Semáforo en rojo, 24°c, 9:52 a. m., observo la playa; se me escapa una medio sonrisa torciendo levemente mis labios, ¿razón? es esa contigua a Girardot con el Palo, motores en neutro esperando, me situaba en segunda fila a dos metros y medio de un Renault 4 modelo 89, poca presencia, aun estando ahí, podía ver lo que había al frente de su posición; me encontraba en medio de tres carriles, rodeado de amarillos casi todos abordados en su totalidad, cuyo semblante lo decía todo, desesperados, ansiosos, inquietos, se exhalaba con facilidad la incomodidad mezclada con el sudor; el estado normal de un ser de la última década a éstas alturas, en ésta generación retorcida, en éste sistema quién posea paciencia es subnormal; no estaría muy lejos afirmar que era un insulto, ¡qué más da!, para los ignorantes, ¿qué no es un insulto?; no encontré a sujeto alguno que estuviera exento de mis factores posteriormente dichos.
Una sujeta situada en un articulado captó mi atención, su concentración fue lo que me intrigó, veo ligeramente a través del vidrio mugriento y curtido. Por un momento me distraje, dije Jesús, menudo clima, ¡un escobillón! eso fue lo que sacó mí señora, revoque pensé, estuco quizá, ¡ay sumercé!, estaba en obra negra, no era agraciada, ella lo sabía, pero… ¿a quién le importa?, su autoestima sobrepasaba su actitud optimista, punto para ella, últimos segundos, vistazo final hacia mí posición inicial encontrándome ya a diez segundos para que el semáforo emitiera su siguiente luz, de repente veo una silueta negra recubierta hasta el cuello, cabello de matiz negro y coronilla lisa en su totalidad, espléndido, un cuarto antes de terminar el recorrido, ondulado, juguetón, libre, simplemente mi favorito; un caminar inconfundible, inteligible, propio, lleno de esencia sus pasos me hicieron recordar e inmediatamente saber de quién se trataba. Su rostro visto desde donde me situaba, reflejaba tranquilidad, mirada pícara, sus labios dibujaban una luna, esbozaban un cuarto creciente, su comisura era imprescindible, mirada fija, ese toque de ternura más que todo superflua predominaba su mirada, punzante, íntegra, inamovible, de esas que miran tu alma, su mayor cualidad, virtud, quizá un defecto para el estúpido sensible y débil que le ofendiera tan única y privilegiada mirada.
Tenía todo lo que necesitaba para identificarla, eso sí, sólo por detalles, porque mi corazón susurraba su cercanía, mis pupilas se dilataron de nuevo, esa vibra inexplicable, me perdí, me distraje una vez más, fluí, me acobije en mis pensamientos, pocas veces es posible que la mente logre vencer las leyes de la relatividad, del factor tiempo, pasará un buen período antes de alcanzar ese tan codiciado estado que medio planeta anhela, armonía y bien organizados pensamientos que superan el placer de amar, que alcanzan a excitar un mayor número de serotoninas involucradas, y supera en cualquier sentido el tan mediocre, efímero deseo carnal y avidez física.
Claro, que más faltaba que el suspiro de el aire que nos sobra por alguien que nos falta.
Suspiro sin afán.
Periféricamente veo cómo la luz cambia, es hora de irse, fueron «17 segundos» transformados en recuerdos, conspicuos, taciturnos, me sentí vástago por un instante, aunque en mi aún mocedad lo seré hasta que ambicione lo contrario, y vaya que no lo haré.
Oye, eras tú.