Zeus, molesto porque Prometeo les había entregado el fuego a los humanos, a modo de venganza les ordenó a los dioses crear un arma contra el hombre. Entonces, Hefesto moldeó una imagen de arcilla con la figura de una encantadora doncella de belleza inmortal, Afrodita le otorgó gracia y sensualidad, Atenea la vistió de púrpura y la adornó con perlas y piedras preciosas y, finalmente Hermes, la sembró con mentiras, seducción, manipulación y un carácter inconstante, con el fin de configurar un «bello mal»; un don tal que los hombres se alegraran al recibirlo, pero que al aceptarlo en realidad aceptaran consigo un sinnúmero de desgracias. Así se creó a Pandora.
Su misión era muy sencilla: seducir a Epimeteo, el hermano de Prometeo, y quien era conocido como “el que reflexiona tarde”. Sin embargo, antes de que Zeus se la entregara por esposa, le obsequió a Pandora una caja sellada con la instrucción de “no abrirla bajo ninguna circunstancia” y en cuyo interior se encontraban represados los males del mundo: la desdicha, la avaricia, la mentira, el odio y la enfermedad.
Epimeteo no dudó en tomarla por esposa, pues a pesar de que le había prometido a su hermano no recibir ningún regalo de los dioses, justo por temor a que algo malo sucediera, no pudo hacer mucho ante tal encantando y perfección. Tiempo después, víctima de su gran curiosidad, efectivamente Pandora decidió abrir el presente que le había dado Zeus, dejando escapar a todos los males sobre la tierra.
Este relato mitológico me ha rondado la cabeza en los últimos días, cuando he intentado interpretar el resultado de las elecciones pasadas en conjunto con el panorama político actual. Y no es para menos, llegar a comparar una caja que contiene todos los males, con una campaña en estas elecciones de segunda vuelta, cuando uno entiende que la misma acoge y represa todos los principales males del país.
Colombia, infortunadamente, desde la conquista ha sido atropellada, manejada a empellones y, por ende, sometida. En el país, ha primado siempre un avaro interés individual de una clase sobre el interés colectivo y mayoritario de otra, donde la primera ha sostenido durante generaciones una relación beneficiosa para sí misma del trabajo, la credibilidad y del necio apoyo político de la segunda.
A pesar de que la tradición electoral del país se perciba como una “tradición democrática”, ésta se ha encontrado restringida por la concentración de poder de unas pocas familias. Este ejercicio de poder, si hablamos no solamente de su perpetuación sino también de su desempeño, resulta ser una saga de gobernantes a los que se les suele catalogar en la opinión pública como corruptos, impunes, violentos, propensos a la concentración del poder y de la riqueza, etc.
Y no es para menos que se hayan creado esta fama, pues la justicia ha comprobado que, desafortunadamente, con la más aguda inteligencia que bien se podría haber destinado a otros intereses, esta clase política ha sostenido por generaciones todo un concierto de actuaciones ruines como sobornos, peculados, malversación de fondos, saqueo de dineros públicos, tráfico de influencias, favoritismos, compadrazgos, nepotismo, abusos de autoridad, e incluso, vínculos con estructuras delincuenciales, donde han financiado, facilitado y, sobre todo, se han beneficiado de las acciones de estos grupos ilegales, dentro de las que se incluyen masacres, asesinatos selectivos, desplazamiento forzado, narcotráfico, entre muchas otras acciones criminales con el objetivo de extender su poder en el territorio nacional.
Me gustaría preguntar entonces, si los párrafos anteriores no describen a los males de este país ¿qué lo describe?
Lo grave, es que el panorama reciente parece estar distante de mejorar. Así lo demostró una investigación de la Fundación Paz y Reconciliación, publicada en diciembre en el diario El Espectador, en la que afirmaba que fueron más de 40 los candidatos cuestionados que se presentaron a las elecciones del 11 de Marzo pasado. Los cuestionamientos de aquellos radican, según el estudio, en que son herederos de caudales electorales de otros congresistas y políticos asociados o con la parapolítica, o con los sobornos de la multinacional brasilera Odebrecht, o con el llamado “Cartel de la Toga”, entre otros.
Lo curioso del asunto, es que tanto los cuestionados candidatos, como sus padrinos políticos, pertenecen a los partidos Conservador, Liberal, Cambio Radical, Opción Ciudadana, Centro Democrático y De la U. Así que, ya uno podría ir concluyendo que si todos estos partidos políticos hoy en día se encuentran conformando una sola fuerza de trabajo para una misma candidatura presidencial, sus males por derivación también fueron a parar a dicha campaña.
Los candidatos mal rodeados – El Espectador
Los herederos de Odebrecht – El Espectador
Los cuestionados que le hace campaña a Duque sin su ok – La silla vacía
¿Qué renovación política podría haber en una campaña donde transitan hombro con hombro ex-ministros y funcionarios de las familias políticas más tradicionales del país? ¿Qué nuevo aire le puede traer a Colombia una unión manifiesta entre Gavirias, Pastranas, Santos, Lleras, López, Valencias, Char, Turbay, Nogueras, Ordoñez, Morales o Duques?
¿Qué bien puede hacerle al país elegir una opción donde se encuentran inmersos “Kikos”, Lyons, “´Ñoños”, Besailes, López Cabrales, Suarez Corzo, Aguilares, Gneccos, Garcías, Araujos, Toros, Jattin, Benedettis, Barreras, Gómez o Guerras de la Espriella?
Por eso, desde esta perspectiva, entiendo que la candidatura de Iván Duque es la “Caja de Pandora” del país en este momento, y optar por esta elección sería liberar en este pueblo los males que ella contiene.
Elegir esta opción (tanto de forma directa como indirecta), no solamente sería un tremendo error histórico, sino que nos pondría en un lugar, si nos comparamos con Epimeteo, de doblemente necedad, negligencia y amilanamiento, pues aquel personaje de la mitología, según la historia, eligió a Pandora sin conocer lo que implicaría su decisión, sin conocer lo que había dentro de la caja, sin haber estado ni cerca de convenir con aquellos males (porque que no existían hasta el momento). Sin embargo, nosotros estamos en un lugar donde ya conocemos los males, donde sabemos que se encuentran allí represados y donde por más que se haya adornado con gracia, jovialidad y perlas, sigue siendo la misma propuesta sembrada con falsedad, vicio y desdicha.
No podemos pasar a la historia como la generación que no le importó cargar nuevamente de males el país, después de haberlos vivido y después de que nos dieron 10.000 razones para no volverlos a elegir. Pero sobre todo, no podemos pasar a la historia como aquellos que se alegraron al aceptar un sinnúmero de desgracias, porque aceptándolas, nos lograban librar del miedo irracional por algo que nunca vivimos, que no padecimos, que no conocemos, que seguramente no existe, pero que creíamos inverosímilmente que nos podía llevar al infortunio. No podemos pasar a la historia como “los que reflexionaron tarde”, como “los Epimeteos” de nuestra época.