“El tercer mundo no es una realidad sino una ideología.” Hannah Arendt
Consolidar un establecimiento político mediante instrumentos legislativos pareciese un complot totalitario, cuando las leyes pierden la vocación de imparcialidad, justicia y equidad desvirtúan su legitimidad. Las instituciones están contenidas en premisas axiológicas que fundamentan su naturaleza, cuando la democracia no opera a favor de la mayoría quizá nos encontremos ante una oligarquía demagógica.
A pocos meses del ring proselitista territorial más importante de la Colombia de 1991, a nivel nacional, ‘los Padres de la Patria’ <encantados> por el Presidente de la República tramitan la nueva reforma política para establecer las dimensiones del cuadrilátero en el que se llevará acabo el combate por el poder, pretenden definir los nombre de quienes tendrán el derecho efectivo de participar en la batalla gubernamental por la distribución y asignación del erario.
La pretendida democracia representativa agoniza en la conmocionada esperanza ciudadana, la evidente carencia argumentativa destroza la confianza ideológica y dialógica entre distintos, las nuevas coaliciones no representan una sociedad con fines comunes sino acuerdos entre mafias que protegen sus propios intereses, excluyendo la necesaria rotación en los cargos públicos a costa de la libertad nacional y la integridad de sus conciudadanos.
La única igualdad posible y racional en una determinada población, es la política, básicamente esta es la aspiración ciudadana en democracia, al priorizar el poder partidista sobre la ciudadanía se desvirtúa este principio que, al ser el derecho civil y político por excelencia, es realmente el primero de los derechos en el Estado Democrático de Derecho: el de Elegir y ser Elegido, lo que implica el ser Removido y No ser Elegido, en libertad, por otros individuos que son iguales a mí como ciudadana en democracia.
Todo ciudadano es político, pero se necesita de buenos políticos para que exista ciudadanía.
Cuanto más precisa es la elección y más cercano es el efecto del voto para el votante, más participación efectiva y acción igualitaria se genera; sin embargo, no todas las personas son ciudadanos y hay quienes, a pesar de serlo formalmente, en la realidad están subyugados a criterios nominados por poderes que consideran superiores. La ciudadanía es una categoría política establecida por la razón y no una condición del ser humano per sé.
La ciudadanía, como potencia de poder, está supeditada a la acción. La corrupción, el clientelismo, el nepotismo y demás ‘jugaditas’ y ‘sapos’ habituales que se practican en las instituciones que ejercen poder político, solo configuran una acción engañosa, fraudulenta y antiética de operar la democracia, desconociendo e irrespetando el principio de igualdad. Una lista cerrada es un ejemplo de desigualdad política, en la que quienes encabezan se imponen sobre los demás, como ciudadanos de mejor categoría (o, en otras palabras, como ciudadanos con derechos civiles y políticos sobre ciudadanos meramente formales).
Incentivar la perpetuación de nombres propios como símbolos de autoridad para segregar la participación y la incidencia de ideas divergentes en las instituciones democráticas, desarrolla el tablero acrítico perfecto para la inercia política de los ciudadanos que conduce a una situación indigna de dependencia mental y servidumbre material, exterminando la racionalidad política que nos asume iguales (la vida de otro ser humano es tan vida como la mía) y naturalmente libres (capaces de elegir y auto-determinarnos) en cualquier estructura de poder.
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