución industrial puede generar el bienestar del que se habla, o si solo es un argumento que sería válido si se asume que más es mejor que menos, donde más consumo implica más felicidad, limitando un poco el concepto de bienestar que ha sido sustituido erróneamente en las últimas décadas por riqueza, cuando el verdadero objeto de la economía es generar bienestar.
Publicado originalmente en el Boletín Diálogos de Economía
Autora: Susana Castaño Pineda,
Estudiante Programa de Economía
Universidad de Medellín