Historias de mi ciudad

Debo confesar que no fue fácil llegar al nombre de esta historia, aunque este pareciera demasiado corriente por no decir evidente y trillado, que no aporta mucho suspenso, que es algo que al final uno siempre busca cuando quiere iniciar un cuento para enganchar al lector en una especie de marketing donde se aplica que todo entra por los ojos; pero después de pasar un buen rato buscando como llamar a este relato regreso a la opción más obvia y me odio por ello.  por lo que les acabo de contar quería algo más impactante, pero lo que se me venían a la cabeza eran nombres como “relatos de la bella villa”, y “sucedió en la tacita de plata” apelativos rebuscados que evidentemente poco funcionan y por demás terribles opciones por lo que entonces me odio más todavía, pero me detengo un rato y pienso: puede verse obvio, fácil y repetido, pero funciona y por esas razones es por lo cual lo hago es fácil, obvio y repetido pero más que ello, cierto. Es posible que se me viniera a la cabeza también por el nombre de la novela hijos de nuestro barrio del gran novelista egipcio Naguib Marfuz pues no es extraño que el cerebro humano haga relaciones con lo que le causa grata impresión.

Creo que la razón por la cual este título al final funciona es que todos en algún momento hemos querido escribir o al menos hablar de nuestra ciudad natal, Posiblemente en un principio porque es el terreno que conocemos más, o incluso, el único que conocemos sobre todo cuando todavía el mundo que está allá afuera es una enorme sombra; aunque también sucede que cuando los años pasan y nos hacemos viejos nuestra alma es atacada por la nostalgia, o como dirían por ahí, comenzamos a, por así decirlo,  deshacer los pasos y cada vez ansiamos más retornar al sitio donde la felicidad fue más perfecta y ese lugar es donde uno fue niño.

Siempre he pensado que el tiempo en el que nací es una frontera temporal, un punto de inflexión en la que hubo un antes y un después para la ciudad, donde se rompió un devenir continuo que venía desde hace bastante tiempo atrás y ocurrieron cambios radicales y dramáticos pues entre la década de los setentas y la de los ochentas irrumpe en la ciudad una especie de aperturismo más accidental que deseado, al menos por la clase gobernante que conservaba una visión paternalista de la sociedad. Se puede decir entonces que viví con un pie en una Medellín del pasado y otro en la del futuro, o ya en este momento, presente en lo que he denominado como una generación sándwich pues fácilmente podríamos ser el jamón entre dos panes.

Esta historia comenzó una mañana mientras veía un artículo de prensa sobre los restos del antiguo acueducto de la ciudad. Es algo que con las nuevas obras se ha vuelto frecuente en todas las ciudades donde incluso se han encontrado joyas arquitectónicas milenarias lo que es bastante bueno y afortunado por no decir necesario en un mundo donde la urbanización acelerada ha hecho que se esfume el pasado ante nuestra mirada indolente y más aún en una ciudad como Medellín, donde todo cambia tan rápido, o al menos en unos sentidos como ya verán, el encuentro con el pasado es de verdad un muy deseable accidente ya que el encanto de esos antiguos y ya pocos rincones que aún se resisten ante los embates de los cambios, es de verdad afortunado.

Si no se conoce el centro de una ciudad no se conoce a esta, pues de todas las localidades, distritos o como en el caso de Medellín, comunas que pueda tener una ciudad, es en el centro donde la vitalidad de los procesos se ve y se vive con mayor intensidad. En el centro, está la vida económica, está la historia, está el trabajo y la decadencia, está la historia de la ciudad estratificada por capas cual si fuera un barranco donde un paleontólogo afortunado encuentra fósiles de las distintas edades. Nada es tan vital y a la vez tan decadente como el centro de las ciudades y es por eso y otras razones que las historias de la ciudad deben iniciar por ahí.

