“Es fácil echarles la culpa a los políticos. También está la cuota nuestra. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar a la corrupción estructural de la que también somos carceleros y presidiarios, victimarios y víctimas, creador y creatura? La autoconciencia es clave. No son pasos complejos: conciencia crítica, responsabilidad social y autoconciencia”.
La esperanza de vivir está muriendo en Latinoamérica. Podríamos decir que en el mundo en general, pero me enfoco en lo que somos: latinoamericanos. Muere por inanición cada día: políticos que destruyen el bienestar de sus pueblos e hipotecan el futuro de los ciudadanos, sin permiso alguno, más que el de confiar tarjetones y sueños en cajitas de Schrödinger; fenómenos naturales avasalladores y casi apocalípticos, algunos de los cuales para los que debimos estar preparados y no lo hicimos; una deteriorada salud mental que conlleva inevitablemente a la pérdida de autocontrol por parte de las personas y escenarios de intolerancia (no nos soportamos); reducidas oportunidades de desarrollo de la dignidad de la persona humana; inseguridad urbana y rural que hace que vivir diariamente sea todo un ejercicio probabilístico; pésimos sistemas de salud que convierten cualquier resfriado en una enfermedad mortal; deprimentes infraestructuras y sistemas de transporte que restan tiempos de vida, mientras se espera que fluya el parsimonioso tráfico; economías inflacionarias con pésimas monedas devaluadas que hacen inalcanzable para la mayoría el acceso a servicios básicos sociales, transfigurándonos en neoesclavos del sistema, soñando despiertos con ser libres financieramente… Y ni hablar de la envidia generalizada que se está gestando en la sociedad que hace que queramos estar bien nosotros, pero no nuestros vecinos. La existencia misma es un 88 con h mayúscula, un auténtico e inculto ‘Hochenta y Hocho’.
Santiago Moure dijo: “Me encanta vivir en Bogotá. La transición entre Bogotá y la muerte es casi imperceptible». Creo que, sustituyendo Bogotá por Latinoamérica, encontramos una fórmula general que emplaza en cualquier territorio nuestro, obviamente con sus particularidades y uno que otro sentimiento nacionalista que haga que alguno diga: “eso no ocurre aquí, está loco ese columnista”.
Pero, ante este escenario desolador, ¿qué podemos hacer? ¿Nos quedamos inermes esperando entrópicamente un cambio que nunca llegará?
El primer paso para salir de la trampa en la que nos encontramos es adquirir conocimiento y conciencia crítica de dónde estamos. Paradójicamente, en Europa se realizó una investigación que demostró que el coeficiente intelectual de las personas está disminuyendo. No es para menos: somos la generación con más horas del día viendo reels y shorts adictivos todo el día, adquiriendo conocimiento de 20 segundos en TikTok, cayendo en la desinformación y manipulación de granjas de bots (ahora potenciados con inteligencia artificial), consumiendo alimentos ultraprocesados, con ocupaciones que nos hacen que cada día nos gustan menos.
De todas maneras, estamos salvos: el estudio fue realizado con datos de la población europea y no de Latinoamérica.
Dependiendo de cómo adquiramos la información, la procesemos y la explotemos críticamente, poco a poco emergeremos del umbral de la desesperanza. Podríamos pensar en un segundo paso, que es la responsabilidad social que tenemos. Muestra de ello sería la elección consciente de nuestros políticos, pero la racionalidad instrumental del “yo no sé qué pasará mañana” catalizado con la sopa espesa de desesperanza diaria, me haría pensar que nos falta un largo camino, un éxodo por tierras desconocidas, incluso de la cual veo pocas posibilidades de salir, en el sentido estricto de escoger rectos mandatarios y juzgarlos por su transparencia.
La responsabilidad social pasa por eliminar el juicio a priori y propiciar cambios. La autoconciencia es fundamental. Cada vez más caemos en la doctrina de la justicia ciega, donde cada quien es culpable de lo que le pasa, aunque la mayor parte del tiempo no sea así. Y en ese sofisma, parecemos alegrarnos de las desgracias del prójimo como una muestra inequívoca que la justicia hace su parte en el universo. Alguien muere asesinado y de inmediato: “yo si decía que ese andaba en malos pasos”, alguien es investigado y sin mediar el raciocinio: “yo si decía que esa de santa no tenía era nada”, alguien es protagonista de una desgracia: “algo tuvo que hacer para que le esté yendo remal en la vida”, incluso metemos a Dios: “el que la hace la paga tarde o temprano, Dios no se queda con nada de nadie”. La cancelación incluso post mortem está a la vuelta de la esquina.
Es fácil echarles la culpa a los políticos. También está la cuota nuestra. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar a la corrupción estructural de la que también somos carceleros y presidiarios, victimarios y víctimas, creador y creatura? La autoconciencia es clave. No son pasos complejos: conciencia crítica, responsabilidad social y autoconciencia.
Todas las columnas del autor en este enlace: Erlin David Carpio Vega
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Excelente instructor, y se le nota el amor por su profesión.