Galopa la muerte en Colombia

Escribo estas palabras ya bien entrada la madrugada, en medio de las circunstancias actuales es imposible conciliar el sueño. Las redes sociales nos han hecho testigos de como la muerte galopa a sus anchas por Colombia, decenas de vidas nos han sido arrebatadas con violencia. La impotencia me desborda, es muy difícil intentar expresar lo que siento ante el abatimiento que me produce presenciar tanto sufrimiento, son desgarradoras las imágenes y videos que llegan de diversas partes del país y que registran el momento preciso de la lesión o de la muerte, conmueven hasta las entrañas esos audios de madres que lloran la ausencia de sus hijos, son terroríficas la gravedad de las denuncias contra la fuerza pública y alarmantes las cifras de desaparecidos. Esta noche dormir tranquilo es inconcebible.

A la crisis de salud pública provocada por la pandemia del Covid-19, que también le ha quitado la vida a tantos seres queridos y nos ha puesto frente a la rudeza de la enfermedad, la soledad y la muerte, viene a sumarse esta crisis social y humanitaria, provocada por las decisiones de un gobierno ensimismado y obtuso, que propuso una reforma tributaria en medio de una recesión económica sin precedentes, con cientos de empresas declaradas en quiebra, miles de desempleados, millones de personas en la informalidad y una población empobrecida, con ingresos tan precarios que no pueden subsanar plenamente sus necesidades básicas. Ante el descontento de la ciudadanía el presidente Duque fue incapaz de convocar al dialogo y a la concertación a los distintos sectores sociales para modificar su nefasta reforma, desatando así una serie de multitudinarias manifestaciones  en todo el territorio nacional que lo obligaron, luego de un tire y afloje, a retirar su propuesta del trámite legislativo, no sin antes, en un acto de irresponsabilidad, ordenar militarizar las  principales ciudades, convirtiendo las calles del país en escenarios de barbarie y brutalidad policial.

La crudeza de estos hechos nos interroga a todos, ¿qué valor le estamos dando a la vida? En el último año hemos modificado radicalmente nuestra cotidianidad para preservarla, protegiéndonos de un virus microscópico nos hemos encerrado en nuestros hogares, enfrentándonos a grandes dificultades en medio de una incertidumbre generalizada. Sin embargo, toda esta protección de la vida queda en entredicho ante lo ocurrido durante el paro nacional, muchos son los que con su indiferencia y mensajes de odio se han mostrado indolentes ante la perdida violenta de tantas vidas humanas, comenzando por los funcionarios del Estado que hacen caso omiso a las graves acusaciones presentadas por múltiples organismos, nacionales e internacionales, y que dejan en evidencia una sistemática violación a los derechos humanos y un uso desproporcionado de la fuerza por parte de la policía nacional y del ejército. Lejos de la frialdad de las estadísticas, cada muerto es un familiar, amigo, vecino o conocido que no regresará a su casa esta noche, su ausencia representará para sus allegados años de tristeza y duelo. Por ello, ninguna muerte es justificable ni en el marco de la movilización ciudadana ni ningún otro contexto, ya sea que rompan un vidrio, rayen una pared o lancen insultos e improperios, se debe recordar que quienes lo hacen son civiles desarmados que están expresando su descontento de forma legítima ante un gobierno que ha estado en contra de los intereses de la ciudadanía durante toda su gestión.

Cuando faltan tantos entre nosotros es imposible volver a esa quimera que algunos llamaron “nueva normalidad”, ¿cómo hablar de “normalidad” cuando el país se está yendo al traste? La dolorosa realidad colombiana nos ha desbordado a todos, ya ni siquiera el bimilenario placebo de la divinidad no consuela, por el contrario, su silencio nos ensordece, al igual que el de tantos líderes religiosos, políticos y culturales que no se pronuncian ante este derramamiento de sangre. Hoy más que nunca es momento que nosotros, los jóvenes, nos tomemos las calles, en medio de tanta muerte nuestras movilizaciones han de ser una reivindicación alegre y creativa de la vida, donde exijamos al gobierno nacional que deje de una buena vez de criminalizar la protesta social y se siente a escuchar nuestros reclamos de dignidad y justicia. En ultimas las conquistas colectivas no nos las podrá arrebatar ni la misma muerte.

No obstante, hay noches en las que el llanto es incontenible y hay que dejarlo fluir, para sanar las heridas. Ante el insomnio que produce la desolación ante la muerte y la impotencia de la inacción, es bueno recordar las palabras proféticas de Gonzalo Arango:

Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?

Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas.

 Mis pensamientos están con los familiares y amigos de las víctimas de este conflicto absurdo, hago votos porque su muerte no quede impune.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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