“Creo que en el documento en cuestión hay dos vertientes de lo que podría significar “ciencia hegemónica” y por ende hay dos tipos de críticas correlacionadas entre sí y que incluso pueden converger en un solo punto, pero fundamentalmente diferentes”.
El documento de la futura ministra de ciencias que anduvo circulando en la red durante la última semana puso los pelos de punta a muchos líderes científicos y es que el documento inicia sin titubeos: “La ciencia y la tecnología hegemónica han hecho mucho daño a la naturaleza y a las sociedades…” También les ha servido a muchos para caricaturizar la izquierda como irracional y guiada por concepciones ideológicas del mundo que no tienen base en los hechos. A mí parecer Petro no ha sido nunca anticientífico, de hecho, puntos polémicos de su campaña y de lo que será su presidencia están basados en verdades duras de aceptar, el cambio climático, la explotación de petróleo y el fracking. Por otra parte, la futura ministra, Irene Vélez Torres, tiene formación tanto en ciencias duras y técnicas como en humanidades, pero no sé mucho de ella ni de su carrera como para especular con certeza lo que será su labor como ministra. Vale la pena señalar, antes de entrar en materia, que la crítica a una posición ideológica anticientífica va de lado y lado: los antivacunas suelen ser de derecha, los negacionistas del cambio climático antropocéntrico en general son capitalistas, los grupos evangélicos que creen en la literalidad bíblica son por definición conservadores; hay incluso escuelas enteras de economistas que rechazan los modelos matemáticos y prefieren acudir a explicaciones basadas en la “naturaleza humana” sin que dicha naturaleza haya sido explorada a fondo por biólogos o psiquiatras.
Creo que en el documento en cuestión hay dos vertientes de lo que podría significar “ciencia hegemónica” y por ende hay dos tipos de críticas correlacionadas entre sí y que incluso pueden converger en un solo punto, pero fundamentalmente diferentes. La primera crítica es de carácter epistemológico, es en la que la mayoría de los científicos se fundamenta para criticar el documento, decir que la ciencia es sólo uno de los muchos discursos que existe y que no es necesariamente más valioso que otros discursos. Equiparar el pensamiento mágico y voluntarista con el rigor del método científico. Básicamente son críticas al pluralismo epistémico del que habla el texto.
Hacer pasar las curas milagrosas contra el cáncer del indio amazónico (usualmente una persona disfrazada que no tiene vínculo con tribus amazónicas) como una alternativa legítima y avalada por el ministerio para el cuidado de la salud. Se podrían desviar recursos desde el ministerio para proyectos de investigación tipo: “Influencia de la conexión con Pachamama en la depresión”. Claro que esto es una versión extrema, caricaturesca, de lo que podría llegar a pasar y que evidentemente merece toda la crítica posible de llegarse a materializar.
El documento sugiere el diálogo para que los científicos puedan entender mejor a las comunidades, entender sus problemáticas, reconocer los conocimientos que hayan adquirido de forma empírica “a prueba y error durante cientos de años” y a partir de ahí empezar a construir una “nueva” ciencia, que no significaría abandonar ni la rigurosidad ni el método científico. Algunos señalan que esto ya se viene haciendo desde hace años en Colombia y que la ministra tiene “Síndrome de Adán”. Sin embargo, el documento reconoce que existe una tradición en este sentido en el país. ¿Por qué solo hasta ahora es polémico?
Creo que todos en cierto grado creemos en la pluralidad epistémica. Esta es una postura que va más allá de la tradición posmoderna en filosofía. “Tenemos más de una forma de comprensión. Diferentes materias necesitan diferentes maneras de entender. Los grandes logros de las ciencias físicas no las hacen capaces de abarcarlo todo, desde la matemática a la ética o a las experiencias de un animal vivo. No tenemos motivo para dejar de lado el juicio moral, la introspección o el análisis conceptual como modos de descubrir la verdad simplemente porque no son física”, dice un artículo del filósofo de la mente Thomas Nagel. Por otra parte, un físico del nivel de Erwin Schrodinger creía que: “La imagen científica del mundo que me rodea es muy deficiente. Proporciona una gran cantidad de información sobre los hechos, reduce toda experiencia a un orden maravillosamente consistente, pero guarda un silencio sepulcral sobre todos y cada uno de los aspectos que tienen que ver con el corazón, sobre todo lo que realmente nos importa. No es capaz de decirnos una palabra sobre lo que significa que algo sea rojo o azul, amargo o dulce, físicamente doloroso o placentero”.
