“No es política, hacemos pedagogía”:
Hassan Amín Abdul Nassar Pérez. Asesor presidencial de comunicaciones.
Los tiempos dedicados diariamente por el presidente de la República para informar sobre la pandemia y de paso ofrecer excelente material para el humor, son ahora motivo de discusión. Sectores políticos de oposición (algunos de los cuales, en otros tiempos, celebraban con entusiasmo las largas jornadas al micrófono de Fidel Castro que eran consideradas por él mismo como maravillosos regalos para niños, o los Aló presidente desde el Teresa Carreño cuando se gobernaba Venezuela como un programa eterno de variedades dominicales), exigen que se acabe con ese espacio televisivo por ser “politiquería” u otra forma de consejo comunitario como los que hacía el mentor del presidente. Como sea, estos espacios, todos ellos, contribuyen a que se pierdan las fronteras, hace mucho difusas, entre informar y entretener, donde no se sabe si estamos ante un comunicador o un saltimbanqui. Ante las críticas, el asesor de comunicaciones del Palacio de Nariño respondió con una frase enfática para muchos y absolutamente contundente, la cual realmente es una imprecisión imperdonable aunque explicable. Dijo el periodista de marras: “No hacemos política, hacemos pedagogía”. Una aseveración tal exige aclarar qué quiere decir el periodista y asesor de comunicaciones cuando dice aquello con toda tranquilidad, además, se impone como tarea fundamental establecer las razones para que a muchos esta frase hecha les sea una verdad autoevidente o casi un dogma.
Hace poco señalé que era muy extraño el uso del concepto de pedagogía en aquel celebrado ejercicio de gobernanza de ciudad efectuado por Antanas Mockus. No es que sea un agelasta, pero los recorridos de ciudad hechos con traje de súperalcalde, o el trozo de queso que hizo famoso como sombrero durante una de sus campañas, además de ser hilarantes eran poco menos que un insulto a la inteligencia de cualquiera. O como aquella ocasión en que muchos de los esperanzados con su candidatura en ascenso frente al heredero de Uribe, tuvimos que soportar horas de una cantinela coreada casi con desgano: “Yo vine porque quise, no porque me pagaron”. No se puede presuponer que todos somos como niños solo educables a través del juego con tarjetas rojas y verdes, mimos y payasos, o cantinelas escolares coreadas. Pocas fueron las voces críticas, aún hoy, contra esa infantilización del ciudadano bajo el pretexto de ser necesaria para una educación como proyecto político de ciudad. Era el revés presentable de aquellos que, ante una masacre o un crimen atroz, querían explicarlo todo como consecuencia de la ausencia de la urbanidad de Carreño en la escuela. Así pues, durante la alcaldía del profesor de Colombia y sus campañas políticas, pudimos ver el frecuente uso del concepto de pedagogía en una acepción bastante confusa. Pero hubo dos momentos en los cuales en ese nuevo uso se hizo popular: El “plebiscito” que perdió Uribe en las urnas y donde se explicó su fracaso con la frase ya célebre “faltó pedagogía” y, años después, cuando la ley de infancia y adolescencia judicializó todo el lenguaje educativo en las escuelas, cuando apareció en Medellín, por ejemplo, la norma jurídica que estableció la “requisa pedagógica”. Ante tan variado uso del concepto, nada sería objetable al asesor presidencial ¿Pero realmente qué significa hacer pedagogía?
Antes de insinuar alguna modesta aclaración al respecto, debemos, sin embargo, enfrentar otros problemas del uso curioso del concepto de pedagogía (y no es la reducción de la pedagogía al saber del maestro sobre la enseñanza). En los ámbitos educativos, desde las oficinas ministeriales hasta las aulas de clase, pasando por las facultades de educación e institutos de pedagogía, es frecuente encontrar una distinción y absurda jerarquización entre instructor, profesor, maestro, educador, mediador y toda una amplia gama de creativas designaciones. Pero lo que resulta completamente exótico es cuando alguien, en tales ámbitos, dice que un maestro “tiene pedagogía”. ¿Qué significa exactamente esto de “tener pedagogía”? ¿En qué lugar “se tiene”? ¿Dónde se guarda? ¿En qué ocasiones es adecuado sacar la pedagogía que se tiene o volverla a guardar? Por tanto, insisto, no es extraño que un periodista se confunda al usar la palabra pedagogía si los que convivimos con ella diariamente la usamos de modos tan impropios, especialmente cuando escribimos artículos de investigación para revistas indexadas.
Cuando decimos pedagogía solemos pensar en los textos escritos o “doctrinas”, como se decía hace algún tiempo, de aquellos que se ocuparon de reflexionar la educación y la formación, a veces eran reformadores sociales y filósofos, maestros y moralistas, o políticos. También llamamos pedagogía a sus propuestas educativas concretas para transformar la escuela o crear alguna institución semejante, por ejemplo, los “kindergarden” en el siglo XIX. En el siglo XVIII, el llamado siglo pedagógico, estos textos y propuestas se sistematizaron hasta convertirse en ciencia de la educación como lo atestigua la obra de Herbart. Esta ciencia de la educación se hace necesaria en tanto la pregunta por la perfectibilidad humana y su formabilidad planteaban problemas teóricos que exigían una reflexión profunda para encontrar salida a la aporía pedagógica por excelencia: “si el hombre (sic) es autónomo por naturaleza, por qué, para llegar serlo, debe pasar por instituciones heterónomas como la familia, la escuela, la iglesia, etc.”. Dos siglos después, por tanto, sería bueno que entendiéramos por pedagogía, también, un campo disciplinar y profesional que produce conocimiento sobre la educación y la formación, sin olvidar que ese saber, también con la activa participación de maestros y maestras en la investigación desde su práctica, construye orientaciones para la acción educativa.
En todo caso, para no extender este texto más, es evidente que cuando el asesor de comunicaciones distingue tan enfáticamente entre política y pedagogía lo que busca es establecer una diferencia falaz entre el ejercicio del poder político y la supuesta “sutil insinuación” para orientar la acción del ciudadano, ojalá entre mimos y saltimbanquis, tarjetas rojas y verdes, que pretenden pasar por pedagogía. La ingenuidad de tales aseveraciones solo es explicable por la ausencia de reflexión pedagógica, el desconocimiento de la historia de la educación y la formación, o, simplemente, porque ya nadie nos invita a leer atentamente La República de Platón.
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