Con tan solo el ambiente de reforma que sugería la elección de un nuevo gobierno, se ponía al traste una resistencia a todo costo que sin mucho conocer el contenido de los pretendidos cambios, alzaba la voz para renegar de lo que se imaginaban se incluiría, sin embargo, ni siquiera ese rechazo inmediatista permite desvirtuar la sentida necesidad de que el sistema que tiene como fin garantizar la vida de las personas, sea mejorado, revisado y si es necesario transformado, un sistema de salud que sobreponga la dignidad sobre la riqueza, gritaban esta semana, en una manifestación pública realizada en las calles.
Doña Rosa, tiene 77 años, es diabética e hipertensa, paciente con riesgo cardiaco, sus servicios de salud son proveídos en su calidad de beneficiaria, requiere medicamentos de control mensual y revisión con especialista con la misma frecuencia, me contó hace unos días que se ha sido contactada en más de tres oportunidades por su prestador quien le indica que es mejor que interponga una acción de tutela porque los medicamentos del mes no le van a ser entregados, sin decir más y adicionalmente, a motu proprio, el prestador le ha cambiado su lugar de atención varias veces y después de esperar largos ocho meses para volver a ver su especialista, ha debido repetir su historia, exámenes y tratamiento en la misma medida que cada nuevo médico tratante requiera para empaparse una vez más del caso, me contó finalmente, que había desistido de “pelear” sus medicamentos y que en la medida en que los vecinos le ayudaran los iba a tomar. ¿Es necesario esperar a qué doña Rosa se muera?
Juan Carlos tiene 56 años, un taxista responsable, una rara enfermedad le despertó y en cuestión de un año perdió el 50% de su visión, lo obligó a dejar su trabajo, comenta que su prestador no tiene el servicio de oftalmología especializada, por lo que lo remiten constantemente a otros prestadores, manifiesta, que al sentir cada día más merma en su visión, con cartelera en mano y su hija como bastón, se plantó a las afueras de la sede de su prestador, motivo por el que cree que cuatro meses después lo llamaron, ya cuando su pérdida de visión iba en un 70% y aunque pensó que la llamada era para intervenirlo, resultó que únicamente era para ponerlo en lista de espera. A Juan Carlos, antes de escribir esta columna le dije, pues no ha perdido su buen humor: “a vos si no te tocó ver el cambio”, a lo que respondió entre risas resignadas que esa lista de espera la manejaba la señora muerte. ¿Por qué Juan Carlos no es importante para el sistema?
Andrés Felipe de 9 años, santandereano pero paisa por adopción y cariño, fue diagnosticado con neuroblastoma, cáncer de medula y tórax, cuando conocí su caso, entendí que los únicos desplazamientos no eran por efectos de la violencia, “pipe” y su madre, fueron desplazados por un sistema de salud que por su incapacidad no contaba con la oferta medica que el niño requería para vivir. Medellín los recibió y aunque un juez en su sapiencia ya había ordenado garantizar su tratamiento integral, mes a mes, la disputa entre su madre quien tenía como escudo un papel que transcribía el fallo judicial y los diferentes prestadores y proveedores, era lo más parecido a lo narrado entre David y Goliat, me decía su madre, que nunca había paseado tanto, lo decía por poner buena cara, cómo con las remisiones que hacían a su hijo de un lado a otro con ocasión a su enfermedad. Andrés, dejó de respirar estando en su cama luego de muchos sufrimientos, esperas, intentos fallidos de intervención y un deterioro físico qué, de lejos, corría a un ritmo superior al de las opciones por ayudarlo, con lo grave de su enfermedad, cualquier desprevenido hubiese imaginado, que la intervención de un juez no hubiese sido necesaria. ¿Pudo el sistema garantizarle morir con dignidad a Andrés?
Todo lo anterior, da para decir, que tal vez lo único que debería ser NO POS, es la indiferencia por el que sufre y la antipatía con las luchas que cientos de ciudadanos a causa del sistema deben darse diariamente, argumento suficiente para sostener, que no es posible negar que se requieren reformas ante un sistema de salud que, aunque en asegurabilidad presenta importantes estadísticas, en cobertura, calidad, oportunidad y eficiencia deja bastante que desear.
Ahora, frente a los ánimos reformistas necesarios que se perciben a diario, es apenas lógico e inteligente, que todo cambio parta de conservar lo que medianamente funciona, pero también de eliminar lo que no, pues podrá sonar cliché, pero las formas en todo caso si importan, puesto que si la intención de reforma acarrea la paralización de los servicios o la desaparición de lo que mínimamente funciona, la regresividad será la característica de toda intención de cambio, con ello no pretende la columna olvidar que ante la crisis la respuesta natural sean las medidas de choque, lo cual si bien es acertado en parte, no renuncia a la idea de que los cambios puedan ser planeados y ejecutados a modo de proceso.
En un contexto como el colombiano, en donde las noticias falsas, los humaredas de desinformación y las mentiras instaladas como verdades, han condicionado el criterio ciudadano, las formas que generen confianza, se deben privilegiar sobre los trucos de magia para cambiarlo todo, la estrategia no podrá ser la de los grandes conclaves sino la de las inmensas deliberaciones, discusiones abiertas y llamados al dialogo, o lo que es lo mismo decir, es que sin buenas formas, no habrán buenas reformas.
¿Podrán quienes se oponen ponerle técnica al debate, sobreponer la dignidad sobre la rentabilidad o ver más allá de sus privilegios?
Si la salud cambia, Colombia cambia.
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