Mi fascinación por ese mundo oculto que se resiste a pasar al olvido se lo debo en mucho a mi abuelo con quien fui por primera vez, hace ya bastante tiempo, al centro. Con el bajaba esta parte de la ciudad como siempre  solemos decir, ya sea porque es un símil de cuando el campesino viaja de la vereda al poblado o ya sea también porque el centro de la ciudad está en la parte más baja de la enorme batea que es el Valle de Aburrá, al cual había que literalmente bajar por múltiples razones: citas médicas, a recibir clases de fotografía, a comprar cualquier articulo dictado por la necesidad o el capricho, en fin, cuánta razón hubiera para estar en el centro de la ciudad era motivo y disculpa para que mi abuelo me acompañara y mientras deambulábamos por las calles añejas y descuidadas y posiblemente parábamos  en algún lugar a comer un buñuelo con un café los cuales solían ser de grandes dimensiones como los que todavía se suelen encontrar en los restaurantes y cafeterías que pululan en cualquier calle del centro. entonces mientras eso pasaba me relataba  las historias, la cotidianidad de aquella vieja ciudad de manera similar a la que Gabo cuenta cuando su abuelo lo llevó a conocer el hielo; pero con esta afirmación no deseo ser pretencioso pues somos muchas las personas que seguro han descubierto el mundo a través de los ojos de los abuelos como por ejemplo como cuando se cuando cayó a la quebrada la loca con un enorme caldero sobre la cabeza o cuando solía perseguir ladrones por los tejados en el tiempo en fue detective, aprendí a sentir un cariño especial por el acto de contar la historia de esas calles tan llenas de magia en las cuales prontamente escribiría las propias superponiéndolas como si de las hojas de un libro se tratase y así que aquí me encuentro en ello; pero sin dar las largas comencemos a hablar de cómo inició todo.

Todo inicia cuando Suramérica estaba convirtiéndose en lo que hoy es y que al igual de como sucedió con todos los actuales continentes fue hecho con pedazos de otros anteriores cocidos a la carrera por las placas tectónicas que dan forma lenta pero inexorablemente al planeta tierra. Hace unos millones de años atrás se comenzó a formar la cordillera de los andes y tras ella el continente del cual se convirtió en columna vertebral y a medida que los andes se formaban, la cordillera central emergió y se fue conformando con el tiempo un pequeño valle montañoso que por su ubicación en el trópico y altura sobre el nivel del mar tenía (y aun lo tiene a pesar de los cambios) un clima que fácilmente podría ser el del paraíso si este alguna vez existió, pues no es tan caliente ni tan frío con variaciones siempre ubicadas dentro del rango de lo que se podría denominar confort climático.

El valle fue poblado en un principio por pueblos agricultores de la familia lingüística chibcha y posteriormente Karib aunque seguro mucho antes fue transitado por pueblos cazadores y recolectores. Aunque habitualmente se piensa que debido a que los artefactos que se ha encontrado son más de carácter utilitario y relativamente sencillo, así como también lo es la orfebrería, que el desarrollo cultural de estos pueblos era bajo, pero solo es ver la red de caminos de piedra que desde el valle de Aburrá se conectaban a Urabá y el río magdalena para ver que no era así.

El mariscal Jorge Robledo que fue uno de los primeros exploradores de este territorio en extremo lejano y montañoso, había llegado por el valle del río cauca, posiblemente la única vía en ese tiempo para llegar, o al menos con una facilidad relativa a este punto del planeta que más parecía la nada. Obviamente venía, como la mayoría de sus compatriotas, en busca del dorado; sin embargo no era muy apetecible explorar ese territorio tan difícil que se abría allende el cauca y seguramente por eso no fue sino hasta el año de 1541 que alguien logró llegar al valle del Aburrá. Sin embargo, no fue Robledo quien llegó a este pequeño reducto escondido en las montañas sino un lugarteniente suyo, Jerónimo Luis Tejelo con cuyo nombre se bautizó a esa calle del centro que está cerca de las zonas de tolerancia donde se mueve un nutrido comercio de vegetales y donde dicen se puede encontrar la mejor morcilla de la ciudad, que es como se llama a un tipo de embutido elaborado con sangre de cerdo y arroz que es adobado con diversas especias que luego es introducido en los intestinos del cerdo, algo que confieso no he tenido el valor de corroborar, no porque me produzca repulsión el plato sino por la sordidez del sitio. Tejelo fue enviado a explorar y determinar qué había detrás de esas montañas que rodeaban al cauca; pero no creo que ello le haya hecho mucha gracia a don Gerónimo porque la misión que le encomendaron más que una simple tarea de reconocimiento parecía un castigo porque seguro subir desde el occidente a caballo no era algo prometedor de placeres en ese tiempo.

