“En todo el país estamos viviendo un verdadero caos provocado por la anarquía que las ambulancias provocan en su afán de competir entre ellas por los pacientes, especialmente relacionados con accidentes de tránsito. Todos sabemos que el SOAT se ha convertido en una vaca lechera a la que todos quieren exprimir sin importar la ética y el deber de cuidado que deben tener los prestadores de servicios de salud con los pacientes.”.
Estamos estrenando alcaldes y gobernadores en el territorio nacional, y los retos en términos de la movilidad, que se creían propios de las grandes ciudades, son hoy en día una realidad sensible que afecta la cotidianidad de las ciudades intermedias, e incluso de las pequeñas, por una confluencia catastrófica que incluye la falta de planeación territorial, la pobre cultura ciudadana y la falta de políticas claras de largo plazo en temas de regulación de la movilidad y del transporte masivo de las personas. Pero hay un tema que se ha convertido en un dolor de cabeza gigante para los colombianos: regular el servicio de las ambulancias.
Y digo «de los colombianos» porque no es un problema propio de una u otra ciudad; en todo el país estamos viviendo un verdadero caos provocado por la anarquía que las ambulancias provocan en su afán de competir entre ellas por los pacientes, especialmente relacionados con accidentes de tránsito. Todos sabemos que el SOAT se ha convertido en una vaca lechera a la que todos quieren exprimir sin importar la ética y el deber de cuidado que deben tener los prestadores de servicios de salud con los pacientes.
Las correndillas en las que se ven involucradas las ambulancias con tal de llegar de primeras a los siniestros viales se podrían comparar con actitudes de rapiña o casi mercenarias: parecen pirañas que acuden por el olor a sangre ante el primer atembado que se cae en una moto. Las he visto incluso paradas cerca de los sitios que se saben tienen mayor accidentabilidad; en Neiva, por ejemplo, en las glorietas imposibles del sur de la ciudad, donde se quedan parqueadas como pescando los accidentes para luego llevar a los pacientes a las clínicas o instituciones de salud más lejanas e improbables, que es donde muchas veces, y esto es un secreto a voces, les pagan algún incentivo económico, un eufemismo para referirse a la vulgar comisión que reciben, como si se tratase de cualquier mercancía la que están transportando.
Y mientras esto ocurre, es casi imposible que una ambulancia acuda prontamente ante el llamado hecho desde una residencia. Ahora toca llevar a aquellos que se enferman en sus hogares en los carros particulares, y los que no tienen les toca recurrir a los taxis, otra tragedia cotidiana sensible, porque no falta el que dice «¡yo para allá no voy!» y lo deja tirado a uno, o como alguna vez un taxista dijo para justificar su renuencia a transportar a un paciente, porque producto del afán que traen las urgencias lo asaltaba «el temor a que se vomitara en el camino, le empuercara el taxi y nadie le ayudara a limpiarlo», y hasta tienen razón porque no son estos los medios idóneos para transportar a los enfermos.
Pero ya no queda de otra; si a alguien le da un derrame cerebral en casa, o una convulsión, un infarto o se cae por las escaleras, primero llega el ángel de la muerte que una ambulancia, porque no hay SOAT que cubra eso.
Parece que en algún momento, en este mundo cada vez más raro, nos va a tocar recurrir a la autoficción. El siguiente diálogo, que no logra ni lejanamente emular los geniales libretos de Woody Allen, puede ser una realidad en un futuro no muy lejano.
En una ciudad cualquiera de la geografía colombiana suena un teléfono con insistencia.
⏤Aló, buenas tardes, Ambulancias El Descalabrado. ¿En qué le podemos servir?
⏤¡Señorita, necesito una ambulancia urgente. Mi madre acaba de tener un accidente grave y no sé qué hacer! ⏤responde la voz del otro lado con la voz cortada por las ganas de llorar.
⏤Claro que sí, me puede decir lo que sucedió.
