Me senté a escribir esta mi columna semanal para el portal Al Poniente en mi oficina de la Escuela de Minas de la Universidad Nacional de Colombia después de leer un mensaje de uno de mis compañeros de generación, Jairo A. Restrepo Henao, que me hizo unas glosas sobre mis columnas en este medio y particularmente alrededor de mi estilo de redacción.
Me recordaba mi colega y cálido amigo que en nuestros días de Almacenes Ley, en el departamento de Análisis Comercial, nos tocó escribir el manual de políticas comerciales de la principal cadena comercial de la nación. Llegamos a una organización manejada por sabios del comercio que se formaron en la práctica y sin estudios de nivel universitario, pero con un conocimiento digno de las mejores escuelas de ventas de la época.
Con almacenes en treinta ciudades del país la compañía tomó la decisión de ponerse al tanto de las teorías modernas del mercadeo y la comercialización y para ello abrió las puertas a los egresados de la Escuela de Minas que comenzaban a impactar a las empresas de la región con sus diplomas de Ingeniería Administrativa.
Este equipo de ingenieros administradores poco a poco fue creciendo y así mismo creando un estilo de trabajo, bajo los principios de la Administración Científica y de las Teorías del Mercadeo, y fue permeando todos los rincones de la organización Cadenalco en un espacio temporal de un poco más de una década.
La mayoría de los jóvenes ingenieros ingresábamos al Departamento de Análisis Comercial, bajo la dirección de la también ingeniera administradora Guillermina Ruíz, a quien cálidamente sus amigos más cercanos llamaban “Quichy”.
No creo exagerar al afirmar que en esa época (los setentas y los ochentas) este grupo de trabajo logró los mayores reconocimientos en el mundo empresarial de Antioquia y Colombia. Cuando se escriba la historia del mercadeo en Antioquia se tendrá que reconocer que por esta puerta entraron los principios del mercadeo a las organizaciones de la región antioqueña que durante las tres décadas anteriores prosperaron bajo el enfoque que los teóricos llaman “orientación a la producción”.
El empuje y la disciplina paisa ya no bastaban para sobrevivir porque estaba prosperando la competencia en múltiples sectores de la economía: ahora era imperativo acoger la “orientación al mercadeo” que ponía al consumidor en el centro y obligaba a planear la producción para satisfacer sus necesidades.
Dentro de este marco de referencia el Departamento de Análisis Comercial tuvo la gran tarea de escribir las políticas comerciales de la organización, recogiendo, en primera instancia, la experiencia de esos sabios del comercio que habían construido los pilares de la organización durante las dos décadas anteriores, dentro de los cuales se encontraban don Eleazar Uribe, Don Guillermo Jaramillo, Don Héctor Pérez, Don Francisco Jaramillo y Don Alí Jaramillo, que fueron nuestros maestros y nuestros referentes. Y, en segunda instancia, sumamos a este conocimiento los nuevos conceptos del mercadeo y la distribución que aportaban los textos que llegaban de los Estados Unidos a las escuelas de administración.
Bajo la guía de la ingeniera administradora Guillermina Ruiz Suarez escribimos a mano dichas políticas comerciales con la instrucción de que debían ser claras, concretas y orientadas al consumidor, además de que debían ser escritas en forma gramaticalmente correcta.
En la Escuela de Minas nos formaron en la excelencia del análisis y solución de problemas y tal vez nos faltó énfasis en el ejercicio de la expresiónescrita. No es atrevido afirmar que, en general, los ingenieros de la Escuela de Minas de esa generación no éramos los mejores a la hora de escribir informes.
A cada uno de los analistas del departamento nos tomaba entre seis y ocho semanas redactar una política, la cual escribíamos a mano para que luego la secretaria hiciera la correspondiente transcripción. Varios de nosotros compramos un diccionario de sinónimos que era nuestro fiel compañero inseparable en las largas jornadas de trabajo, no solo diurno sino también nocturno.
Cuando teníamos nuestra “obra de arte” transcrita en una máquina de escribir IBM, con el tipo de letra denominado “margarita”, pedíamos la cita donde Guillermina quien nos dedicaba un día o más, de tiempo completo, para revisar el documento. Llegábamos a su oficina con la ansiedad de quien está presentando un examen final, unos callados y otros locuaces pero todos con un alto grado de expectativa sobre la calidad de nuestro trabajo.