Sin embargo, don Gerónimo, como le diremos desde ahora, estuvo algo de buenas porque encontró un pequeño valle que en ese tiempo debió ser supremamente hermoso, aunque bastante pequeño, tanto, que todavía hoy los geógrafos discuten si el valle del Aburrá es un cañón muy ancho o un valle muy estrecho. Si uno pudiera estar en ese momento, retirar todos los edificios y toda construcción posible, podría ver un río meándrico y con humedales tal cual solía ser en ese tiempo, con el sur boscoso y el norte algo más seco, seguramente veríamos un hermoso paisaje. Don Gerónimo, que llegó por lo que hoy es el corregimiento de AltaVista (o por robledo según otras versiones), decidió entonces explorar el valle que había descubierto por lo que envió un pequeño destacamento a explorar el recién descubierto valle, pero este destacamento tuvo la tan mala fortuna de encontrarse con los pobladores, amos y señores en aquel entonces de este rincón de la tierra, el pueblo de los aburraes.

Los nativos no eran en absoluto cobardes para huir e incluso seguramente ya sabían de la llegada de estos hombres extraños; pero más importante que ello, era que además no traían muy buenas intenciones por lo que sin más ni más decidieron adelantárseles y atacar para luego con la vana esperanza de desanimar a estos seres barbudos de extrañas vestimentas, oloroso aspecto y acompañados de extraños animales que parecían salidos de una pesadilla inducida por el fruto del borrachero y la verdad es que casi lo lograron; pero para su mala fortuna algunos cuantos lograron escapar y darle a Tejelo la noticia. Este que no era para nada un alma de dios aunque supuestamente venía en su nombre, procedió a vengar a sus hombres y organizó una expedición punitiva que pudo encontrar a grupo de nativos los cuales capturó y los llevó a su campamento donde les aplicó un viejo castigo hispánico aprendido en las guerras de reconquista: les cortó los brazos y luego se los ató al cuello, devolviéndolos así a su hogar de forma que los aburraes al verlo supieron que no trataban con una persona amante de  la conciliación, algunos incluso procedieron a suicidarse mientras otros se sometieron al darse cuenta que no tenían mayores posibilidades. Creo que tristemente esta historia se ha seguido repitiendo desde hace quinientos años pues solo es cambiar el nombre de los protagonistas y sería completamente igual excepto por la diversificación de la barbarie.

Los habitantes nativos del valle sobrevivientes una vez derrotados fueron trasladados a lo que ahora es el sector del poblado donde se creó el primer resguardo indígena de la ciudad cerca de donde se fundaría la ciudad de Medellín viendo lo que es hoy es ese sector seria motivo de asombro en ese entonces para los abnegados y cabizbajos habitantes de entonces de él. Hablar del poblamiento indígena del valle del Aburrá es algo todavía complicado pues después de años de olvido apenas estamos buscando hoy esa verdad que desapareció sin más ni más dejando como les acabo de contar, una buena cantidad de caminos de piedra algunos, incluso hoy, todavía vigentes o sobre los que se construyeron los posteriores caminos reales y después sobre los mismos muchas de la vías que hoy usamos.

Como Tejelo no halló oro, que era lo único que les interesaba al fin, tanto él como Robledo siguieron derecho y solo hasta 1616 se fundó lo que hoy es Medellín o mejor dicho la villa de nuestra señora de la candelaria de Medellín, largo y ampulosos nombre que para nuestra buena fortuna quedó reducido simplemente al de Medellín, por un ciudadano nativo de la Medellín española  llamado Francisco Herrera de Campuzano.

