Gobierna el populismo

En América Latina han imperado los gobiernos y gobernantes con una propensión populista. No sería descabellado pensar que, en estas tierras, sin una promesa populista es difícil que un líder o partido político obtenga algún cargo por medio de la contienda electoral.

Se podría señalar que la política desde la perspectiva del favoritismo de masas se ve obligada a incluir tendencias populistas. Convirtiéndose el pueblo en el pilar de gobernantes megalómanos e irresponsables; pueblo que representa la perfecta excusa para destruir cualquier tope, poder hacer a su antojo y deshacer a su conveniencia.

El populismo, de alguna manera, agrupa a la división existente entre las oligarquías y las mayorías, favoreciendo supuestamente a las segundas. El pueblo es protagonista y cuenta con un líder que puede hacer realidad sus deseos y acabar con sus necesidades. En tanto cada nación encarna situaciones y dificultades propias y cada líder posee características específicas.

Los populistas se centran en satisfacer las demandas muy particulares de cada país; sin embargo, hay algunas rasgos comunes.

El régimen populista nunca se da por aludido. Si una propuesta no resulta como se prometió tiene que haber un culpable. Quien ofrece y no cumple jamás reconoce su error o responsabilidad por el caos que provoca. Las cosas pueden salir exageradamente mal, pero el populista no se cansa de ofertar.

En su discurso inflado de promesas que pasarán a ser incumplidas generan, por una parte, descontento y decepción convertida en resentimiento. Por otra, se crea un tipo de ciudadanía que se acostumbra a extender la mano esperando que el Estado resuelva todos sus problemas y carencias.

Con menor o mayor intensidad se reproduce por todo el continente tanto en los gobiernos con tendencias ideológicas de derechas como de izquierdas. El populismo tiene una insaciable hambre de poder. La práctica sistemática de la mentira. El ejercicio de la política como manipulación.

El resultado es una sociedad dividida entre muchos defraudados y unos pocos beneficiados -quienes están en el poder-. Unos viven en condiciones de deterioro constante, y otros en un mundo aparte en el que gozan de privilegios.

El más claro ejemplo en la región es Venezuela, su condición como petro-Estado, resulta ser el más grande incentivo de los políticos. La debacle social, económica, política e institucional del país es producto de una serie de decisiones populistas desacertadas que se adoptaron durante décadas y se intensificaron con la llegada de Hugo Chávez al poder. Esto llevó al país suramericano a la más grande miseria. Actualmente aplastado por la delincuencia, el hambre, la pobreza y el miedo.

¿Cargaremos eternamente en América Latina con la maldición populista a cuestas?

El apoyo social no ha cesado para el populismo, por ende, está muy lejos de desaparecer en Latinoamérica; más bien, seguiremos viéndole con distintas caras, nombres, propuestas y contextos.

Para combatir a los populistas se necesitan propuestas claras y fuertes, que resuelvan los complejos problemas sociales y económicos que aquejan a su país. Estrategias de desarrollo que conduzcan a desmontar el aparato populista.

Romper con la cultura política, mejorar ideas, cambiar hábitos. Defender la libertad sobre la mentira como forma de gobierno. Formar ciudadanos críticos. Señalar la tragedia y reconocer todo mal que se haya hecho.

Mientras más informada esté la ciudadanía, menor será la posibilidad de manipularles.