Si la tasa de desempleo nacional para el trimestre a 30 de marzo era de 15,8%, la de los jóvenes era 23,9%. Especialmente difícil es la situación de las mujeres jóvenes. La tasa de desempleo para ellas fue de 31,3%, mientras que para los hombres fue de 18,5%. A su vez, el número de ninis, muchachos en que ni estudian ni trabajan, saltó de un 22% en 2019 a un 27,7% para febrero de este año. También son las muchachas jóvenes las más afectadas, 38,1%, más del doble del 17,4% de los varones de su edad.
La crisis que nos han dejado los confinamientos y otras medidas como los pico y cédula y los toques de queda, crisis muy dura con todos menos con los funcionarios públicos, los únicos que no se han preocupado por sus ingresos en estos tiempos, ha sido aún más cruel con los muchachos.
Ahora, nuestros jóvenes entre 15 y 28 años tienen un riesgo aún más grave y peligroso que la deserción escolar y acceder al empleo: la muerte violenta los ronda mucho más de cerca que a los demás. Su posibilidad de morir asesinados es muchísimo más alta. En el 2019, los homicidios fueron la causa de 4 de cada 10 muertes entre los jóvenes. Y los jóvenes fueron casi la mitad de todos los asesinados en el país, el 46,1%. Además, entre menor es el nivel de educación formal, mayor el riesgo. Si usted es universitario, su posibilidad de morir asesinado cae al 0,12%. De los 11.880 asesinados en el 2019, solo 14 tenían título universitario. De manera que permanecer en la escuela y poder estudiar trasciende lo meramente económico.
De manera que las razones para el dolor, la frustración y la rabia son innegables. Ahora, no sobra advertir que detrás de la aparente empatía de Petro y la izquierda por los jóvenes, solo hay manipulación, un uso grosero de la muchachada como herramienta para calentar la calle y erosionar la gobernabilidad. No les importa usar y abusar de los jóvenes para sus fines políticos. Además, no hay que olvidar que el tropel, las pedradas, la asonada, el enfrentamiento con la Policía, han sido siempre un instrumento para examinar a los jóvenes y radicalizarlos, una prueba de iniciación para su ingreso a las milicias y a la guerrilla.
Pero no hay que equivocarse. Es Petro, no los jóvenes, quien quiere incendiar el país. Hay que cuidarse mucho de estigmatizar a esta muchachada que sale a las calles porque aunque es cierto que es manipulada y algunos son abiertamente usados con fines violentos, otros muchos protestan pacíficamente y hay que comprender las causas de su enfado y buscar soluciones a las mismas. Y con esto no estoy diciendo que esa muchachada refleje a todos los jóvenes colombianos. Esa generalización, típica de los medios de comunicación, es equivocada. La inmensa mayoría de los jóvenes no está en el paro, ni en las protestas ni, mucho menos, en el vandalismo, las vías de hecho y los bloqueos. Ni es de izquierda, por cierto. La mayoría son de centro e incluso son más los que se identifican como de derecha que los zurdos. Pero que los de la calle sean una minoría y que muchos de ellos sean de izquierda no significa que sus razones para protestar no sean ciertas. Lo son y afectan a muchos más muchachos que los que salen a protestar. Basta mirar las cifras de esta columna.
Ahora, los muchachos no quieren renta básica. Prefieren mil veces que su futuro esté en sus manos y no en las de los burócratas que controlan los subsidios. Quieren estudiar y trabajar. Por eso nuestro deber es buscar soluciones estructurales a los problemas de baja calidad en la educación, desescolarización y desempleo juveniles. Hay que empezar por volver a vincular a los muchachos que desertaron del sistema educativo. Hay que usar herramientas como condicionar el acceso y la permanencia en la red de asistencia social a que los hijos asistan efectivamente a la escuela. Y hay que hacer entender a Fecode que primero están los niños y jóvenes y después el interés sindical de sus afiliados y que el retorno a la presencialidad es vital. El 47% de los hogares no tiene internet en su hogar. En las áreas rurales la carencia llega al 84%.
También es clave mejorar la calidad de la educación, que es un desastre, y su pertinencia. Para lo primero es vital establecer un mecanismo de calificación de los maestros que esté directamente ligado a los resultados de sus alumnos. Lo que existe hoy es un chiste. La falta de experiencia, de un segundo idioma y de conocimiento técnico debilitan las posibilidades laborales de los jóvenes. Hay que hacer alianzas público privadas para definir e identificar potencialidades productivas y el Estado debe apoyar la capacitación y el enganche de los jóvenes en esos proyectos. Hay que fortalecer los programas de Matrícula cero y Mi primer empleo e introducirles una variante de pertinencia para que estén alineados con las necesidades del mercado laboral. Estamos educando para lo que no se requiere.
Finalmente, hay que incentivar de manera rápida y decidida proyectos en infraestructura, vivienda y el campo que necesitan abundante mano de obra no calificada, precisamente la que más abunda hoy entre la muchachada. Eso y los incentivos a los emprendimientos serán temas de otra columna.
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