Como le acabo de contar el nombre de Medellín fue dado en honor a la Medellín peninsular y está a su vez fue nombrada así por su fundador el patricio romano Quinto Cecilio Metelo Pio muy probablemente en honor al clan patricio de los Metelos por lo que el nombre de aquel poblado era en ese entonces Metellinum. Después de la fundación la ciudad volvió al sueño de siempre, aislada de todo la que pasaba fuera de las montañas que la rodean, por lo que seguramente no había aquí en la época más que solo unas cuantas casas de madera o barro tapiado con pisos de tierra que se podían identificar con una sola mirada y donde posiblemente la más grande de estas estaba coronada de una cruz de madera. Como les había contado la primera ciudad apareció adonde hoy es el poblado que por ello tiene ese nombre y fue donde se creó el primer resguardo que seguramente se fue desplazando con el tiempo más al norte sobre la misma rivera del rio hacia lo que hoy es el centro pues en la ribera sur si bien estaba a salvo de las inundaciones también quedaba acorralado contra las montañas pues el valle en ese punto es estrecho mientras hacia el centor es más amplio. Solo le quedan a la ciudad de esa época dos edificaciones y precisamente dos iglesias: la Candelaria y la Veracruz. La primera es de 1641 y es la construcción más antigua de la ciudad, la segunda data de 1712 aunque fue demolida y reconstruida en 1791. No había ciudad en ese tiempo…solo una serie de caseríos y un pequeño poblado más grande ubicado entre lo que hoy es la avenida la playa y el parque de Berrio donde están las citadas iglesias.

Se encontraba en ese largo sueño cuando de repente estallan las guerras de independencia, de las cuales apenas se entera y en medio de ella comienza la disputa entre Santander y Bolívar que dentro de muchas diferencias sobre la mirada y concepción acerca de lo que debía ser el gobierno de las nacientes repúblicas pues entre otras cosas, mientras el primero defendía el liberalismo, el segundo el conservatismo aunque se puede dudar de que tales ideologías de verdad existieran en el país en ese entonces pues incluso el día de hoy y a pesar de haberse balanceado el país, supuestamente y de manera constante, entre ambas ideologías ha sido casi imposible establecer con certeza quien es quien pues algunas veces conservadores han sido sorprendentemente liberales e igualmente los liberales muy conservadores, ello según conveniencias y coyunturas. El caso es que la capital de la provincia, Santa Fe de Antioquia, estaba a favor de Bolívar mientras la segunda población en importancia, que era Rionegro, apoyaba a Santander. Aprovechando Santander que Bolívar se fue a pelear las guerras de independencia en el sur decidió cambiar la capital provincial a Rionegro a lo cual bolívar se opuso rotundamente al enterarse luego de que sus aliados lo pusieran al tanto de las intenciones de Santander y luego de lo que seguro fue una agria discusión les tocó entonces a ambos bandos conformarse por la solución salomónica, o sea, partir por la mitad o en este caso en medio de las dos y ese lugar era precisamente Medellín.

Podemos decir que la ciudad se despertó para ser capital provincial para luego volver a dormir. Solo la despertaba esporádicamente El Sombrerón, que pasaba por las noches sacudiendo cadenas y amenazando a quien se encontrara en el camino. Muy seguramente el famoso espanto no era ningún ser ultramundano salido del mismísimo infierno, que cargaba a su espalda las maldiciones proferidas por algún cura santurrón de día y pecador de noche y que lo más probable es que fuera un contrabandista de tapetusa que pasaba con las alforjas tan llenas de la famosa bebida alcohólica como lo estaban su sangre y cabeza, mientras se reía de la candidez de las ancianas que se persignaban, los niños que se tapaban con las cobijas y los borrachos que se desmayaban.

La provincia de Antioquia era verdaderamente aislada en esos tiempos y su economía se basaba en la minería y la agricultura; pero de las grandes minas de oro no se beneficiaban mucho los habitantes y eso que a pesar de que la mina de oro más grande del mundo en ese entonces estaba asentada en sus tierras, Hablo claro está,  de la mina el silencio que era entonces propiedad de la Frontino Gold Mines que incluso era dueña del subsuelo, algo que solo ocurre allí ya que en el resto del país el subsuelo pertenece al estado. Se ha llegado a especular que ese fue el pago que la nación le hizo a la corona británica por la inmensa ayuda que le prestó en la guerra de independencia, aunque en realidad la deuda como tal solo se vino a pagar en el siglo veinte en el gobierno de Pedro Nel Ospina, transcurrido un siglo después de la campaña libertadora; sin embargo, no es de extrañar que la deuda se usara como mecanismo de presión para lograr beneficios como los de ese tipo.

