El hundimiento de las objeciones a la ley estatutaria de la JEP en el Congreso, además de ser una humillante derrota del gobierno Duque, marca un hito en la historia del uribismo; representa la quiebra del consenso alrededor de su principal política: la seguridad democrática.
El gobierno Uribe creó un acuerdo nacional en torno a la necesidad de derrotar militarmente a las Farc, gracias al supuesto hastío de la opinión pública frente a esta guerrilla después de los diálogos del Caguán. Pero esa fue una construcción mediática que nada tiene que ver con las aspiraciones de quienes han vivido la guerra en carne propia: las víctimas, de quienes solo hasta ahora se empieza a hablar abiertamente. Políticos y personalidades que en algún momento estuvieron de acuerdo con la principal bandera uribista, ahora, quieren distanciarse de ella.
Como muy bien lo recuerda Santos en su libro La batalla por la paz, fue después de haber sido ministro de Defensa, en el segundo gobierno de Uribe, cuando descubrió lo insensato que era “pensar que el fin de los conflictos sea el exterminio de la contraparte”. Es como si Colombia necesitara que el establecimiento reconozca al ‘otro’ para que algún giro en la política ocurra. En esos momentos, en esos giros, sectores del establecimiento que habían detentado el poder pasan a ser la oposición. Este país no ha conocido oposición diferente a la del mismo establecimiento, con excepción de algunas figuras en el Congreso a quienes los medios, muy sagazmente, no exponen demasiado para no convertirlas en figuras nacionales. Actualmente, gracias a los medios, Vargas Lleras y otros exfuncionarios del gobierno Santos son retratados como los grandes líderes de la oposición. Los mismos que, en su momento, defendieron la política de seguridad democrática del gobierno Uribe.
En todo caso, así es como el consenso uribista se ha quebrado parcialmente. Parcialmente porque algunos de esos políticos siguen apoyando al actual gobierno en su cruzada contra Nicolás Maduro. Esos que acusan a la izquierda de ser ideológica y creen no estar guiados por ninguna ideología son los mismos que legitiman la versión más ideológica de la crisis venezolana, la que no menciona las verdaderas razones del apoyo de Estados Unidos al líder opositor Juan Guaidó. Cinismo es lo que lleva al Gobierno a hablar de recuperación de la democracia en Venezuela, mientras en Colombia asistimos a una masacre de líderes sociales.
Y así, como en muchos otros aspectos, algunos sectores del establecimiento no han cortado todavía completamente ese cordón umbilical que los ata al uribismo. Algo que todavía los une a él con mucha fuerza es ese profundo desprecio compartido hacia todo lo que huela a izquierda. Izquierda en Colombia pueden ser los líderes sociales que denuncian el despojo de sus tierras, el académico que estimula el pensamiento crítico o el activista ambiental que alerta sobre las amenazas del cambio climático.
Mientras, por primera vez, en Estados Unidos los demócratas tienen una imagen más positiva del socialismo que del capitalismo y están posicionando en la agenda política la lucha contra el cambio climático a través del Green New Deal, en Colombia, en las pasadas elecciones, ese debate fue opacado por el miedo al ‘castrochavismo’.
Por décadas, sectores del establecimiento se han alternado en el gobierno y en la oposición, impidiendo así la construcción de utopías, entendidas como horizontes de imaginación histórica. Como ese horizonte que los demócratas, en cabeza de Alexandria Ocasio-Cortez, han dibujado en un video narrado por ella sobre el Green New Deal. En el video los demócratas se imaginan en un futuro en el cual las advertencias sobre la catástrofe ambiental que vivimos en el presente han sido escuchadas y han llevado a tomar acciones, convirtiendo el momento actual en un nuevo parteaguas en la historia de los Estados Unidos y del mundo, como lo fue el New Deal, en los años treinta.
Así, no es que el uribismo haya regresado, es que este nunca se ha ido. Lo que ha sucedido es que se ha debilitado porque un sector del establecimiento tiene al uribismo colgado de un peñasco, pero aún no sabe si soltar su mano. Ya está bueno de pedirle a Duque que se desmarque de Uribe, no lo va a hacer; no tiene las agallas. Y ha quedado claro que no es este el gobierno que Colombia necesita para solucionar las graves crisis que vivimos. Pero sí podemos ser la oposición que proponga un horizonte para enfrentar los inmensos desafíos de nuestro siglo.