Dos reyes en un mismo territorio

“Así pues, el concepto de “lo político” no comprende solamente su denotación institucional y formal, sino que también es su connotación subjetiva y social.”

 “Asesinan a menor de edad que estaba embarazada en Caucasia, Antioquia” (El Espectador, 2019); “En Laureles cayó presunto jefe sicarial de “la Terraza”; “Capturan a líder de la banda de ancianos que atracó a 11 bancos”; “Cayó alias El Cabo, un esquivo fletero que robaba en Laureles y El Poblado” (El Colombiano, 2019). Estos titulares representan el diario vivir en las calles de Medellín y Antioquia, pero ¿por qué tanta violencia en la ciudad de “la eterna primavera”? La respuesta es sencilla: la guerra de poder de las bandas criminales.

Desglosemos los actores criminales de cada noticia. En la primera, se expresa que el asesinato de la joven embarazada se dio por una posible venganza de los “Los Caparrapos” hacia el “Clan del Golfo”, pues ella al parecer estaba vinculada sentimentalmente con un integrante de la última banda. En la segunda, se informa la captura del presunto jefe sicarial de “La Terraza”, alias “Keiler” o “el Faraón”, una banda que opera en varias comunas de Medellín, como Aranjuez, Villa Hermosa y El Poblado. Entre los delitos cometidos por esta se encuentran: narcotráfico, extorsión y sicariato. En la tercera noticia se comunica la captura del líder de la banda “Los Cuchos”, “Julito”. Esta se especializa en asaltos a entidades bancarias, intimidando a los usuarios con armas de fuego. La cuarta declara que alias “el Cabo” fue arrestado luego de siete meses de búsqueda. Este fletero operaba en los sectores de Laureles, Belén, Conquistadores y El Poblado.

¿Qué tienen en común estos hechos, aparentemente aislados el uno del otro? Que todos ellos encarnan la realidad informal e ilegal de la ciudad, es decir, la estructura institucionalizada de las bandas criminales en Medellín.

Como lo manifesté al principio, esos delitos y esos actores ilegales son el pan de cada día en nuestra ciudad. Se han tornado tan aceptados en la sociedad que vemos estos sucesos como normales. Se podría decir que ya nos acostumbramos a vivir donde vivimos “porque tocó”. Esto puede sonar escandaloso, pero al legibilizar una experiencia cotidiana, repetitiva y concreta, como lo es el crimen, con el tiempo esta misma se configura en la mente como “lo típico” y, al hacerlo, las dinámicas del delito se consideran normales. Esta es la situación en Medellín, y ello se puede evidenciar en lo poco que nos sorprendemos al leer o escuchar noticias como las que cité al comienzo. Es así como es concebido el delito desde una óptica comunitaria y regional.

Ahora bien, ¿dónde está el Estado en todo esto? No está. Tan contundente como eso: está ausente. Esto mismo –el hecho de que el Estado no esté presente en la vida comunitaria, proporcionando seguridad– se añade a la noción de “lo típico” porque ya la gente sabe que a ese aparato burocrático, lejano y corrupto, poco le interesa vigilar y proteger a las regiones azotadas por las bandas criminales. Esa es la razón por la que estas decidieron enfrentarse al Estado, por la falta de presencia del Gobierno en la periferia. Pero claro, ¡quién puede hacer que el Estado se enfoque en lo regional! Como bien lo ha dicho Gloria Ocampo (2014), lo local contiene lo complejo de lo nacional, entonces ¿por qué no entender lo que ocurre en los territorios para luego captar lo que estos suman a la problemática nacional? ¡Porque nuestro presidente Duque está muy ocupado haciendo lobby en Estados Unidos y Federico Gutiérrez, en la maratón!

Como dije en mi columna anterior: hay que entender la dualidad del Estado, es decir, comprenderlo como idea y realidad porque de no hacerlo, nos quedaremos con un concepto que pretende mucho y dice poco. La clave para integrar esos dos carices del Estado se fundamenta en la unión de lo regional y lo nacional. La idea del Estado reside en la institucionalidad, en la burocracia, en la estructura (nacional), mientras que la realidad del Estado consiste en el ejercicio de la fuerza y el control, en la etnografía y la cultura (regional). Así pues, el concepto de “lo político” no comprende solamente su denotación institucional y formal, sino que también es su connotación subjetiva y social. Esta segunda es, en mi opinión, la más importante en cuanto al problema de las bandas criminales en Medellín porque, por medio de tal connotación, los grupos delictivos se implantan en lo más profundo de la sociedad, siendo muchas veces los más temidos vecinos y al mismo tiempo la representación más viva de la cultura social.

Es por esto que es necesario abandonar la visión reducida de la política como Estado e institucionalidad, y optar por una mirada holística de la política como Estado y sociedad; centralidad y localidad; institucionalidad y cultura.

La observación del crimen en Medellín exige la segunda vía; la vía social, cultural, o como se la quiera llamar. Entender la estructuración de poder de las bandas criminales en diferentes sectores de la ciudad determina una conceptualización política, aunque en el marco de lo subjetivo pues representan organizaciones y luchas de poder que no se encuentran inmersas en lo estatal, sino que están arraigadas a lo antiestatal, pero cotidiano y legítimo. Estos actores se suman al juego social y político, bien sea moralmente aceptable o no, y cada uno de ellos corresponde a diferentes intereses, acciones delictivas y núcleo social. Esto deja nula la típica caracterización de los “fleteros” como “ñeros en una moto” y complica la de los actores ilegales, debido a la diversidad entre estos porque cualquiera puede ser un ladrón, un homicida o un narcotraficante; lo único necesario para serlo es robar, asesinar y traficar drogas, respectivamente.

Lo preocupante es que, si bien las noticias del inicio exhiben la complejidad de seguridad de la ciudad, estas mismas solo revelan la punta del iceberg, es decir, estos pocos casos que llegan a la luz pública traen consigo una mayor jerarquía y criminalización –endógena y oculta–, mucho más difícil de ser abatida por el Estado. Lo oculto está en la particularidad de los actores (en sus intereses, acciones y cultura, como decía anteriormente), en la compleja estructuración de poderes entre los combos y en sus negocios de extorsión, secuestro y narcotráfico.

Por todo lo expuesto, la única solución a esta problemática consiste en que lo local pase a ser una prioridad para el Gobierno y así poder erradicar las causalidades subjetivas que han llevado a las confrontaciones entre bandas criminales, entendiendo cómo estas se han insertado en la situación sociopolítica de las comunidades. Hasta entonces, nos veremos condenados a seguir presenciando actos de violencia en el diario vivir medellinense.

Twitter: [@susanabejaranor]

Susana Bejarano Ruiz

Politóloga con énfasis en derecho público.
Apasionada por la escritura, la comida y los museos. Mis temas de interés son el derecho constitucional, las teorías del Estado y las teorías sociológicas. Ambientalista hoy y siempre.