A pesar de ello, la minería permitió capitalizar la expansión del cultivo del café y esta a su vez le dio capacidad a los anteriormente campesinos pobres de adquirir bienes y servicios lo que a su vez permitió el crecimiento de actividades comerciales y posteriormente industriales que se fueron centrando en la ciudad. Entonces esta comenzó a despertarse y a reconocer el mundo, seguro con los ojos todavía entrecerrados y llenos de lagañas, con la memoria perdida entre ensoñaciones; pero entonces llegó la luz eléctrica y la noche se acabó. El muy famoso personaje popular de aquel entonces conocido como marañas le dijo a la luna en el año 1898, cuando el siglo declinaba y se abría el camino al nuevo siglo, el XX,  en el mismo instante que se encendió por primera vez el alumbrado público: “ahora si te jodites luna, a alumbrar a los pueblos”. Se abrieron entonces una gran cantidad de plantas industriales a principios del siglo xx para suplir las necesidades crecientes de la población de la región en una gran cantidad de renglones de la economía que iban desde las manufacturas hasta los alimentos pasando por los cementos y la metalurgia la cual había tenido sus inicios en el cercano municipio de Amagá. este cambio se vio representado también en las construcciones y en las personas pues ahora ya estas quisieron vestirse de una forma acorde al nuevo y prometedor siglo XX como también querían las nuevas clases emergentes construir nuevas edificaciones acorde a su nuevo estatus, comenzaron a llegar las migraciones que hicieron que la ciudad fuera creciendo y los antes campesinos comenzaron a adquirir los hábitos de la clase media a la cual rápidamente se integraron, algo extraño en un país donde entonces solo había ricos y pobres. cosas interesantes estaban pasando ahora en un instante donde todo se veía desde una perspectiva más esperanzadora.

A pesar de todo, la ciudad seguía siendo una colección de pueblitos dispersos ubicados la mayoría en la franja oriental del río que era más seca a diferencia de la occidental que estaba llena de humedales y que en ese entonces se le conocía como la otra banda. En la zona del oriente se formó entonces el barrio prado ubicado muy cerca del centro que seguía estando alrededor del parque de Berrio y ahora también el parque de Bolívar, donde se comenzaron a construir las casas de la nueva burguesía industrial. Este periodo se conoce como periodo republicano, la arquitectura era en realidad una mezcla de estilos traídos por arquitectos de origen europeo como por ejemplo Carré y Agustín Goovaerts que construyeron varios edificios relevantes como los entonces llamados edificios Carré o la antigua gobernación y que hoy todavía existen, casi todos estos estaban más inspirados en el estilo arquitectónico del neoclásico francés; pero se puede ver también neogótico y otros estilos pues aquí lo importante era mostrar la nueva opulencia de los pobladores de la nueva ciudad.

Como hace un ratito les conté, con las nuevas construcciones llegaron también la ropa y usos que estaban de moda en esa época en el mundo exterior, incluido el tango y el cine. Esta puede ser la Medellín que más me gusta, seguramente la más poética y bucólica, en la que se podían encontrar a los pánidas al mismo tiempo que a los curas franquistas, la de los contrastes abismales, pero que al final se sabía encontrar. Esta fue también la época donde se logró terminar por fin el ferrocarril, el que llegó por primera vez a lo que hoy es la alpujarra o más bien al frente de ella, al barrio Guayaquil o más precisamente a la plaza Cisneros conocido anteriormente como el pedrero pero algo antes llega también el primer vehículo, antes incluso de que hubieran calles o carreteras pues este primer vehículo no llegó sobre sus propias ruedas sino que fue arrastrado por las patas cansadas de una recuas de mulas las cuales no se vencían ante el reto de las montañas indómitas y había que atravesar el alto de la quiebra sobre lomo  de mulas.

