En las instalaciones del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, un lugar emblemático donde se refleja la dureza vivida en Colombia en el último medio siglo, el presidente Gustavo Petro, que este domingo asumirá oficialmente el mando, recibió un documento elaborado por diferentes plataformas de derechos humanos y organizaciones sociales. El documento, un importante jalón en la dirección del Informe de la Comisión por la Verdad, incorpora un plan de choque para proteger a los líderes sociales en Colombia. Para que dejen de matarles. Porque en Colombia, a la gente de izquierda la asesinan.
En la recepción del documento, Petro le dijo a Ruiz Masseu, jefe de la Misión de la ONU en Colombia: «Esta violencia estalla alrededor de mercados ilegales, controles territoriales y algo que no hemos podido resolver, que es el narcotráfico (…) Los amigos de Naciones Unidas que están acá deben saber que esto estalla porque hay una prohibición y Naciones Unidas apoya la prohibición». Petro sabe que para acabar con el narco y el paramilitarismo en Colombia hay que legalizar porque prohibir no ha servido para nada.
Petro terminó la campaña electoral con chaleco antibalas y, al igual que Francia Márquez, la vicepresidenta, escoltado. El narcotráfico es dinero y el dinero no sabe de democracia. Sin embargo, un par de días después de haber ganado las elecciones, Petro se reunió con Álvaro Uribe, el narcopresidente al que las organizaciones de derechos humanos señalan como el responsable de la violencia paramilitar. Petro ha decidido, como si salieran de una dictadura, pactar con los asesinos para mitigar la violencia. Hay cosas que recuerdan a la transición española. Ojalá aprendan de nuestros errores. La derecha entiende las cesiones como debilidad.
Los asesinatos de líderes sociales no han parado desde que Petro y Francia ganaron las elecciones. Solo en el gobierno del saliente Iván Duque -amigo del PP y de VOX- fueron asesinados 930 líderes sociales. En la derecha siempre hay gente que no acepta los resultados electorales cuando pierden. En América Latina, llegado el caso, tiran de pistola. En España, seguro que por la influencia europea, sólo de policías y jueces corruptos. El ruido que acompaña a los gobiernos progresistas no suena cuando pierde la izquierda. La izquierda no hace la vida imposible a la derecha cuendo pierde unas elecciones. El Parlamento peruano, lleno de corruptos de la etapa fujimorista, no ha autorizado al presidente Castillo a acudir a la toma presidencial de Gustavo Petro, de la misma manera que Lasso en Ecuador sigue persiguiendo al correísmo, los gorilas argentinos siguen persiguiendo a Cristina Fernández de Kirchner, Bolsonaro en Brasil sueña con volver a meter en la cárcel a Lula y las cloacas en España no han dejado de perseguir a Podemos.
Petro ha propuesto una serie de cambios que tienden la mano a los que han gobernado en Colombia toda la vida como si fuera su hacienda. Hace falta mucho coraje para invitar a la concordia a los que asesinaron al candidato de la izquierda Jorge Eliécer Gaitán en 1948, provocando el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), a los que asesinaron a campesinos y líderes sociales y los presentaron como guerrilleros para cobrar la recompensa, a los que montaron las autodefensas y luego el paramilitarismo, a los seguidores del presidente saliente Iván Duque que deja el país endeudado, agujereado fiscalmente y lleno de contratos inmorales firmados con urgencia (como la compra de más de un cuarto de millón de litros de glifosato por valor de 12.000 millones de pesos, sabiendo que ese veneno no lo usará nunca el presidente Petro). También, y no es menor, Petro se ha sentado con los militares que dejan sonar sus sables para que nadie se olvide de que cuando quieran pueden dar un golpe de Estado (que Joe Biden y Kamala Harris entenderían por las mismas razones por las que van a visitar en Arabia Saudí al jeque asesino Mohammed bin Salman, tienen preso a Julian Assange o arrastran a Europa a la guerra en Ucrania como si no les bastaran las muertes que provocaron en Irak).
En la nueva «marea roja» que está viviendo América Latina hay diferencias con la que recorrió la región con el cambio de siglo. No solo porque aquellos liderazgos fueron muy peculiares (Hugo Chávez, Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Néstor Kirchner, Fernando Lugo, Mel Zelaya, todos bestias negras en sus países de las oligarquías tradicionales), sino también porque aquella oleada de cambio coincidió con un alto precio de las materias primas (que permitió redistribuir la renta), porque la crisis de 2008 aún no había hecho su tarea devastadora y porque aquellos gobiernos contaron con mayorías sociales y electorales para desarrollar su programa.
Gariel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, Gustavo Petro en Colombia, Andrés Manuel López Obrador en México gobiernan con frentes amplios a menudo tensionados por su juventud, esto es, por su falta de recorrido. Esto lleva a que a la interna no siempre tengan la necesaria coherencia ideológica, lo que deviene en falta de coherencia organizativa. A la izquierda siempre la dividen las ideas mientras que a la derecha la unen los intereses. Enfrente tienen una articulación de la derecha con la extrema derecha (a menudo liderado por esta última, como ha pasado con José Antonio Kast, Jair Bolsonaro, Keiko Fujimori o Rodolfo Hernández) que ha sido capaz, pese a perder las elecciones, de mantener el apoyo de casi la mitad de los electores. Y que cuando han perdido los palacios de gobierno no han perdido el poder. Poder económico que se traduce en poder mediático, judicial, policial, militar. Las derechas controlan casi el 100% de los medios de comunicación y los medios son el principal partido de la oposición a los partidos de cambio. Que se lo pregunten en España a Inda y Ferreras.