⏤Mi madre se estaba bañando para ir a la iglesia y de repente sentí un golpe y un grito espantoso, y…
⏤Disculpe señora, ⏤la interrumpió con algo de brusquedad⏤, pero nosotros no atendemos accidentes domésticos, de hecho, ninguna ambulancia lo hace. Estamos muy ocupados buscando accidentes de tránsito donde no los hay.
⏤No no no… eh, déjeme terminar. U,,, una moto… sí, una moto la atropelló y la dejó allí, tendida en el suelo revolcándose del dolor.
⏤Ah Ok, ¡por qué no lo dijo antes! Y ¿Está consciente la paciente?
⏤Sí, está consciente, pero no se puede mover y me da miedo levantarla yo sola; de pronto lo haga mal y empeore las cosas. Es mejor que lo haga un profesional.
⏤Eso es totalmente cierto señora, y dígame ¿Tiene disponible el SOAT?
⏤Pero cómo, si el accidente fue en el baño.
⏤Usted acaba de decir que la atropelló una moto.
⏤Ah sí… eh… sí sí, fu…fue una moto… una moto fantasma. ¡Esos desgraciados andan como locos por todos lados con sus motos escandalosas, sin luces y sin placa!
⏤Entiendo señora, pero si fue una moto fantasma no la podemos ayudar, porque si se desconoce la placa no podemos facturar el SOAT y la clínica a donde la vamos a llevar solo acepta pacientes que tengan SOAT vigente.
⏤¿Y a qué clínica la piensan llevar?
⏤A la Clínica de Huesos Rotos. Ahí es donde mejor nos pagan la comisión.
⏤¡Cómo así! ¿De qué comisión habla?
⏤Perdón, quise decir que allí es donde mejor nos va en nuestra misión.
⏤Ah, ya veo. Pero esa clínica es muy mala y queda muy lejos de casa por si necesito regresar por algo. Usted sabe, ropa, chanclas y cosas de esas por si la van a operar.
⏤Eso es lo de menos, señora, lo más importante es que reciba la atención adecuada. ⏤Hizo una pequeña pausa y remató cambiando el tono de la conversación⏤, pero me preocupa que no podamos obtener el SOAT, o la placa al menos, sin eso no podemos colaborarle.
⏤Ah… sí sí. Casualmente revisé las cámaras de seguridad y se ve clarita la placa. ¡Ese sinvergüenza ni siquiera usaba casco!
⏤¿Cámaras de seguridad en el baño?
⏤Ehhh, sí… Bueno, una nunca sabe. La inseguridad en esta ciudad no da tregua. Es mejor ser precavida, ¡ya ni en el baño estamos seguras!
⏤Perfecto, justo lo que necesitamos, estaremos allí en un minuto. Es más, abra la puerta, ya estamos afuera de su casa.
⏤Pero ¿cómo es posible que lleguen tan rápido?
⏤Rápido y seguro es nuestro lema, señora, ⏤y le colgó el teléfono.
La mujer se acerca a la puerta de su casa, mira por la mirilla y comprueba que del otro lado ya están los de la ambulancia listos para la acción. Abre la puerta y los atiende:
⏤Adelante, mi mamá está en el baño de la habitación. No se puede levantar por el dolor y me da miedo cargarla, ⏤dice la señora mientras abre la puerta con algo de desconcierto por la rapidez con la que habían llegado⏤. ¡Puede creer que ni en el baño estamos a salvo de los ladrones ni de las motos!
⏤Ay, mi señora ⏤le responde el auxiliar dándole una palmadita cariñosa en la espalda⏤, lo importante es que ya estamos aquí y créame, hoy en día todo es posible.
Querido lector, ¿quién soy yo para decirle a los políticos cómo solucionar este tema tan complejo? Eso se lo dejo a los que se metieron en la vacaloca de gobernar, pero ojalá lo hagan rápido, porque no puede ser que ahora las ambulancias estén involucradas en el incremento de la accidentalidad. Yo, por lo pronto, me dedico a dejar aquí un poco de esa realidad absurda que a veces parece cotidiana.
P.D. Por último, no dude en escribirme sus comentarios a mi cuenta de X @sanderslois
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