Kant para Colombia

“el problema del modelo (económico o político) se entrelaza con el de las personas dentro del sistema, los que ejecutan realmente dicho modelo; no hay buen modelo si no hay buenas personas.”

En las pasadas elecciones, por primeras vez en más de 80 años, se discutieron una serie de temas que no habían sido relevantes en la agenda pública. Tres puntos fueron fundamentales: la paz, el modelo económico (y político) y la educación. Sin embargo, sigue dejándose de lado un tema que es aún más importante que los anteriores: la ética.

Este tema, que no está en la discución pública desde la propuesta de la “restauración moral de la república” hecha por Gaitán, es fundamental porque determina las acciones de cada individuo, y son realmente estas acciones las que marcan alguna diferencia en las sociedades. La discusión ferviente sobre el modelo económico y la ingeniería institucional no importa si no se toma en cuenta lo fundamental: que no es que institución crear para tal o cual fin, sino quien es el responsable de esta institución. Me explico: el problema del modelo (económico o político) se entrelaza con el de las personas dentro del sistema, los que ejecutan realmente dicho modelo; no hay buen modelo si no hay buenas personas.

De nada nos sirve tener un presidente joven que busque equidad, legalidad y emprendimiento (en lo que por cierto está fallando), o en el otro caso un presidente que busque diversificar el mercado agrario (exportar aguacates); no importa si son 4 o 3 o 1 corte; no importa los recursos que tenga la educación pública; no importa cómo quedaría la reforma electoral o la judicial; no importa el posconflicto. No importa nada de esto, ni ninguno de los temas que nos preocupan como ciudadanos, si no cambiamos la ética de los colombianos (pueblo corrompido y corrupto), que nos hace tener y mantener una cultura mafiosa, representada en el famoso “el vivo vive del bobo” y en la “ley del menor esfuerzo”.

La corrupción, la politiquería, el populismo y el caudillismo son solo muestras de la falta de ética de nuestros dirigentes que, dispuestos a alcanzar y mantener el poder a toda costa, sacrifican los valores y lo que es correcto para la sociedad. En otras palabras dejan su ética (su modo de actuar), subordinada a la política (consecución del poder); el fin les justifica los medios.

Si lo que queremos es un país civilizado, lo anterior debe solucionarse. Y la solución, afortunadamente, fue expuesta por un prusiano hace más de 200 años llamado Immanuel Kant quien, en 1785 en un texto llamado “Fundamentos de la Metafísica de las Costumbres”, expone una genial máxima: “Obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. En esta frase se resume todo lo que necesitamos, pero ¿qué significa? Simple: un individuo debería hacer lo que cree que todos podrían hacer sin que esta acción afecte (de mala manera) a la sociedad.

Conforme a lo anterior, merecería la pena popularizar un ejercicio simple: cada vez que tomemos una decisión, analicemos: si todas las persona tomara la misma decisión, ¿estaría bien? Ej: si yo tomo la decisión de mentir ¿estaría bien que todos mientan?; si yo decido robar o matar ¿estaría bien que todos robaran o mataran? Si decido ayudar a alguien ¿estaría bien que todos ayudaran a alguien?

Este ejercicio permitiría crear una ética fuerte del individuo, que crea una buena moral colectiva, que nos ayudaría a sancionar lo que debe ser sancionado, juzgar lo que debe ser juzgado y premiar lo que debe ser premiado; no como pasa hoy que premiamos lo que debe ser juzgado (Ej: los “buenos muertos”). En fin, nos ayudaría a crear valores en una sociedad que carece de ellos.

Esto, desde luego, no es fácil, pues significa dejar de lado esa comodidad ciega y el individualismo ante la vida, que tanto criticaba Jaime Garzón. Implica además el sapere aude, atreverse a pensar, adquirir la mayoría de edad, dejando de lado las opiniones sesgadas de los medios de comunicación. Así mismo implica actuar por el deber de ser buenos ciudadanos y no por miedo al castigo. Implica igualmente definirnos como individuos independientes, crear nuestros valores conforme a nuestra consciencia, asumiendo con responsabilidad que somos parte de una sociedad, y entender además que esto, la sociedad, los recursos, la soberanía, etc., es nuestro.

Claro que también implica un cambio de política, por una que no nos obligue a considerar el delito como una escalera de ascenso social, que no nos arrincone a usar la malicia (no indígena sino española) para progresar a costa de otros, que nos garantice nuestros derechos y nos brinde las oportunidades que necesitamos. Una política, que en contraste con el ya mencionado “el fin justifica los medios”, se sintetice en el Mockusiano “no todo vale”.

Para acabar es menester recordar la frase de Garzón: “Saber que el país está en una profunda crisis es una redundancia”, y es hora de salir de esta eterna crisis, crear una ciudadanía nueva, real y ética, que luche y haga respetar sus derechos, que desarrolle una buena cultura política, que no elija ni caudillos ni mentirosos y que se permita dejar de lado los intereses particulares y comprometerse con el destino de nuestra sociedad y con el de la humanidad.

Adenda. La otra parte del imperativo categórico de Kant es: “Obra de tal modo que uses a la humanidad siempre como fin y nunca simplemente como medio”, nos invita a considerar la felicidad de los otros y no solo la nuestra, lo que en un país como Colombia también es necesario.

Twitter: @CamiloADelgadoG

Camilo Andrés Delgado Gómez

Politólogo en formación en la Universidad Nacional de Colombia. Lector crítico de la dinámica política y la historia, dos cosas que en este país siempre se olvidan. Como Keynes, cuando los hechos cambian, cambio de ideas, ¿qué hace usted, señor?