Homenaje a un abuelo empedernido

“Hago esto por esos héroes anónimos que, como el mío, pudo cambiar realidades, con algo tan preciado como lo fue la lectura y el conocimiento, que, si bien no es en sí misma el instrumento para lograr los cambios, siempre será el primer paso para ello.”


Hoy he querido hacerle un homenaje a uno de esos héroes anónimos que existieron y existen por todo el país, a esos padres, abuelos, hermanos, hijos que hacen lo incansable por su familia y que desde siempre han pregonado y aplicado una vocación de servicio casi que incólume en favor de la sociedad, en favor de la mayor cantidad de personas a las cuales pueden ayudar. Esta crónica la hago por ellos, a aquellos que le brindan a la sociedad lo que tienen a su disposición, ya sea en saberes, en educación y lo principal, en transformación. Este homenaje lo hago a alguien que admiro mucho a pesar del poco tiempo que pasé junto a el, en donde me enseñó valores tan importantes como el servicio, la transparencia y lo más importante, el respeto al prójimo.

Esta persona a quien homenajeo el día de hoy es mi abuelo, Orlando Acosta, un hombre samario que partió de este mundo hace ya 18 años pero que dejó una huella increíble en sus familiares y amigos. Un hombre que no pudo terminar el bachillerato debido a las vicisitudes de la vida pero que aprendió las dos cosas que lo harían una persona con unos dones de sabiduría popular y de cultura como ninguno, leer y escribir. Al ser el mayor de sus hermanos, le tocó trabajar para poder ayudar a los suyos, desde vendedor hasta barbero, todo en esta vida fue Orlando. Leía absolutamente de todo, iba hasta el puerto de su natal Santa Marta y se metía en las cocinas de los barcos que anclaban para aprender de su gastronomía, de sus costumbres, de su cosmovisión. Una persona que siempre quiso comerse el mundo, que aprendió hasta donde más no pudo, por su afán colosal de aprender y aprender en un mundo donde el conocimiento afloraba y se desvivía.

Liberal como el solo, siempre veía por la política, le encantaba hablar de ella, de esos pensadores y de mártires en ideas liberales, pero también hablaba de cualquier tema aunque nunca hubiera pisado el país o probado ese plato o tocado esa escultura, siempre hablaba de ello con propiedad. Su herencia más importante que le dejó a las personas que ayudó y por supuesto, a su familia, fue la lectura, los libros que rompían paradigmas, que abrían sueños y que no solo nutrían el intelecto, sino también el pensamiento que podía cuestionar todo lo que estaba a su alcance.

A su disposición siempre estuvo el dar hasta lo que no tenía, siempre estuvo el recomendar libros hasta a los más avezados en la lectura, el hablar desde gastronomía francesa y polaca, hasta los mejores boleros. Orlando Acosta nos dejó hace mucho tiempo, pero los que estamos aquí, nunca dejaremos que su espíritu, que su don de servicio y el cariño por su familia nunca muera. Hago esto por esos héroes anónimos que, como el mío, pudo cambiar realidades, con algo tan preciado como lo fue la lectura y el conocimiento, que si bien no es en sí misma el instrumento para lograr los cambios, siempre será el primer paso para ello.

Gracias Orlando, abuelo por todo, por tu vocación, y por llevar siempre las banderas del servicio a la gente.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/ivan-david-correa-acosta/

Iván David Correa Acosta

Soy estudiante de sexto semestre de derecho de la Universidad del Magdalena, residente en la ciudad de Santa Marta. Soy un joven que ama el periodismo crítico, me considero una persona con pasiones politicas y juridicas, pero siempre poniendo en primer lugar criticas constructivas que lleven a Colombia y al mundo hacia una democracia liberal en donde podamos coexistir todos salvaguardando los fines esenciales del Estado.

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