LA CAPITULACIÓN
Estamos solos. Siempre lo estuvimos. Aquellos a quienes auxiliamos en nuestro inmediato pasado con desbordante generosidad cuando estuvieron solos, hoy nos vuelven la espalda. Antes que latinoamericanos, hispanoamericanos, bolivarianos, latinos o como quiera llamárseles, son marxistas, seguidores de un señor nacido en Treveris, Alemania, y de un cubano tiránico y brutal llamado Fidel, hijo del gallego Ángel Castro. Como diría Hamlet: the rest is silence.
Antonio Sánchez García @sangarccs
A Carlos Alberto Montaner
Confieso haber creído, inicialmente, en la tesis de la capitulación. El antiimperialista, cuyos últimos vestigios aún se ocultan en mis venas, se negó a aceptar un giro tan descomunal en la política internacional de Cuba, la irredenta. ¿Un Castro, hermano del más implacable, tozudo y feroz enemigo jurado de los Estados Unidos, como Fidel, que jamás le perdonó a Kruschev haberle impedido presionar el botón que dispararía un misil con una bomba nuclear a territorio estadounidense para iniciar la más devastadora guerra atómica de la historia, prestándose a reiniciar las relaciones suspendidas desde hace más de medio siglo con los Estados Unidos? ¿Sin pedir nada a cambio? ¿Fidel capitulando, a los 90 años y 56 de tiranía absoluta?
Poco a poco fui acercándome a la visión crítica e irreductible de mi admirado y respetable amigo Carlos Alberto Montaner. Detrás de la jugada del acercamiento se ocultaba una maniobra de alto ajedrez estratégico, muy propio de Fidel, el maquiavélico, de verse súbitamente reducido en sus iracundias homéricas a un tortuoso, infatigable y realista conductor político, aparentemente mediocre y desangelado: Raúl Castro. El servicial, beodo y ambiguo portamaletas del hermano genial. He terminado por convencerme de que, como el personaje de Stevenson, los dos Castro son una y la misma persona: Mister Jeckill y Mister Hyde, Fidel y Raúl, las dos caras de una misma moneda. Las máscaras de la tiranía.
Los hechos, como en la novela de Edgar Allan Poe, están sobre la mesa. Las amenazas de que la DEA procediera contra el gobierno forajido y narcoterrorista de Nicolás Maduro, repitiera el Noriegazo, encarcelara a Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello y a Tarek El Aissami, congelando las relaciones y encarcelando sucesivamente a todo el personal comprometido con el colosal saqueo al erario venezolano – miles de millones de dólares en un asalto inédito a los bienes de un Estado en la historia universal – , para así cortar el cordón umbilical de la satrapía y arrebatarle su última base de resistencia estratégica debe haber encendido todas las alarmas de la nomenclatura cubana. ¿Perder PDVSA y ese territorio geoestratégico vital para enfrentar, desde su cara norte, a la potencia imperialista, volviendo a la más pesadillesca de las situaciones? ¿Vivir, a estas alturas, otro período especial?
Recientemente, la hija de un intelectual norteamericano que odia a Norteamérica – caso sólo posible en una democracia ejemplar, pues además de odiar a su patria ésta lo provee de todos los medios de comunicación que odia mortalmente y le abre sus universidades para propagandear ese odio y sumar aliados al odio y proveer de argumentos a los enemigos, sin que nadie se irrite o lo importune – y que siguiendo su senda se ha especializado en el caso cubano, resaltaba la proeza del gobierno cubano, pues la última vez que visitara Cuba se había encontrado con que en los platos de los oprimidos cubanos había muchísimo más comida que hace veinte años.
La Srta. Chomsky, pues de ella se trata, le dio diez vueltas al gato para explicárselo, pasando por alto un dato que le viene de perillas a la estrategia de Castro, el menor y a la obnubilación de Obama, el nuevo mejor amigo de Raúl: esa comida que ahora sobra en los platos cubanos es precisamente la misma que hora falta en los platos venezolanos. Y esos dólares que ahora sobran en Cuba son los mismos que ahora faltan en Venezuela, convertida en satrapía de la tiranía cubana y cordón umbilical por el que maman de los últimos barriles que le quedan a la exangüe vaca petrolera venezolana, y cuya sobrevivencia depende que así sea: cinco mil millones de dólares anuales y cien mil barriles de petróleo diarios. O los que más sean, pues la crisis estrecha los márgenes de “generosidad del internacionalismo proletario” venezolano.
Imagino las carreras en el despacho presidencial cubano ante la sola posibilidad de que el Departamento de Estado, el Pentágono y la DEA respetaran su propia trayectoria, se respetaran a sí mismos, velaran por sus propios intereses vitales y procedieran con el Pollo Carvajal, detenido en Aruba por órdenes de Interpol a solicitud de un juzgado de Florida que lo encausa por tráfico de drogas de alto calado en función de ser considerado el Kingspin del Cartel de los Soles, del mismo modo como procedieran con el panameño Noriega, un niño de pecho comparado con los narcogenerales venezolanos. Fue un pulso de horas: desde la intervención directa de Cristina Kirchner llamando a la reina de Holanda, la argentina Máxima Zorreguieta – por cierto, amiga del cardenal Bergoglio, mejor conocido como Papa Francisco, otro argentino y otra pieza clave del ajedrez castrista – con suficiente poder matrimonial como para bajarle los humos al gobernador de la colonia holandesa en el Caribe. Hasta mover todas las piezas de UNASUR, los gobiernos del Foro y la amenaza de un enfrentamiento contra toda la región, antinorteamericana por convicción, ideología, estulticia y doctrina. ¿Obama, el Departamento de Estado, la secretaria de Justicia y la DEA metidos en ese lío?
No ha sido Cuba la que ha capitulado. No han sido la OEA de Insulza y el Foro de Lula y de Dilma, los que han capitulado. No han sido los gobiernos de Argentina, en manos de los mafiosos montoneros descendientes de Perón, el caudillo, ni el de Chile en manos de la UP setentosa, los que han capitulado. Ha sido la democracia de la región, acéfala, extraviada, ultrajada y humillada bajo el consentimiento del Departamento de Estado y del Vaticano, amigos de la dictadura oprobiosa que humilla a los venezolanos.
Estamos solos. Siempre lo estuvimos. Aquellos a quienes auxiliamos con desbordante generosidad cuando estuvieron solos, nos han vuelto la espalda. Antes que latinoamericanos, bolivarianos o como quiera llamárseles, son marxistas, seguidores de un señor nacido en Treveris, Alemania, y de un cubano tiránico y brutal llamado Fidel, hijo del gallego llamado Ángel Castro. Como diría Hamlet: the rest is silence.
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