Era el pedrero un sitio bastante colorido y abundante en olores. Desde el olor de las flores de Santa Elena hasta la putrefacción del pescado de Puerto Berrio pasando el sudor de los coteros que cargaban y descargaban apresurados los vagones del tren. La plaza tenía  un estilo neoclásico como casi toda la ciudad de aquel entonces y de forma similar a sus vecinos, los edificios del ferrocarril y los edificios Carré que en ese tiempo eran unos lujosos hoteles para prósperos comerciantes que llegaban de la provincia en el ferrocarril, que más tarde terminarían convertidos en burdeles y que al final de la década de los noventa por fin pudieron ser rescatados del olvido como muchos otros edificios aunque tristemente muchos más no alcanzaron a ser salvados del imperativo modernista que devora la ciudad desde siempre. Decía un conocido que la Medellín de esto tiempos a diferencia de las anteriores, no quería dormir y a su vez, quería hacer del cambio su vida y su pasión.

Aquí confluyen tanto el tango, el aire musical predominante en la ciudad de aquel entonces que era el favorito de la clase obrera de aquel tiempo, donde Gardel fue dios y lo sigue siendo en su nuevo olimpo ultramontano ya que aquí murió en un desafortunado accidente aéreo, con la música de carrilera que como su nombre lo dice, se movió por todo los lugares donde se movía el ferrocarril con la cual se sentían más del gusto los campesinos y que narraba sus vidas y amores en un sinfín de tragedias amorosas y desarraigos que solo podían ahogarse bajo infinidad de botellas de aguardiente, una especie de fusión entre la música campesina y las rancheras de los melodramas mexicanos que junto a las películas protagonizadas por Carlos Gardel eran los que la gente del común veía en los cines. Fue en esta época que mi abuelo creció y fue la ciudad que él me enseñó o al menos lo poco que de ella quedaba cuando yo nací.

Mi abuelo no fue precisamente una persona sosegada, su primer empleo fue en el ferrocarril y recorrió todas las rutas posibles en él, fue uno de los primeros que aprendió a reparar máquinas de escribir en la ciudad, fue bombero y como detective persiguió al famoso ladrón de la época llamado el pájaro azul sin lograr nunca atraparlo y que, entre otras cosas, era liberal, aunque posiblemente como los liberales de Rionegro. digo como los liberales de Rionegro recordando lo que alguna vez  le dijo el padre de alguien que conozco a su esposa que era de esa ciudad: “para godos los liberales de Rionegro”; sin embargo a pesar de ello siempre fue apasionado defensor de los gobiernos y candidatos liberales.

Siempre fue seducido por el mundo de la calle: Por un lado, la bebida y por otro probar todo oficio o forma de hacer las cosas pues siempre estaba dispuesto a aprender y a hacer todo cuanto pudiera, ya que igual hacía las reparaciones domiciliarias o reparaba su propio calzado. En esa época casi todo el mundo optaba por trabajar luego de ser bachiller ya que ello se consideraba en ese momento, un nivel de escolaridad bastante aceptable que permitía acceder a una labor bien remunerada como operario u oficinista por ejemplo. Para mí el centro de Medellín siempre estará marcado por el recuerdo de mi abuelo, de los pasajes de codo y la bastilla, la playa y el parque de bolívar, de la antigua plaza España que quedaba cerca de donde ahora está ubicada el parque del periodista, del paraninfo donde estuvo ubicado también el colegio san Ignacio del cual se graduó como bachiller y de allí la ventana por donde me contó, algún día se le escapó a los curas del colegio cayendo en su intento sobre un puesto de frutas.

