Su álgebra, su ajedrez, su indescifrable y metódica pero no por menos espléndida y emocional escritura, hacen del poeta del insomnio un ser deslumbrante que logra conjugar la filosofía de la ocurrencia, la erudición y su majestuosa imaginación casi que de manera estratégica, donde combina con sigilo entre letra y la palabra perfecta para condesar un sinnúmero de emociones en su escritura: amor, figuras, metáforas, desamor, nostalgia, melancolía, pesares, esperanzas, guerras, paz, ilusiones, laberintos, bibliotecas y libros.
En su trasegar en el mundo no hizo otra cosa que literaturizar la vida y tener la capacidad de resignificar objetos haciendo una amalgama multicolor de sensaciones, a Borges con sus letras se le perdona todo, hasta su posición política; él trascendió cualquier propensión ideológica, ya diría en su excelso texto la Biblioteca de Babel del libro Ficciones, sobre las bibliotecas que se asemeja a los hombres: «Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras (…)».
Su obra literaria, creación artística hecha poesía, cuentos y ensayos no supone ser de izquierda, de derecha, conservador o progresista, su arte trasciende el campo ideológico; Borges es más que eso, es universal. Es necesario decir entonces como “La Biblioteca de Babel” las ideas son también de Babel, es decir, con un final sin terminar, abierto, por eso diría al final de su vida en 1983 después de ser un escéptico de la democracia y defensor de las dictaduras de América Latina en sus inicios qué: «Escribí alguna vez que la democracia es un abuso de la estadística; yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la definió como el caos provisto de urnas electorales. El 30 de octubre de 1983, la democracia argentina me ha refutado espléndidamente».
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