Insistimos, la pobreza tiene rostro de mujer

La feminización de la pobreza en Colombia se mantiene en un preocupante auge a medida que las condiciones prestadas por el gobierno nacional empeoran. Por medio del índice de pobreza multidimensional, se estima que las mujeres somos más pobres que los hombres en cuanto a las condiciones educativas, las posibilidades de ingresar a un sistema de salud, el acceso a los servicios públicos, las condiciones de vivienda, el trabajo digno formal y los ingresos mensuales.

Se creería, equivocadamente, que esta acusación titular es culpa de la pandemia que azotó la economía del mundo sin miseria justificando que Duque se lave las manos a lo Pilatos. Pues bien, para demostrar que lo único que hizo el Coronavirus fue desnudar la miseria de las colombianas, haremos un análisis de antes y durante los fuertes picos registrados en el país por la por la pandemia (2019- 2020) de los efectos sobre la pobreza de las mujeres. Empecemos.

Según el DANE, las características de jefes de hogar e incidencias de pobreza monetaria demostraron que son las mujeres quienes están al frente de las necesidades de los miembros de la familia en un 38,2%, a diferencia de los hombres que representan un 34,4% en el total nacional durante el 2019 ¿Qué hay de malo en que seamos nosotras las que llevemos las riendas de los hogares si salimos a defender la independencia económica y la fuerza femenina? El problema es que esos hogares son pobres. Aquí lo que no se ha considerado y que encaja perfectamente en el rompecabezas, es que también las mujeres somos la mayoría de la informalidad laboral y la falta de oportunidades de todo tipo, además de que menos mujeres son profesionales. Por consiguiente, no hay condiciones dignas de trabajo para mantener los hogares con jefatura femenina que terminan ingresando a las cifras de pobreza e informalidad, que cada día son más crecientes en nuestro país.

Sumémosle otro asunto, revisando los datos del 2019. Esa cifra de cuatro puntos más que el hombre en la jefatura de hogar nos transporta directamente al tema del cuidado no remunerado (que en mujeres es de 62% y en hombres un 7%, el resto es externo) y los trabajos informales (según la Universidad del Rosario, el 49,3% de las colombianas están dedicadas al rebusque, cuatro puntos más que los hombres). Ya sabemos que las mujeres debemos dedicar en promedio 7 horas y media al día a trabajos caseros por los que nadie nos paga, dedicando el resto del día a ver cómo se consiguen algunos pesos para mantener a las familias. Es decir, una vida repleta de miseria económica y mental.

No estamos negando que el problema de la pobreza en Colombia se comparte con los hombres y que la miseria continúa tocándole la puerta a los colombianos en general; sin embargo, hay evidencia de que las mujeres somos doblemente explotadas por el subdesarrollo nacional (asunto que compartimos con los hombres), que a su vez mantiene la cultura machista y patriarcal. No es rebeldía, es la realidad. Según ONU Mujeres, Colombia es uno de los países de América Latina con la menor representación política de las mujeres. En el 2019, sólo el 14% eran concejalas, el 17% diputadas, 10% alcaldesas y 9% gobernadoras, interiorizándose dos aspectos al respecto que tiene directamente que ver con el asunto de la pobreza. Primero, la claridad política de las mujeres se ha visto afectada por los miles de problemas que deben afrontar al día con respecto a la informalidad, la falta de acceso a la educación superior y familia e hijos que cuidar y mantener. Básicamente, las mujeres no tenemos tiempo de pensar en política a pesar de que somos las más afectadas por la misma. Por otro lado, al lanzarnos a las elecciones nos encontramos con el infortunio de la cultura machista que nos rodea: la gente no vota por nosotras en cantidad considerable al igual que tampoco nos contratan.

En el 2020, la suspensión de actividades económicas por la pandemia nos clavó doblemente. La brecha laboral entre hombres y mujeres incrementó diez puntos porcentuales, la cifra más alta en la historia según FESCOL. El DANE evidenció que 11.184.000 colombianas estaban desempleadas al inicio de la pandemia, frente a 6.3 millones de hombres. A finales del año en cuestión, de 2.8 millones de colombianos que perdieron su empleo, 1.9 millones fueron mujeres. Además, las pocas y paupérrimas medidas adoptadas por el gobierno para atender la emergencia económica durante la pandemia no tuvieron enfoque de género y fueron medidas tardías y precarias. Según Directo Bogotá, en Argentina el Ingreso Familiar de Emergencia tiene enfoque de género: en casos donde aplican por el ingreso un hombre y una mujer de la misma familia, se beneficia a la mujer”, precisamente por ser quienes más sufren de los estragos de la pobreza.

Así pues, no fue que la pandemia nos hizo pobres: la pobreza ha tenido rostro de mujer desde tiempos inmemorables. Por lo mismo, exigimos atención diferencial del Gobierno frente a los problemas de pobreza que vulneran la dignidad de los y las colombianas, pero con más profundidad a estas últimas. Reconocer la pobreza y el machismo debe motivarnos a la organización y la movilización, actualizar el interés político por la dignidad y los derechos básicos fundamentales para participar, pero de forma representativa, a la condición de las demás compañeras que no tienen ni tiempo ni valor para aventurarse. La lucha debe enfocarse en la soberanía de la nación, la educación de calidad, la defensa de la industria nacional que incentiva la formalidad laboral y un gobierno que reconozca y contribuya a superar los obstáculos que nosotras hemos enfrentado.

Juliana Bernal Palacio

Historia UPB, miembro de la Organización Colombiana de Estudiantes, consejera de mujeres ante el Consejo Territorial de Planeación, secretaria de Jóvenes con Dignidad en Antioquia.

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