Hacia una agenda liberal para Latinoamérica

¿Alguna vez te has preguntado cómo debería estar estructurada una agenda por la libertad para Latinoamérica? Seguramente sí. Como defensores de las libertades individuales regularmente nos encontramos en la disyuntiva sobre qué temas son prioritarios y a cuáles se requiere prestar mayor atención. Ello genera que muchas veces accionemos en muchos temas pero, al final del día, no se tengan avances tangibles en ninguna de las dimensiones en las que se manifiesta la libertad (libertad económica, libertad de expresión, libertad civil y política, y demás).

De allí la necesidad de construir una agenda que se apegue al contexto político, económico y social de la región, para dar pasos importantes en la construcción de sociedades más libres y prosperas. En las siguientes líneas argumentaré sobre cuales áreas deberían ser las más preponderantes, principalmente, a raíz de los obstáculos que se han erigido contra la libertad en los últimos años y del avance de ideas abiertamente liberticidas.

En primer lugar, los liberales deberían enfocar todos sus esfuerzos a la defensa de la democracia en su versión liberal, es decir, una forma de Gobierno en donde se respete la voluntad popular, pero también en donde existan contrapesos al poder mayoritario para evitar atropellos a los derechos humanos y la libertad. Es un hecho que a nivel mundial la democracia está viviendo un retroceso, siendo sustituida por regímenes autoritarios y dictatoriales. Los liberales ante esto no deben de hacerse de la vista gorda, al contrario, deben recordar que cualquier forma de Gobierno que atente contra los derechos civiles y políticos es inhumana y antiliberal.

Por ende, resulta conveniente cuestionar a aquellos supuestamente liberales que afirman que ciertas dictaduras no son del todo negativas, o que ciertos autoritarismos son deseables siempre y cuando se permita la libertad económica. Vale la pena mencionar que en ninguna sociedad en donde el poder se encuentre concentrado hay garantía suficiente de que no intente limitar libertades a nivel económico. El poder político jamás es benevolente con la libertad, independientemente de si es económica o social. No caigamos ante este espejismo, ni creamos en gurús que creen que es moralmente aceptable combatir el poder a través de un poder mucho mayor e ilimitado.

Ahora bien, el segundo aspecto que debe ser prioridad es el de la libertad de expresión y la libre discusión de ideas. Dicha libertad se encuentra estrechamente vinculada al anterior tema, puesto que en una sociedad democrática todo individuo tiene la capacidad para expresar sus opiniones, máxime si hacen referencia al poder público. Sin embargo, a día de hoy, tanto en redes sociales como en universidades, e incluso en el núcleo familiar, la libre emisión del pensamiento es vulnerada, al punto que la opinión de la mayoría asfixia no solo las percepciones disidentes, sino también genera que las mismas personas se autocensuren para no sufrir ningún tipo de castigo social.

En tal sentido, es menester recobrar los argumentos propuestos hace casi doscientos años por John Stuart Mill en torno al tema. En su ensayo Sobre la libertad (1859) es enfático al decir que la libertad de expresión es indispensable para acércanos a la verdad sobre algún tema. Además, el autor alerta de los peligros de la opinión pública, que puede convertirse fácilmente en un poder despótico frente a los que piensan diferente.

Y es que aquí hay algo muy claro: sin libertad de expresión es prácticamente imposible que las ideas de la libertad sobrevivan, principalmente en Latinoamérica en donde prevalece una tendencia a apoyar ideas liberticidas, no solamente desde el Gobierno, sino desde la propia sociedad. Si queremos revertir esa situación, si en nuestros objetivos se encuentra el que existan más defensores y activistas por la libertad, definitivamente ceder en este aspecto no es una opción.

Y por último, los defensores de la libertad deben acoger ciertas consignas que son enteramente liberales, pero que han sido arrebatadas por movimientos liberticidas; ejemplos de ello son la defensa de las libertades de carácter sexual, la legalización de drogas y, por supuesto, el avance en el reconocimiento de los derechos de las mujeres frente a sociedades históricamente machistas. Tales reivindicaciones no solo fortalecerán al movimiento por la libertad en la región, sino que atraerán la atención de jóvenes que han sido bombardeados desde la niñez con narrativas antiliberales, dando como resultado que nuestras ideas sean difundidas con más éxito en las nuevas generaciones.

Cabe aclarar que la agenda que propongo acá no es sinónimo de que las demás dimensiones de la libertad no importen o que debemos conformarnos con las que acabo de enunciar. Todo lo contrario. Lo que presento es una ruta congruente con las necesidades del contexto latinoamericano actual, que puede ir evolucionando con el transcurrir del tiempo.

Un paso a la vez compañeros liberales. Si prestamos especial atención a las prioridades mencionadas, estoy plenamente convencido que será más sencillo avanzar en todos los demás aspectos vinculados con la libertad. Lo importante es tener la paciencia debida y ser constantes en la consecución de ese objetivo final: construir sociedades más libres e individuos conscientes de la importancia de la libertad para sus vidas.


Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Luis Javier Medina

Politólogo en formación por la USAC Tricentenaria (Universidad de San Carlos de Guatemala). Escritor, conferencista, analista político y columnista para revistas digitales a nivel universitario y diferentes medios de su país y el exterior. Gestor de Proyectos y Consultor para organizaciones de la sociedad civil en el área juvenil. Coordinador Local Senior de Students For Liberty Guatemala (SFL Guatemala).

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