“Él no ha sido menos duro con nosotros (…) ojalá siga en la mesa, porque uno tiene que hablar es con los enemigos”. Así le respondió Pablo Beltrán a un periodista de La W que le preguntó si habían pedido mi salida de la mesa de negociaciones. Asumo que se refería a una “enemistad ideológica”, pues no soy de izquierda, pero hago parte de una delegación gubernamental mayoritariamente de izquierda, como era de esperarse.
Esa enemistad ideológica, que he ejercido con “dureza” cuando ha sido necesario, pero con respeto a la diferencia; reconocida por el jefe negociador del ELN justifica mi participación en la mesa en representación de los ganaderos, pero también de amplios sectores que están entre la incredulidad y el escepticismo frente a la voluntad de paz del ELN.
Esa condición motivó también la decisión unánime del Congreso Ganadero, de mi continuidad como miembro de la delegación gubernamental, al considerar que mi presencia en ella es una garantía para el gremio y para el país, una especie de muro de contención para que el proceso no se desvíe, sobre todo en año electoral y ante la intención del ELN de avanzar hasta 2026, pero seguir negociando en armas con “próximos gobiernos”.
¿En qué va el proceso? De la reunión de reencuentro se conocieron los 13 principios del ELN, incluido el muy cuestionable de definir, como horizonte, el tránsito hacia una “sociedad post capitalista”. También se decidió reanudar los diálogos en otro ciclo en Caracas, que concluyó sin que se conozcan sus resultados, pero realizado sin que se hubiera dado la señal “inequívoca” de voluntad de paz exigida por la delegación gubernamental como condición para reanudarlos, tras la suspensión por el ataque a la base militar en Puerto Jordán, Arauca.
Yo seguiré actuando, como lo he venido haciendo, sin perjuicio de mis principios, aunque me encuentro en ese estado de escepticismo, que es la antesala de la incredulidad. Mientras el incrédulo perdió la fe, ya no le importa creer, condición en la que están muchos colombianos, el escéptico desconfía, alberga dudas y temores, pero quiere creer todavía.
Sin embargo, las negociaciones no son asunto exclusivo del Gobierno y del ELN, sino del país todo; necesitan respaldo social y, para tenerlo, hay un componente que está faltando: la “credibilidad”, hija de la “coherencia”, que no es otra cosa que decir lo que se piensa, hacer lo que se dice y cumplir lo que se promete.
La credibilidad del proceso está afectada por la del Gobierno mismo, pero más por la falta de señales de voluntad de paz del ELN y por la falta de las transformaciones prometidas en los territorios, que se implementarían al ritmo de lo acordado.
De eso no hay nada, ni un piloto de paz ni avances en beneficio de las comunidades; solo hostigamientos, paros armados, desplazamientos, secuestros… Por eso el país se mueve del escepticismo a la incredulidad…, a la desesperanza.
Comentar