Con la paciencia de una experta en pedagogía y haciendo la lectura del documento en voz alta, Guillermina iba haciendo una corrección detallada del documento que en ese momento dejaba de ser una “obra de arte” para convertirse en el primer borrador de una política comercial. Fácilmente un documento de veinte páginas podía tener cincuenta correcciones.
El procedimiento se repetía tantas veces como fuera necesario hasta lograr una versión definitiva y cercana a la perfección. Con la distancia del tiempo hoy los miembros de esta generación recordamos a aquellos compañeros que tenían menos habilidades en la redacción, que llegaban a sufrir de jaquecas cuando les tocaba el turno de la revisión de su trabajo. En lo que estamos de acuerdo todos sus analistas de la época es que nadie salía de la oficina de Guillermina sin un puñado de recomendaciones para mejorar su trabajo.
Con un espíritu maternal Guillermina no dejaba pasar ningún error. Pero nunca fue despectiva con el trabajo de alguno de sus pupilos. Cuando el trabajo no era satisfactorio simplemente invitaba al ingeniero – analista a que redactara de nuevo su informe.
Por eso hoy, quienes pasamos por esa gran escuela de la fijación de políticas de comercio, reconocemos que bajo la guía de Guillermina aprendimos a redactar y a presentar informes claros, concretos, centrados en el cliente y amenos en su lectura. Aunque tuvimos que dedicar muchas noches a recomponer nuestros documentos de política comercial.
Lo anterior me motivó a hacer un pequeño homenaje a una de las diez primeras ingenieras administradoras graduadas en la Escuela de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, que marcó nuestros primeros años profesionales inspirada en el lema “Trabajo y Rectitud”.
Hablando con varios de mis compañeros de la época me animé a construir un perfil de la personalidad profesional de Guillermina Ruíz Suárez, que pudiera servir como referente para el manejo de equipos de nuevos profesionales en las organizaciones:
- Trato amable: Nunca se vio descompuesta, siempre fue correcta en el lenguaje verbal y corporal en el trato con sus analistas.
- Firmeza: En ningún momento renunció al propósito de la perfección. Sin perder la compostura solicitaba hacer una nueva redacción del documento tantas veces como fuera necesario. No había lugar a términos medios.
- Espíritu maternal: Después de las correcciones dejaba salir su espíritu maternal. Daba consejos permanentemente buscando que su equipo de trabajo mejorara día a día en sus tareas.
- Comprensión: La gran sabiduría de Guillermina le permitía conocer la personalidad de cada uno de sus analistas y de entender sus fortalezas y debilidades.
- Paciencia: Nunca tuvo límites para revisar una nueva versión de un documento. Cada revisión parecía que fuera la primera.
- Capacidad de análisis: Como ingeniera de la Escuela de Minas, Guillermina tenía un gran poder de análisis y una gran capacidad para revisar cualquier documento del área comercial de la organización.
- Autoridad: Si bien tenía un espíritu maternal, nunca perdió su línea de mando y su autoridad.
- Disciplina: Fiel a su formación en la Escuela de Minas, en su trabajo brotaban la disciplina y la rigurosidad en los procesos.
- Humildad: Se ganó el respeto de su equipo por su amor y dedicación al trabajo sin hacer alarde de su poder para lograr el reconocimiento de sus colaboradores.
- Entusiasmo: Su entrega, amor al trabajo y dedicación nos hicieron enamorar de la empresa y del mercadeo.
- Lealtad: Para ella sus analistas eran los mejores. Así se lo hacía sentir a las diferentes instancias de la organización y a sus mismos colaboradores cuando éstos necesitaban que les exaltara el ego.
Para terminar, dejo por acá el testimonio sobre Guillermina de dos de sus analistas de la época:
- Guillermina Ruiz fue para todos los que tuvimos el honor de estar bajo su Dirección un claro y vivencial ejemplo de liderazgo, energía y compromiso sin límite en todo lo que se propuso. (José Vidal Betancur Velásquez).
- En mi mente siempre conservaré la imagen de la profesional seria, dedicada y rigurosa que, además de brindarme su amistad, me “obligó” a redactar correctamente, a adquirir un vasto léxico y a tener como norma de vida que “Todo lo que vale la pena hacerse, merece ser bien hecho”. A ella, mi gratitud perenne. (Jairo A. Restrepo Henao).
Vaya, entonces, un saludo a la ingeniera administradora Guillermina Ruíz Suárez, a su esposo Álvaro Villegas Posada, y a sus hijos Pablo y Daniel. Deben sentirse orgullosos de que su esposa y madre tuvo muchos hijos empresariales que la reconocen con aprecio.