“Fomentar que los estudiantes escriban, no solo les ayuda a expresarse y narrar sus propios relatos, sino que también contribuye a cambiar su perspectiva hacia la literatura en general”.
Sin duda, el hábito de la lectura nos abre las puertas hacia la comprensión, la creatividad y el autodescubrimiento. Lamentablemente, en numerosos casos, esta práctica comienza a desvanecerse en el entorno educativo. La enseñanza tradicional a veces es insuficiente para los intereses de los estudiantes, quienes suspiran frente a los mismos libros que parecen extraños y ajenos a su mundo en constante evolución. Tras eso, el educador insiste en que es la figura central en el aula y que tiene solo el papel de transmitir el conocimiento hacia los estudiantes. Sin embargo, ¿qué sucedería si la clave para fomentar este hábito de lectura radicara en estimular a los estudiantes a escribir?
En mi reciente experiencia como educador en un colegio, observé cómo los estudiantes expresaban una clara aversión hacia la lectura. No obstante, me di cuenta de que esta carencia de interés se debía a la falta de conexión de los estudiantes entre el texto y la realidad que los rodeaba. Y es aquí, cuando la promoción de la escritura en las escuelas, se vuelve crucial, ya que actúa como un puente que acerca al hábito de la lectura.
¿Qué pasaría si los estudiantes se convirtieran en autores de sus propios cuentos e historias?¿Y si fueran sus experiencias y emociones las que dieran vida a la nueva literatura? Un ejemplo inspirador lo encontramos en Ana Frank, la niña judía que padeció las injusticias de la Segunda Guerra Mundial. Junto a su familia, se vio obligada a esconderse para escapar de los nazis debido a su origen. Durante el tiempo de su reclusión, Ana escribió en su diario. En una parte de su cuaderno, dejó plasmada la siguiente frase: «El papel tiene más paciencia que las personas». Y esta afirmación es pertinente, ya que al escribir gozamos de la libertad de desprendernos de todo y de revelarnos sin temor a represalias. A pesar de vivir en circunstancias extremadamente difíciles, su pasión por escribir continuo inquebrantable, lo que prueba que la escritura puede ser un refugio, hasta en los momentos más caóticos de la vida.
Fomentar que los estudiantes escriban, no solo les ayuda a expresarse y narrar sus propios relatos, sino que también contribuye a cambiar su perspectiva hacia la literatura en general. Porque la literatura, además de que es una forma de escapar de nuestra realidad, también brinda una gran diversidad de historias que la convierte en un enlace entre diferentes generaciones y culturas. De esta manera, al leer y escribir sobre diferentes miradas, los estudiantes llegan a entender mejor sus propias vidas y aprenden a ponerse en el lugar de otras personas.
Es importante que los educadores y las escuelas adopten enfoques más participativos y creativos para promover la escritura y la lectura. Podemos comenzar incentivando a los estudiantes a crear sus propias historias. Esto no sólo impulsa el amor por la escritura, sino que también despierta el interés por explorar los textos de sus compañeros. Escribir es un proceso íntimo que puede enriquecerse al compartirlo, y es una de la tantas maneras de trascender como lo hizo Ana Frank con sus palabras: “Quiero que algo de mí perdure después de la muerte”.
Finalmente, con el ejemplo de Ana Frank y su valiente diario, podemos entender que escribir puede ser una forma incluso de sanar, tal como ella misma decía: “Puedo deshacerme de todo cuando escribo; mis dolores desaparecen, mi valor renace”. Al ofrecer a los estudiantes la oportunidad de crear sus propias historias, allanamos el camino para que se conviertan en lectores apasionados y críticos, capaces de apreciar la riqueza que hay en la literatura.
Comentar