La Colombia que inauguran este domingo Petro y Francia (uno definido por su apellido, la otra por su nombre) va a estar llena de campos minados. No es el menor problema que comienzan el mandato en medio de una recesión. Por eso el Gran Acuerdo Nacional que ha impulsado el nuevo gobierno busca poner en marcha el Programa Colombia Potencia Mundial de la Vida 2022-2026 (con los objetivos de la paz, la justicia social y la justicia medioambiental). El bloque histórico de la derecha colombiana se está resquebrajando, como demostraron las elecciones. Pero no termina de marcharse. Si no hay colaboración fiscal de las élites no habrá cambios. Pero las élites colombianas se van a defender como gato panza arriba para no colaborar en la mejora del país al que dicen amar tanto. Como las derechas españolas. La patria siempre es una excusa para atraerse a militares y policías poco comprometidos con la democracia. La patria tiene como frontera el bolsillo.
La izquierda debe hacerse una pregunta: ¿qué espacio están dejándole para hacer política en las democracias neoliberales?
En este gran acuerdo están el Pacto Histórico (donde está el partido Colombia Humana de Petro), los verdes, el partido Liberal, los conservadores, Cambio Radical y el Partido de la U (quedan los restos del uribismo como oposición frontal). ¿Debe entenderse este gran acuerdo como una suerte de ley de punto final (como fue la Ley de Amnistía de 1977 en España o la entrega de la jefatura del Estado a Juan Carlos de Borbón)? No creo que sea el caso. Se trata de entender la correlación de fuerzas (o como pasó en España, de debilidades) que permitan a Petro y Francia empezar a gobernar en el país que la derecha colombiana y los Estados Unidos soñaron con convertir en la Israel latinoamericana. La izquierda debe hacerse una pregunta: ¿qué espacio están dejándole para hacer política en las democracias neoliberales? Con la caída de la Unión Soviética desapareció la lucha armada como posibilidad política. Pero con el lawfare, el capitalismo financiero, el monopolio mediático y la violencia se está estrechando el espacio político para cambiar prácticamente imposible nada. No lo van a tener fácil Petro y Francia.
Miguel Angel Ferrís Gil, portavoz del ‘Pacto Histórico por Colombia en París’ y de la Red de Círculos Europeos de Podemos, ha resumido las tareas que tiene el nuevo gobierno colombiano por delante:
«Desactivar un posible golpe de Estado y las serias amenazas de narcos y paramilitares, entablar desde el primer momento un diálogo constructivo con el ‘vecino del Norte’ para abordar una relación bilateral más justa, anunciar la reactivación de los Acuerdos de Paz y el inicio de conversaciones en Cuba con el ELN, acordar la reapertura de los 2.000 kilómetros de frontera con Venezuela reanudando una amistad histórica e intercambio comercial, nombrar en los más altos cargos públicos y diplomáticos a personas de reconocido prestigio y trayectoria, de las más variadas procedencias ideológicas y con la mayor aceptación de la opinión pública y mediática, completar exitosamente un proceso de Empalme o transferencia entre Gobiernos con un modelo innovador, transparente y participativo que orientará de inmediato la acción de los 100 primeros días y obtener, mediante el Acuerdo Nacional y un nuevo espíritu de concordia y reconciliación, la confianza y respaldo de más del 70% de los representantes a la Cámara y el Senado, son todo ello los frutos primerizos de un Cambio profundo, anunciado y ampliamente esperado (…) La universalización y gratuidad del acceso a la Universidad frente a la elitista privatización del conocimiento actual, la recuperación del derecho público a la Salud con el cambio de modelo progresivo y la reinversión, la reforma tributaria en el camino de una necesaria justicia fiscal, la lucha contra la corrupción en la sociedad y el Estado con sus ramificaciones internacionales, la despenalización del consumo de drogas y la reorientación del combate contra el narcotráfico y sus secuelas, todo esto y mucho más será abordado en el primer año de legislatura aprovechando los vientos a favor del momento histórico y la acumulación de fuerzas favorables».
Sin creatividad la izquierda no va a poder convencer a las mayorías de que hay espacio para una nueva política. De momento, lo que parecía imposible, que gobernase la izquierda en Colombia, se pone en marcha.
Gustavo Petro, un economista que en su juventud peleó en la guerrilla como tantos otros dirigentes latinoamericanos (Salvador Sánchez Cerén, Lucía Topolansky, Pepe Mujica, Dilma Rousseff, Álvaro García Linera) y Francia Márquez, una líder afrodescendiente que fue empleada doméstica, minera, defensora de los derechos humanos, desplazada y abogada, tienen en sus personalidades la fuerza de quienes llevan toda la vida peleando. La firmeza política y democrática de Petro -cuando en Colombia todo invitaba a tirar la toalla durante el uribismo- y la voluntad de Francia de no ceder un milímetro en la defensa de los derechos humanos y de lograr una vida «sabrosa» para todas y todos augura, cuando menos, la certeza de que el gobierno que arranca va a dejarse la piel en cambiar Colombia. La ceremonia de toma de posesión va a ser en la Plaza de Bolívar, con el pueblo que ha hecho posible el cambio. Parece que Petro y Francia han entendido que para salir del neoliberalismo hace falta el gobierno, pero que si te olvidas de la calle es imposible el cambio. Tienen que añadir la construcción de un relato y la defensa de la alegría. Petro es las instituciones y el relato. Francia la calle y el entusiasmo. Ambos, la convicción. Sin creatividad la izquierda no va a poder convencer a las mayorías de que hay espacio para una nueva política. De momento, lo que parecía imposible, que gobernase la izquierda en Colombia, se pone en marcha.
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