Muchos reconocemos el valor de la filosofía o de la historia, aunque no necesariamente pensemos que son ciencias duras. Los mismos críticos del documento llegan a reconocer la importancia de la cultura, pero piden que no se le llame ciencia y que no haga parte de su ministerio.
La otra vertiente de la crítica, que es la que en el fondo ha enfurecido a muchos, pero la que menos argumentos en contra ha recibido, es considerar a la ciencia hegemónica como parte de un entramado social que responde a las necesidades de una clase dominante. Un crítico decía que ahora los científicos se verían obligados a investigar sobre ciertos temas, como si eso ya no sucediera. Empresas enormes como AT&T financiaban, a través de sus laboratorios Bell (que luego pasaron a Nokia), cientos de investigaciones, pero evidentemente no lo hacían por puro amor al conocimiento sino en busca de tener beneficios económicos en el mediano plazo y ese es un criterio que determina lo que vale la pena o no investigar. Es decir, la ciencia responde a los intereses del capital. Pero claro, la mayoría de las investigaciones científicas en el mundo son financiadas con fondos públicos, los estados más desarrollados desde siempre han determinado qué es lo que vale la pena investigar. Hay criterios de pertinencia, relevancia e incluso de popularidad que determinan que campos y que hipótesis merecen más atención. De todas maneras, eso no es dañino, ¿cierto?
No necesariamente, en especial cuando la investigación es financiada por fondos públicos. Sin embargo, cuando el dinero viene atado a negocios privados y los resultados entran en conflicto con los intereses económicos, los inversores van a privilegiar las ganancias. Es lo que sucedió con empresas como Exxon y Shell que financiaron investigaciones sobre el efecto del CO2 en la atmósfera durante los años 70 y 80, cuando los resultados no fueron convenientes, detuvieron las investigaciones, escondieron información y activamente sembraron dudas sobre otros resultados. Algo similar habían hecho las tabacaleras sobre los efectos nocivos del cigarrillo.
Esto no demuestra que la ciencia sea mala en sí misma, si conocemos las causas del cambio climático es gracias a ella (el desarrollo técnico propiciado por ella misma, algo tendrá que ver) y para encontrar una solución ella juega de nuevo un papel fundamental. Pero si demuestra que la investigación científica está envuelta en un entramado social de intereses económicos y políticos, y que muchas veces es instrumentalizada para el beneficio de la clase dominante.
Eso sin contar los discursos ideológicos que se disfrazan de científicos para justificar la opresión. El manual de diagnóstico psiquiátrico consideró la homosexualidad una enfermedad hasta 1968, aun hoy algunos creen que su retiro del manual fue debido a presiones políticas del “lobby gay” y no a criterios científicos. La discriminación hacia negros e indígenas se ha intentado justificar de mil y un formas supuestamente científicas: formas del cráneo, procesos evolutivos, enfermedades, estudios psiquiátricos, hay gente hoy que afirma sin rubor que la gente negra es innatamente menos inteligente que la blanca y que esto explica el éxito de unos y el fracaso de otros. Lo mismo ha sucedido con las diferencias entre hombres y mujeres o la natural propensión de los pobres a ser pobres. Vale la pena mencionar de nuevo que hay corrientes de la economía que cree que la desigualdad es resultado natural de la naturaleza humana sobre la que es perjudicial intervenir.
Ya los veo diciendo que eso nunca fue ciencia y que ha sido el estudio científico el que precisamente deslegitimó esos discursos. Pero valdría la pena preguntarse si no fue los movimientos sociales, los cambios políticos e incluso el pensamiento individual claramente cargado de ideologías progresistas los que llevaron a los científicos a apartarse de esos discursos.
En todo caso no creo que nadie realmente piense que es perjudicial preguntarse ¿para qué se investiga? O ¿para quiénes se investiga?
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