Fuera de lugar

Hace un poco más de un mes fui al estadio a ver a Atlético Nacional. Era un partido importante y aunque para mi todos los son, este era un partido de esos que traen una versión de mí que pocos conocen, una María Isabel apasionada, feliz, enérgica y con todos los sentimientos de hincha intensificados y sí, estoy hablando del clásico paisa.

Ese día fui con los nervios y la emoción característica que me genera ver a los dos equipos antioqueños en la cancha, fui con mis amigos y aunque nos diferenciaban los colores en las camisetas, nos unía la fiesta y el amor por el fútbol. Atlético Nacional y Deportivo Independiente Medellín empataron y a pesar de que el resultado era muy importante, salimos felices, con la voz ronca y con la promesa de volver a ser parte de un día tan increíble como ese.

Sin embargo, no terminó bien. Al salir, en los alrededores del Estadio Atanasio Girardot y en medio de una dispersión de nuestro grupo, las mujeres fuimos amenazadas, principalmente las que portábamos la camiseta verde. Que nos iban a rasgar la camiseta, a desnudar y a matar, eso fue lo que escuchamos en la cuadra. Mi amiga con camiseta roja recibió en cambio la siguiente recomendación “si quiere a sus amigas, sáquelas de acá” … en pocas palabras también la amenazaron.

Nuestra respuesta fue salir corriendo aún sin asimilar la situación, nos reencontramos con nuestros amigos y quedamos pensando cual era la mejor manera de volver a nuestras casas sin arriesgar nuestra vida por una camiseta, literalmente.

Después la mente me daba vueltas y sentía que toda mi vida había pasado frente a mí en tan solo unos minutos. Me inundó una tristeza inexplicable, me sentía defraudada y solo podía decir lo siguiente “yo creía que ya el futbol se vivía en paz”

Un mes y cuatro días después, se repitió esta contienda y desde su previa un ambiente que emanaba una agresividad derivada de la fractura del fútbol en paz y que es el fiel reflejo de lo que no se vive solo en el estadio sino en toda la ciudad.  Volví a sentirme fuera de lugar, no fui al estadio porque me dio miedo que se repitiera lo sucedido ahora que “si había motivos”, no quería sentirme desprotegida, no estaba dispuesta a arriesgar mi vida por el equipo, ni por la camiseta ni por el color.

2 muertos y 14 heridos, ese fue el saldo que dejó el clásico. No se habló de la fiesta, ni del resultado, a fin de cuentas, se perdió a mayor escala algo más preciado que los tres puntos que se podía ganar cualquier equipo al ganar el partido.

Debo confesar que la cabeza la tengo hecha un nudo, me parece increíble ser testigo de un retroceso de al menos 20 años. Luego de la jornada del sábado sentí que volví a la época donde mis papás no me permitían salir con camiseta verde el día que el Medellín era local porque es que no se trata de hinchas, se trata de tolerancia.

Ver desdibujada la cultura del fútbol en paz, no debería dejarme solo a mi pensando. Ver materializado el abandono a la apuesta por la convivencia en espacios deportivos, la falta de autoridad para quienes irrumpen en la dinámica de la vida social y son un síntoma de lo que se vive en el espacio público en toda la ciudad. No hay seguridad, no hay quien cuide la vida ni la defienda.

Este tema no tiene dolientes, la política pública queda huérfana ante una administración que no prioriza la vida y cree que la convivencia es un cuento inventado y un capricho de quienes solo desean habitar esta ciudad que parece que ya no nos pertenece.

Las autoridades se quejan de tener que disponer de fuerza pública en estos partidos cuando esta ni siquiera tiene una presencia significativa en los alrededores del estadio, se niegan a conciliar por la vida porque es que esta no una herramienta para hacer campaña y luego buscan culpables sabiendo que eso no repara nada, ni restaura vidas, sino que solo da cuentas del problema estructural.

Con esto no estoy negando que la convivencia debemos construirla colectivamente, que cada quien debe respetar la diferencia en cualquier aspecto, sin embargo, es importante contar con un apoyo institucional que refuerce con medidas, políticas y acompañamiento para que estos escenarios no se presten para agresiones y desenlaces caóticos.

El objetivo es claro, restaurar la cultura del futbol en Medellín y cultivar lo que se nos ha quitado. Que podamos hablar de goles y de triunfos cuando pensamos en asistir a un partido de fútbol y que ese sentimiento de emoción nos inunde cuando vamos a ver esta fiesta que tanto anhelamos.

Que no haya muertos ni viajes en el tiempo ni culpables. Que el fuera de lugar sea solo una posición adelantada y que, aunque muchas cosas nos diferencien podamos coincidir en la alegría y la emoción.


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Maria Isabel Taborda Valencia

Politóloga y estudiante de Maestría en Comunicación Política.
Apasionada por la lectura, por entender la política como un elemento presente en nuestra vida y comprometida a trabajar la transformación social desde el reconocimiento de lo humano y sus comportamientos.

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