“Alguna vez Julio Cortázar dijo que un buen cuento es como una semilla de un árbol que crece dentro de nosotros y da sombra siempre. Podemos trasladar el símil a nuestros maestros de todas las épocas de la vida. Personas que se volvieron inolvidables y hoy dan sombra en nuestro espacio interior, son referentes para encontrar la letra que nos identifica, la sonrisa que devolvemos, el entusiasmo que podemos brindar a quien se siente solo, confundido o desanimado”. Juan Luis Mejía
Son muchos los maestros que podría considerar inolvidables en mi vida. Sobre todo se han quedado en mi memoria aquellos que han sembrado en mí las ansias de aprender, el acercamiento a ese mundo mágico del conocimiento. No necesariamente los que más me marcaron fueron los que más datos se sabían o los que tenían más títulos en su currículum, probablemente muchas de esas lecciones las haya olvidado con el tiempo y con el flujo exagerado de información que recibimos todos los días. En cambio, dejaron huella los que me transmitieron la pasión de saber cada día algo nuevo y propiciaron en mí la capacidad de asombro y el ánimo de nunca dejar de ser estudiante.
El legado que dejan los buenos maestros en cada uno de nosotros toma más relevancia cuando vemos que, a diferencia del dinero o de artefactos materiales que nos ofrece el mercado, su cosecha en nuestro ser es para toda la vida y todas las circunstancias, para el triunfo, para el fracaso, para la bonanza y para la soledad. Una vez ha entrado en nosotros la pasión de saber más, esa voraz costumbre de dudar de todo y asumir una postura crítica ante el mundo, será casi imposible que nos abandone en cualquier etapa de nuestras vidas.
También debo resaltar a los maestros que de ninguna manera han sido indiferentes con nuestra democracia. Que independientemente de ideologías, y sin importar sus asignaturas, se preocupan no sólo por formar personas útiles y dispuestas a aportar en el mundo laboral, sino que se han empeñado en educar ciudadanos para vivir juntos, para hacer respetar sus derechos y para asumir una postura crítica frente al orden establecido. Porque la educación, y los buenos maestros sí que lo han entendido, no está para que el mundo esté estático y sea siempre el mismo, sino para que se transforme, para que sea mejor y se construya una sociedad justa.
No quisiera dejar de mencionar a los maestros que promueven el diálogo y no sólo el dictado. Esos maestros que se preocupan porque sus estudiantes piensen por sí mismos y se pregunten todo el tiempo, así toque asumir humildemente que no se tienen todas las respuestas y que quizá sea mejor así. Digo mejor porque saber es placentero y en un mundo sin dudas, con todas las respuestas resueltas, se perdería el sentido y la magia del conocimiento.
Por último, admiro y nunca olvido a esos maestros que nunca han dejado de ser estudiantes. Así como admiro a Juan Luis Mejía, a quien cito al comienzo de este texto, porque a pesar de haber sido ministro, secretario de educación, embajador, rector, sabio y mil cosas más, nunca perdió la humildad de decir que sigue siendo un estudiante, con la capacidad de asombrarse ante los aprendizajes de cada día, más en un mundo en el que cada segundo nos percatamos de que muchas de nuestras certezas se esfuman. No dejar de ser estudiante no debe tomarse como una ambición infinita de títulos académicos sino como la voluntad y ánimo de aprender a pesar de cualquier circunstancia o posición.
Las lecciones que más recuerdo de mis maestros queridos son las que me dieron con su ejemplo. Su rectitud, prudencia, humanismo son faros que no se apagan aunque pasen los años. Puede uno olvidar algunas operaciones trigonométricas o las partes de la célula pero nunca esas enseñanzas de humanidad y generosidad con la sabiduría.
Muchísimos son los maestros que, sin la luz de las cámaras y los medios, se encuentran cambiando el mundo. Sobre todo en épocas de incertidumbre y ansiedad como las que vivimos, en las que los maestros han sido también consejeros, acompañantes y garantes de que no se pierda la esperanza. Son ellos muestra de que amanecerá y encontraremos mil maneras de volver a empezar.
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