¿La corrupción es el problema?

No creo, como afirma Claudia López, que la corrupción sea el principal problema que tiene este país, pues la corrupción es un epifenómeno, es decir, es el producto de fenómenos políticos y económicos más profundos, y que apenas son mencionados en los debates sobre la corrupción en Colombia.

Pero es entendible que los promotores de la consulta hayan querido difundir la idea de que la corrupción es el principal problema del país y de que más de 11 millones de personas que respaldaron esta consulta lo hicieron apoyando una causa común que trasciende partidos e ideologías.

Por otro lado, de aquí tampoco se desprende, como lo hicieron algunos críticos de la consulta, que la lucha contra la corrupción hace que una sociedad avance hacia la antipolítica. Ninguna bandera es antipolítica per se, son los grupos políticos los que les dan un contenido a esas banderas. De hecho, la lucha contra la corrupción también ha sido una bandera de la izquierda. En Brasil, la derecha pudo apropiarse de esa bandera y culpabilizar a la izquierda de todos los escándalos de corrupción, justamente porque había sido una bandera del Partido de los Trabajadores. La diferencia es que esta bandera, en manos de la izquierda, siempre ha estado ligada a una reforma política o a una crítica más profunda del sistema político y del modelo económico. El mismo Gustavo Petro ha sido un adalid de la lucha contra la corrupción en Colombia y le ha dado un contenido concreto a esta lucha. El mérito de la izquierda ha sido justamente vincular esta bandera con el problema del poder político. Así, ni la corrupción es el principal problema de Colombia ni es un tema que hay que desechar por inane.

En el momento en que Uribe se desligó de la consulta después de haberla apoyado, la consulta se transformó, automáticamente, en un plebiscito contra el uribismo.

No podemos olvidar que la consulta anticorrupción fue la principal bandera de la Coalición Colombia durante la campaña presidencial. Esta bandera y la de la educación fueron los dos caballos de batalla con los cuales pretendían llegar a la presidencia. Durante la campaña, quienes criticamos esta opción política cuestionamos la consulta porque sabíamos que no solucionaba el problema de la corrupción; ni siquiera sirvió como catalizador para un debate serio y profundo sobre el carácter estructural de este fenómeno. Todo lo contrario, Sergio Fajardo, el candidato presidencial de la Coalición Colombia, nunca logró explicarnos en qué consistía la iniciativa ni ahondar en su significado.

Pero en un escenario poselectoral, esta misma consulta cobró otro sentido. Ya no se trataba de usarla como un eslogan de campaña, sino de impedir que la derecha se quedara con esta bandera, como eventualmente podría suceder. Para quedarse con ella, el senador Uribe y su partido se desligaron de la consulta e hicieron campaña en contra de la misma después de haberla apoyado hace unos meses y haber exigido aplazar su votación. Duque apoyó la consulta, por obvias razones, pero su interés es ahora impulsar una agenda legislativa propia para combatir la corrupción. Sin embargo, en el momento en que Uribe se desligó de la consulta después de haberla apoyado, la consulta se transformó, automáticamente, en un plebiscito contra el uribismo. Un duro golpe para un gobierno que no lleva ni 30 días y cuya popularidad se ha visto afectada por los mensajes contradictorios en torno a una eventual reforma tributaria.

Por eso creí que había que apoyar la consulta a pesar de las críticas hechas en las elecciones pasadas; a pesar de no creer que la solución al problema de la corrupción estaba en contestar “sí” a esos 7 puntos, sí creía que era necesario que el uribismo no se apropiara de esta bandera, máxime cuando el presidente Duque acaba de nombrar al exprocurador Alejandro Ordóñez como embajador ante la OEA, quien ha estado vinculado a varios escándalos de corrupción.

Considero que, en este nuevo escenario, es más probable que las fuerzas alternativas, que superaron los 8 millones de votos en las pasadas elecciones, encuentren puntos de convergencia para hacer oposición al nuevo gobierno. En la medida en que estas fuerzas logren romper el círculo mediático que impuso el uribismo y que permitió que Duque ganara la presidencia, podrán posicionar nuevos debates en la agenda política para que la disputa en las próximas elecciones regionales no vuelva a estar protagonizada por mentiras y fake news.

Como dije en mi columna pasada, este doble discurso o juego a dos bandas del uribismo, evidenciado también en la consulta anticorrupción, más que un estilo de gobierno es una estrategia para defender la “honorabilidad” del senador Uribe, quien ahora se encuentra sub judice, pero, a largo plazo, puede ser contraproducente, pues daría la impresión de que Duque, lejos de ser el Presidente, sería solamente un personaje secundario.

SARA TUFANO

Via: El Tiempo.

Sara Tufano

Italocolombiana. Socióloga de la Universidad de París 7, con una Maestría en Sociología de la Universidad de São Paulo. Se ha especializado en el estudio del conflicto armado colombiano y de los procesos de paz desde una perspectiva histórica.

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