Indefinibles los estragos del fuego protagonista de catástrofes en un hospital, escuela o barrio. Es alerta, luto, conmoción. La extinción, el control y la prevención de estos fenómenos conciernen a la administración pública de los asentamientos humanos, precisamente por la magnitud de sus afectaciones sociales. De hecho desde la existencia misma de las ciudades estas se queman, y desde que existen los sistemas de gobierno en las ciudades, se supone, ha sido tarea del gobernante velar por la contención de las llamas y evitar su propagación, poniendo a disposición todo a su alcance. Todas las ciudades, poblados o asentamientos propenden al incendio, pero de las decisiones de sus gobernantes para contenerlo, mitigarlo o prevenirlo devienen cambios profundos en las formas de gobierno, las políticas y el urbanismo futuros. Las ciudades no vuelven a ser las mismas, sus habitantes tampoco, luego las políticas deben cambiar conforme estas circunstancias. Troya en 2200 A.C., Jerusalén en 586 A.C., 70 y 2016, y Alejandría en 48 A.C. O ciudades importantes que se han quemado en el pasado y este año siguen combatiendo la lumbre como Londres (1666; 2017), París (1871; 2017), Nueva York (1776; 1835; 1911; 2017), Chicago (1871;1993; 2017), Roma (64;2017), Berlín (1933; 2017), Pekín (2009; 2017), San Petersburgo (2006; 2017). En nuestro país basta con enunciar los incendios de Manizales de 1922, 1925 y 1926, que obligaron cambios en la administración de la reciente capital del reciente departamento: se contrataron expertos para la creación del cuerpo de bomberos calificado, se implantó una nueva estructura administrativa de riesgos y se elevó a necesidad del país un plan nacional de contingencias. Hoy día esta lección histórica cobra vigencia en una ciudad víctima desde entonces de la erupción de un volcán, varios sismos y otros desastres naturales o provocados que conmocionaron al país y al mundo.
Este año lo ocurrido en el sector El Oasis en el barrio Moravia en Medellín, despierta cuanto menos reflexiones sobre las implicaciones correspondientes a estas tragedias. En 1988 la Alcaldía reubicó en lo que era el basurero municipal a veinte familias como contingencia al desbordamiento de la quebrada La Iguaná, en la comuna cuatro, Aranjuez. Desde entonces el barrio se incendia porque, y como lo han señalado medios y funcionarios, está hecho de maderas y estructuras inflamables, demostrando que perdura y se acrecienta la carencia en sectores específicos, vulnerándolos. Las políticas deben ir más allá del mero censo social y la cuantificación de daños materiales, la gestión del riesgo debe ser menos protocolaria y más operativa, y los planes de gobierno deben empezar a generar acciones contundentes, aparte de facilitar las donaciones que suplen los apretados recursos públicos destinados para estos casos. Porque luego de extinguidas las brasas, y removidos los escombros, y barridas las cenizas, y perdido el interés mediático, ignoramos como sociedad civil el destino de las personas, más de mil seiscientas en el hecho reciente, sin contar aquellos damnificados de doscientos veinte casas incendiadas en el mismo barrio en 2007. El barrio vive prendido por la explosión resultante de políticas, enfoques, omisiones y determinaciones igual de volátiles que el material de sus casas o de su vulnerabilidad social. En el caso de Medellín es una falta ética conformarse con la premisa del fenómeno natural incontenible, con consecuencias imprevisibles e incorregibles. La situación amerita además de una revisión profunda de los planes de contención y prevención de las alcaldías, y en este caso la de Federico Gutiérrez, que se atienda integralmente a las familias ante su falta de vivienda, acceso a salud o trabajo dignos, que les faltaban antes de la ignición y les siguen faltando todavía. Inicuo eso de concentrar los esfuerzos en los albergues temporales y protocolos inmediatos durante este tipo de episodios, paleando a las victimas mientras se les restituye su pobreza. Le queda pendiente a la administración, dar cuenta de cómo el programa de gobierno actual se acopla a la nueva proyección de la ciudad ante los graves sucesos ocurridos, ¿qué está pasando con esas catorce familias desplazadas por el conflagración de sus casas, pertenencias y vidas, que recurrieron a dormir bajo el puente de la Madre Laura sin aceptar las medidas “temporales” de la Alcaldía?, ¿qué va a pasar con el resto de barrios en Aranjuez y otras comunas vulnerables ante el fuego? no creo que debamos esperar otro incendio en Moravia o catástrofes en cualquier barrio de Medellín para obtener respuestas serias, no debe seguir ardiendo todo luego de aplacadas las llamas. Garantizar presupuestos, estrategias y recursos materiales y humanos, para la no repetición no solo de incendios, sino de sus causas sociales, es tarea obligatoria, si se quiere mínima de un gobernante. A propósito, hacen falta claridades frente a lo ocurrido el 10 de julio en la central Mayorista, donde cuatrocientos locales comerciales ardieron en el bloque veintisiete. Pero Medellín no es la única, y las recientes conflagraciones en agosto en el barrio Puerto Nuevo al norte de Cali, en junio en el barrio La Cecilla al sur de Armenia, o en Bogotá, con mil ciento cuarenta y tres afectados en abril en el barrio Bilbao de la localidad de Suba, deben ser esclarecidas y asumidas por las autoridades que se suponen competentes, ¿por ser barrios “de invasión”, sus habitantes son solo visibilizados por la luz de la incineración y el humo y la tragedia?.
Mientras tanto los valerosos, los que hacen frente al fuego: bomberos, socorristas, guardia civil y demás despliegues humanitarios, siguen combatiendo las emergencias y requiriendo mayores garantías laborales, profesionales y técnicas para seguir respondiendo ante lo que nuestros políticos de turno suelen omitir o solapar en sus gestiones. Cumplen este año un siglo los bomberos de Medellín, a ellos y a los demás cuerpos de emergencia, debemos volcar todo el respaldo y el agradecimiento. Bomberos hacen lo suyo, gobernantes hagan lo propio, pero para resolver los problemas evidenciados por este tipo de desastres.