Así la ciudad fue llegando a los años cincuenta que ya para ese entonces era bastante próspera y debido a tal crecimiento la banda oriental estaba bastante llena mientras la otra, la occidental u “otra banda”, estaba apenas poblada con pequeños caseríos, ya que de hecho lo que hoy son La América, Belén o Robledo eran en ese tiempo corregimientos (La América, por ejemplo, era el corregimiento de La Granja) que fueron posteriormente anexionados como barrios, sectores o como se llamarían luego, comunas. Era además el sitio donde muchos de los ricos tenían sus casas de recreo incluso caballerizas como por ejemplo las que estaban ubicadas en lo que hoy es el barrio Carlos E Restrepo o los burdeles en lo que hoy día es el Naranjal, algo nada raro en las ciudades pues me imagino aquello era como en una película de comedia juvenil de Hollywood que fue popular en la época en que viví mi niñez, Porkys, donde todo era virtud en el pueblo y pecado en las afueras.

Fue entonces donde se comenzó a planificar una nueva ciudad, no la republicana con aires de ciudad europea del siglo XlX que fue la idea de ciudad que prevaleció al inicio del siglo XX sino una contemporánea mucho más cercana al art decó de esa época. Ya para ese tiempo los medios de comunicación, inicialmente el cine y la radio y posteriormente la televisión, hacían que la información viajase mucho más rápido y llegara a más personas o al menos en las ciudades porque todavía en el campo se vivía a otra velocidad, aunque esto también estaba cambiando pero no precisamente solo por el avance en los medios tecnológicos sino tristemente por la violencia. Las narrativas como los intereses cambiaron y tristemente también lo hicieron las afugias de la gente, aunque eso no es nuevo pues tal ha sido el drama de la historia humana.

Había dos problemas para “colonizar” los territorios ubicados al occidente de la ciudad: el río y las vías. Como les dije antes, el río era meándrico lo que significa que bajaba serpenteando por todo el valle y que cuando se crecía se desbordaba e inundaba las tierras bajas de esa franja y por ende permanecía llena de humedales malsanos, aunque seguramente bastante pletóricos de vida; pero no obstante ello el crecimiento desmedido ya hacía que el río estuviera altamente contaminado por lo que ya desde 1910 se habían planteado el canalizarlo, aunque eso significaba matarlo. La falta de dinero impedía que los gobernantes de la ciudad cumplieran con dichos planes además de que el río de esa época era indómito como a veces lo podemos ver cuando las lluvias le dan la fuerza para combatir inútilmente sus cadenas; pero a finales de la década del cuarenta la situación había cambiado: ahora el río yacía contaminado al nivel de ser peligroso para la salubridad e Incluso, mi abuelo y su hermano casi mueren de tifus debido a que se iban a pescar corronchos en el sitio donde ahora está la plaza de toros la macarena, unos años antes de que comenzara la canalización.

En los cincuenta ya el dinero no era problema y sumado a la ambición que generaban los desarrollos inmobiliarios en las extensas tierras del otro lado hacían que la suerte estuviera echada, río Aburrá te llego la hora dijeron muchos y entonces procedieron a buscar al ejecutor de la sentencia. Su nombre era Barton M. Jones quien era un ingeniero hidráulico norteamericano. En descabellados sueños me he llegado a imaginar que, así como en las películas del género western, los pobladores desamparados de un territorio lejano llaman a un justiciero que los rescatara de la adversidad. Cuenta la historia que al llegar todos le dijeron – usted no conoce nuestro río- entonces Mr. Jones les responde – su río no me conoce a mí- y así queridos amigos es como ganamos media ciudad, pero perdimos el río, difícil decidir si al final ganamos o perdimos, pero asi fue.

Sin el problema del río ahora había que pensar en barrios, iglesias, autopistas, comercios, zonas para las nuevas industrias y obviamente las infaltables iglesias para que las abuelas tengan donde rezar y molestar al cura con los chismes de relaciones impuras y ovejas descarriadas, así que recurrieron por la misma década a unos arquitectos de origen europeo: Paul Lester Wiesner (alemán) y José Luis Sert (catalán) para que elaboraran el plan piloto para para Medellín. Estos eran planificadores urbanos de la escuela de Le Corbusier quienes ya habían elaborado el plan piloto para Bogotá y otro para Tumaco que había sido arrasado por un incendio en aquel entonces.

