Padre fundador de la fenomenología, Edmund Husserl desarrolla su quehacer vital a medio camino entre los siglos XIX y XX. Tras el auge del escepticismo, relativismo y psicologismo decimonónicos, propios de las corrientes positivistas e historicistas, Husserl recibe al nuevo siglo con el propósito de proporcionar a la filosofía un método y campo propios. La filosofía ni mucho menos ha de diluirse en el ambiente cientificista dominante junto, por supuesto, a sus asunciones realistas. En particular, en La Idea de la Fenomenología remarca la necesidad de no caer en prejuicios pretéritos y actuales. La filosofía, junto a su método, objeto y fundamento, no ha de ser confundida con las “ciencias naturales”. La filosofía ha de contar con una especificidad propia que la haga absolutamente independiente de las disciplinas científicas. Esta es la tesis de fondo: la “nueva filosofía” debe erigirse sobre una base sólida, propia e independiente de las “ciencias naturales”.
La filosofía precisa alcanzar la rigurosidad que caracteriza al conocimiento científico ─y a su progreso─ pero, ¿cómo lograr tal objetivo? Muchas son las voces que se han alzado en torno a esta sempiterna cuestión. Como sostiene el fenomenólogo, desde el mismo siglo XVII se mantiene el eco de aquellos autores que tomaron como modelo a seguir a las matemáticas. Uno de estos hacia los que dirige la mirada nuestro autor es Descartes, con quien comparte el diagnóstico ─la búsqueda de una filosofía como “ciencia rigurosa”─, pero no el remedio. No se trata de que la filosofía emule al resto de las ciencias, de hacerla depender de los resultados de estas, de su forma o de sus fundamentos. Ni la solución cartesiana ni tampoco la positivista, decimonónica, semejan ser satisfactorias. En el caso de esta última posición, coetánea a Husserl, el problema no diferirá mucho de la cartesiana. Acorde al positivista, el edificio filosófico se ha de sostener sobre los cimientos de la “razón científica” propia de las “ciencias naturales”. La filosofía guarda la finalidad de pulir y extender en la medida de sus posibilidades el conocimiento propio de las ciencias, se le llamen “exactas” o “naturales”. Pero quedan lejos estas ínfulas de la «nueva filosofía” abanderada por el “método fenomenológico”. Y es que, si precisamente se requiere la realización de tal empresa es porque debemos evitar caer en el relativismo apuntalando un modo riguroso de abordar la que se considera tarea esencial del filósofo, la crítica del conocimiento. Dicho en pocas palabras, la dimensión de análisis crítico del conocimiento no ha de contaminarse con los “prejuicio fatales” de las “ciencias naturales”. Debemos partir de cero y, al modo cartesiano, poner bajo el tribunal de la duda hiperbólica todo saber, sea científico o no. No olvidemos que precisamente la “fenomenología” se presenta como una “ciencia”, mas no al mismo nivel que el resto de ciencias sino, más bien, como una “ciencia de las ciencias”. La filosofía se halla en una dimensión nueva. Esto quiere decir, al fin y al cabo, que si lo que pretendemos es alcanzar una filosofía sólida como análisis crítico del conocimiento, no podemos sostenerla sobre viejos tabiques.
En La Idea de la Fenomenología, en relación con lo dicho, se presentan varias ideas husserlianas de interés. Aquí nos topamos de una manera especialmente nítida con una suerte de declaración de principios del proyecto fenomenológico husserliano. Problemas clásicos como el de la configuración de la filosofía como una “ciencia” rigurosa con un espacio propio, se topan en la obra de este autor alemán con un flamante y sofisticado intento de consecución. Un nuevo intento de acercarse a ese anhelado horizonte a través de la prudencia a la hora de elegir la senda y los pasos a dar. Así, la “reducción fenomenológica” es la encargada de proporcionar la seguridad en el camino al permitir filtrar las verdaderas esencias de las cosas de todos los presupuestos que nos acompañan en nuestra visión del mundo. Libres de esta manera de todo lo subjetivo, lo psicológico o histórico, la “nueva filosofía”, ya como “ciencia estricta”, nos sitúa en las antípodas del conocimiento bruto de los hechos propio de las ciencias. Nos movemos en el ámbito de las “cosas mismas”, en el de las esencias. En definitiva, la lucha que mantiene y expresa en este texto Husserl, es la lucha contra todo dogmatismo arraigado, no necesariamente de forma consciente, en todo sujeto ─sea o no este un científico─. La innegable necesidad de alejarnos de las arenas movedizas del conocimiento encuentra en la fenomenología husserliana una herramienta harto sugestiva.
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