Impersonal

Todo es una reducción emocional del ser. Cada día se pierden millones de emociones que pudieran generarse de la interacción social. Sin embargo, todo es ligeramente compensado por la dopamina de consumir infinitos reels de Instagram”.

Estamos siendo educados para la impersonalidad. Cada día en los almacenes de grandes superficies encontramos cajas registradoras automatizadas completamente. Existe la opción de la cola convencional, un poco lenta, con el método de pago en efectivo tradicional. Pareciera como que aquello que no encaja en el sistema, en la sociedad actual, es ralentizado y obsoletizado paulatinamente sin que nosotros, ahogados en la frivolidad del día, nos demos cuenta de que la didáctica de la gradualidad poco a poco nos educa para no hablar con nadie. O por lo menos lo mínimo.

Y cuando ya le perdemos el sentido a una conversación trivial en la cola de un supermercado, por ejemplo, vamos poco a poco encajando en el neosistema que te aísla, te quiere solo y vulnerable para venderte soluciones tecnológicas que puedan “llenar” todos esos vacíos de interacción social. Pero ¡no te preocupes! Serás un excelente cliente, ya que este vacío se llena interactuando y poco a poco te convertirás en un consumidor digital experimentado. Sin importar que en esa interacción nos sumerjamos más y más en la matriz digital porque nada reemplaza el roce y calor humano.

Mientras solucionan un código en la caja registradora, el disgusto o sinsabor de tener que conversar en la cola de espera de temas de política (o de finales alternativos de destrucción del mundo, está de moda) con un desconocido, donde la atomización de los pensamientos y derechos individuales hace que nunca haya un punto de convergencia, es un placer exquisito sin importar que nos mantenga absortos unos minutos después mientras procesamos el escenario político de un extraño que antes no lo íbamos a recordar ni ver más, pero que ahora lo tendremos en la memoria sólo por el hecho de pensar diferente a mí. Aunque no lo consideremos así, necesitamos ese feedback para tomar decisiones más sensatas sobre el futuro del país. Y es solo por citar un ejemplo. Hay miles de conversaciones que se suscitan día a día en miles de filas de diligencias diarias en nuestros países latinoamericanos. Es toda una riqueza para la tradición costumbrista de transmitir y percibir la realidad que se pierde con cada disrupción tecnológica desarrollada.

Sin embargo, me relajo un poco. Reviso por inercia conductual las redes sociales mientras preciosos algoritmos de inteligencia artificial me preparan un cóctel explosivo que buscará aislarme y hacerme sentir un rey en mi mente, un dictador en mis pensamientos y un sabio en mis decisiones. Después descubriremos que no es así. No me juzguen, yo tampoco lo hago. Según la plataforma Hootsuite, los usuarios de redes sociales crecieron 227 millones en 2021, alcanzando un total de 4,700 millones a inicios de julio de 2022 (1). Es un poco más de la mitad de la población mundial.

Quiero seguir reflexionando, pero una lista de reproducción en Spotify me prepara unos loops armónicos que me abstraerán unos minutos más mientras procrastino aquel duelo imaginario de argumentos que presiento me podría enriquecer mejor. Ya tengo mi dosis de entretenimiento y somorgujado en ella me digo a mí mismo: ¡qué carajos va a saber el fulano aquel de política! Con esa falacia del pensamiento hermetizo mis silogismos mentales a futuras interacciones.

Mientras intento concentrarme en aquellos ecos de pensamientos divididos, reviso la pantalla de mi smartphone, abro WhatsApp, escucho 341 audios a 2x, descartando de los mensajes el tono, modulación de voz y cuántas riquezas más. Posterior cliqueo para ver un video en YouTube que un amigo me recomienda. Mientras dejo correr el carrete de audiovisuales allí contenido, el ordenado algoritmo me arroja otro video que había estado buscando, pero coincidencialmente ya lo tengo frente a mis ojos. Sin querer pierdo unos minutos más.

Todo es una reducción emocional del ser. Cada día se pierden millones de emociones que pudieran generarse de la interacción social. Sin embargo, todo es ligeramente compensado por la dopamina de consumir infinitos reels de Instagram. Luego, cambia el semáforo y me doy cuenta de que todo aquello que pensé mientras imaginaba la cola de una caja registradora, nunca sucedió. Fue un pensamiento reflejo. Y todo por escoger la caja automatizada. Prometo tomar la «caja» humana. Por lo menos le decimos al stablisment que se justifica un empleado más.


Todas las columnas del autor en este enlace: Erlin David Carpio Vega

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(1) https://blog.hootsuite.com/es/informe-digital-estadisticas-de-redes-sociales/

Erlin David Carpio Vega

Ingeniero Ambiental y Sanitario, Especialista Tecnológico en Procesos Pedagógicos de la Formación Profesional y Magíster en Ciencias Ambientales. Más de 15 años de trayectoria en el sector público y privado. Docente, Instructor e Investigador. Autor de varios artículos científicos, capítulos de libro y libros de investigación. En la actualidad es Instructor del Área de Gestión Ambiental Sectorial y Urbana del SENA. También es columnista en El Pilón.

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