Como parte del plan fueron naciendo Conquistadores y Carlos E, Belén y La América, Laureles entre otros tantos y sobre todo la avenida 80; También Pedro Nel Gómez, uno de los más famosos artistas antioqueños y además ingeniero se le ocurrió imitar el sistema de avenidas, transversales y circulares que se usaba en parís o Barcelona y que se basaba en una idea de ciudad que se llamó ciudad jardín según el cual se creaban en las ciudades núcleos circulares separados por jardines en vez del rectangular romano de calles y carreras muy bello y apto para ciudades donde prevalecía una clase media y de un tamaño más bien mediano. Para su gusto y nuestra desgracia cuando buscamos una dirección en esos lugares y tenemos que lidiar con la complicada nomenclatura de circulares y transversales pues al final le hicieron caso en la construcción del naciente barrio de laureles.

El eje para la nueva urbanización el occidente de la ciudad fue la avenida 80 que atravesaba la ciudad de sur a norte desde La Aguacatala hasta Robledo. Se puede decir que se prolonga hasta el barrio parís en el municipio de bello, aunque parece en algunos lugares más una calle barrial que una gran avenida pues rápidamente se quedó corta ya que nunca se pensó que la ciudad llegaría a tener las dimensiones que hoy tiene. A mediados del siglo XX teníamos una ciudad resplandeciente, nueva como siempre le sucede a Medellín de manera regular y entonces, como al parecer le gusta a la mayoría de sus habitantes, estrenamos nuevamente ciudad y es que en Medellín nada permanece por mucho tiempo, excepto el pensamiento tradicionalista según parece.

La ciudad era ahora resplandeciente a la medida de sus dueños de antaño y de los nuevos sumidos en la ensoñación de la promesa de un mundo próspero cargado de aspiraciones en el presente y de un todavía mejor futuro; pero a la sombra de su mirada todo estaba cambiando y pronto se “estropearía” esta ciudad soñada, eternamente primaveral, floreciente y con una paradójica mezcla de la mentalidad más modernista unida a la más conservadora incluso con visos reaccionarios. En un inicio la migración era ordenada y se acogía gustosa a las reglas de la ciudad, se adaptaron con facilidad y obtuvieron buenos empleos y las oportunidades que venían buscando; sin embargo la avalancha humana comenzó  y las laderas se poblaron sin control en algo menos de dos décadas, ya no hubo forma de acoger a esa marea humana que llegaba desplazada por la violencia y la enorme pobreza que se vivía en el campo, de una manera tan explosiva que a la ciudad le fue imposible asimilarla de la mejor manera tal cual había hecho con las primeras olas migratorias de los años cincuenta. La ciudad que según Wiesner no iba a tener más de un millón de habitantes, estaba alrededor de los dos y seguía creciendo hasta contar casi tres millones de habitantes, eso sin contar con que en realidad la ciudad de hoy día es un área metropolitana más extendida y que ya está rayando los cuatro millones y ni los que nacimos en esta ciudad podemos decir con certeza, dónde empieza una o termina otra.

Cuando años después Wiesner regresó a la ciudad quedó en tal estado de shock que difícilmente fue capaz de salir del hotel. Calcularon lo evidente en ese instante según los preceptos aplicados con éxito en Europa; pero  fue sobrepasado con creces por el drama propio de Latinoamérica, una realidad que todavía hasta nosotros los que habitamos aquí no conocemos completamente y así quedaron sembradas muchas tragedias que estaban por venir y que transformarán de nuevo la ciudad que paradójicamente se volvió tímidamente hacia su pasado y hoy intenta recoger lo poco que queda de él no sin antes bañarse en lágrimas y sangre. De esta nueva historia, que es la que yo viví, hay muchas cosas buenas como malas y perversas, pero esto ya es otra historia…


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/luisarboleda/

Luis Guillermo Arboleda

Aunque soy ingeniero de profesión y nunca arrepentido de ello, graduado de la universidad de Antioquia y fanático del rugby, la inquietud por la literatura, el arte y la historia y muchas de las más variadas formas de hablar del mundo siempre estuvieron y están hoy presentes en mí. En un mundo donde lo ecléctico se desecha, aunque hace más falta que nunca. se hace un intento en recomponer la conexión entre los saberes, las conexiones con lo que somos.

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