¿Hacia dónde vamos?

“No tenemos más remedio sino que avanzar, continuar creciendo para finalmente alcanzar la madurez como especie, y tal vez así logremos sobrepasar esas barreras imaginarias que nos ponemos nosotros mismos, dividiéndonos en naciones, peleando con el enemigo, el cual resulta, que somos nosotros mismos, tanto a nivel colectivo y global como individual”


¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Esta pregunta me recuerda a uno de los mejores maestros que he tenido, el profesor Camilo Torres, quien un día impartió clases de filosofía en el colegio León de Greiff en Calarcá Quindío, quien nos bombardeaba con preguntas de todo tipo, las cuales a su vez nos hacía cuestionarnos a nosotros mismos, a nuestra propia existencia. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué haría si me quedo solo en una balsa en medio del océano? Tal vez en aquel entonces era muy joven para comprender en verdad la magnitud de tales preguntas, ver más allá de lo evidente y palpable, más allá de la carne, más allá de la tierra, más allá del camino Real y pensar en aquello que sucede pero que no nos explican. Es importante saber quiénes somos y de dónde venimos para hacernos una idea de hacía dónde vamos, pero para tener un atisbo de lo que pudiera ser, debemos comenzar por saber en dónde estamos.

Para empezar tengamos en cuenta algo, el ser humano es una especie relativamente joven, que está estrenando una cualidad reciente de la naturaleza, la conciencia, la capacidad de darse por enterado de lo que puede hacer, no solo por sobrevivir sino también para prolongar la vida más allá de su existencia individual, poder estudiarse a sí mismo y a todo lo que le rodea, poder hacerse estas cuestiones y cuestionar al cercano y desconocido universo que le alberga, algo magnifico. No obstante, tal vez lo más significativo del ser humano y del universo (porqué no) es la capacidad de albergar un Yo consciente. ¿Qué sería de nosotros sin la consciencia? Basta con observar al perdidamente borracho, al que ha sufrido una contusión fuerte. Al estilo del lobo de Wall Street, basta con observar al que se ha tomado un barbitúrico y ha logrado permanecer despierto, basta con “borrar casete” para darse cuenta de lo que un ser humano desprovisto temporalmente de consciencia puede hacer.

Sin embargo, no hay gran diferencia de lo que hacen algunas personas, ebrias o drogadas de lo que hacen otras, estando sobrias, pongamos otro ejemplo, las guerras, los absurdos genocidios, el quedarse con los dineros destinados para combatir el hambre o problemas de salud, en fin, entorpecer la vida de cualquier otro ser humano sin aparentes remordimientos, y, peor aún, sin consecuencias ejemplares, o una simple y profunda respuesta: “no sé porqué lo hice”.

Es decir, en ocasiones es difícil diferenciar un acto consciente de uno inconsciente, y la verdad es que el ser humano está embriagado con su propia conciencia. Más que maravillado con su cerebro y sus capacidades, superado a sí mismo por su cognición, suprimiendo sus capacidades de autogestión, como un infante cuando está aprendiendo a caminar, como si estuviese lleno de azúcar y en Halloween, enmascarado, sin límites, extasiado por sus alcances, anonadado al observar al mundo con otros ojos (figurativamente), jubiloso al observar a su madre desde la distancia, afanoso de huirle, temeroso de perderla, a los tumbos en un frenesí con escaso control.

Desde mi perspectiva, aquí es dónde estamos. Siendo humanos, en ocasiones demasiado humanos, reproduciéndose por el mandato de la pulsión sexual, aunque no sepan el porqué están con su pareja, a quien muchas veces no saben porqué se aferran si no son lo que conscientemente desean. Sorprendidos por las capacidades propias, y embriagados con ellas, lejos de una conciencia plena, de lo que tanto se mofan algunos, esclavos de procesos inconscientes que aún le cuesta comprender a la gran mayoría.

Hemos sido una especie que ante cualquier atisbo de ganancia económica pierde toda capacidad de empatía hacia el otro y hacia su propio mundo, el dinero se convierte entonces en esa madre que tanto les hizo falta a muchos (aunque la hayan tenido presente, físicamente, más no emocionalmente) a esa madre que, en medio de un complejo de Edipo no resuelto, matarían por ella, peleándose y matándose entre hermanos por amor al dinero. A tal punto que hoy los grandes líderes y políticos para hablar de avance y evolución humana, hablan del producto interno bruto de las naciones para medirlo. No podemos seguir creyendo que el único fin el hombre es el crecimiento económico. Pero cómo no creerlo, si con dinero tenemos apoyo, protección, salud, bienestar, amor, cobijo, compañía.

Mantén con hambre al hombre y este será laborioso, dice Maquiavelo, y parece que aún hoy, muchos años después de tiranías, regímenes y dictaduras atroces se sigue repitiendo la historia, y es que funciona muy bien, nadie quiere morirse de hambre ni dejar morir a los suyos, tanto así que la sociedad actual es una competencia por sobrevivir. Una competencia muchas veces, por el juguete del otro.

Una sociedad dónde al final, la realidad, nos muestra que “no hay más ley que la fiebre del oro en las minas del rey Salomón” como canta Sabina, a toda costa contra el otro, ¿hasta cuando?, tal vez hasta que se le pase la fiebre del oro, el cual cambia de rostro conforme a la época, pero que siempre encuentra la forma de deslumbrar a aquellos que no se les posibilita otro ideal de vida.

Como muchas otras cosas, la consciencia relativamente nueva aún afecta fuertemente al hombre y lo tiene sobrellevando una adaptación, por no decir, padeciendo una “fiebre de consciencia”.

Desde la perspectiva de Carl Gustav Jung, tenemos un inconsciente colectivo que rige gran parte de las decisiones, avances y dirección de la sociedad, sin embargo, es posible que conforme los años, y tendrá que ser muchos, caminaremos cada vez más hacia una consciencia colectiva.

¿Estamos condenados?

Sí y no. Dependerá de las decisiones que se tomen.

Muchas de las actividades humanas a las que hoy día se les atribuye la raíz de los males que aquejan a la especie, pueden explicarse a través de la caótica y muchas veces incoherente relación inconsciente-consciente, por el embriagante poder de la mente capaz. Es posible que, si continuamos el curso que hemos llevado, midiendo el avance humano desde el producto interno bruto de las naciones, midiendo la evolución humana en términos de dinero, es cierto, estamos condenados a fracasar antes de madurar. Y esta última palabra es crucial, para evadir la condena, como lo mencioné párrafos arriba, estamos en proceso de crecimiento y si logramos sobrevivir a esta primera infancia, no tenemos más remedio sino que avanzar, continuar creciendo para finalmente alcanzar la madurez como especie, y tal vez así logremos sobrepasar esas barreras imaginarias que nos ponemos nosotros mismos, dividiéndonos en naciones, peleando con el enemigo, el cual resulta, que somos nosotros mismos, tanto a nivel colectivo y global como individual. Es tan fácil de comprender, esa guerra del humano con su prójimo, es un simbolismo de la lucha que lleva internamente cada individuo consigo mismo, es una proyección. Esa lucha que ni él mismo entiende y vuelve a la premisa, “no sé porqué lo hice” o a la constante y universal pregunta “¿por qué soy así?

Como todo en el cosmos, en la naturaleza, como las plantas, los ecosistemas, las frutas y los animales, maduran, hemos de madurar en algún momento, no nos queda otra buena opción si es que en verdad deseamos evolucionar, lo cual tampoco es una opción, es inevitable.


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Juan Guillermo Cardozo

Psicólogo

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